#IsraelElections2019
Desde que Homero cantó a la cólera de Aquiles o Dios comandó a Abraham a abandonar la tierra de su padre las historias personales se han mezclado con la épica nacional para siempre. Así, entre un acontecimiento y otro, en vísperas de llevar una hija a la Jupá, uno siente que el reciente acto eleccionario en Israel merece un abordaje. El rito judío del casamiento, paradójicamente, finaliza con un recuerdo luctuoso (la destrucción de Jerusalém) seguido de un grito de júbilo: “mazal tov!”. En la tradición judía no hay acto privado, incluso íntimo, que no esté ligado al destino nacional. Por eso es ineludible expresarse una vez que los israelíes han vuelto a votar.
Nada ha cambiado después del martes 9 de abril de 2019. La gran esperanza blanca y azul se ha desvanecido en el aire: Gantz será líder de la oposición y seguramente estará más ocupado en mantener o ampliar su coalición que en malgastar su tiempo tratando frenar algunas leyes controversiales. A ver si la próxima vez desempata, por lo menos; de ahí a formar gobierno, creo que está bastante lejos. La esperanza del “centro-izquierda” se consuela con la performance de Gantz y sus aliados, pero como bien dijera la analista Einat Wilf, la izquierda ha quedado reducida a un grupo de intelectuales bienintencionados sin peso político alguno. O parafraseando a nuestro amado Amos Oz Z’L, “la cuenta aún no está cerrada”; es cierto: faltan contar votos. Pero más allá del aquí y ahora, el tiempo judío se mide en siglos, no en días. En algún momento este ciclo, fatal para muchos (pero no suficientes), habrá de terminar. Pero no fue hoy, no esta semana. Hay Netanyahu y sus huestes para un buen rato.
Hoy Israel es un país “de derechas”, como decía un joven José Sacristán en “Solos en la Madrugada”. No hay dos mitades, hay dos bloques: uno mayoritario de derecha, y el resto. Por derecha incluyo al Likud, a los partidos religiosos (sin ellos ésta no prevalecería), base de cualquier coalición, y algunos partidos que hacen posible sobrepasar el umbral de 61 escaños; creo que esta vez llegan a 65; todavía está por verse. Por otro lado, el “centro-izquierda” es la coalición Gantz-Lapid más otros rejuntados, el viejo Laborismo, la izquierda tradicional de Meretz, algún grupúsculo más, y la lista árabe. Volviendo a la imagen homérica, tal vez ese sea el caballo de Troya del centro-izquierda israelí: no que sea “Bibi o Tibi”, eso es absurdo; pero que sus eventuales mayorías estarían basadas en ciudadanos que propugnan, por lo menos, un Estado bi-nacional.
Sin embargo, hay logros resaltables a pesar de la continuidad del statu-quo, marca registrada de Netanyahu. En primer lugar, y hasta el momento, la “Nueva Derecha” (Bennet y Shaked) no estaría entrando en la Kneset. Así como no lo hizo el partido extremista “Otzma iehudit” (Poder Judío). Tampoco entró (sorpresivamente) el partido Zehut (Identidad) que propugnaba, por un lado, la separación de religión y Estado, pero por otro la anexión de Gaza, nada menos. Dicho de otro modo: Israel es “de derechas” pero mucho menos fascista de lo que muchos quieren pintarlo. Por otro lado, después de mucho tiempo, se logró una coalición de “centro-izquierda” (yo diría mucho de centro y poco de lo otro) que empató sus votos con el Likud de Netanyahu pero carece de socios para generar el bloque que permita gobernar. Llegar a eso es más complejo que sumar votos, pero es un comienzo: de una oposición dispersa y sin un líder único se logró una oposición aglutinada y con un hombre que parece haber tocado las fibras de la nación: Benny Gantz. Un capital nada despreciable ante un Netanyahu que, pese a toda su fuerza política, empezó el lento camino de salida.
A muchos de los judíos del mundo, los que no vivimos en Israel pero cuya centralidad es absoluta, que Israel sea un país “de derechas” no nos gusta. Que la vida civil en Israel siga en manos del Rabinato, no nos gusta. Que no podamos avanzar en una verdadera igualdad entre las diferentes denominaciones y corrientes del judaísmo, no nos gusta. Por lo tanto esto que votan los israelíes no nos gusta, nos pone incómodos. La ocupación en Cisjordania, la narrativa victimaria palestina, son todos asuntos que hacen nuestra vida como judíos más difícil. Por un lado, hacia dentro, porque atentan contra los valores del pluralismo, el humanismo, y la solidaridad que creemos son pilares del judaísmo; por otro lado hacia fuera, hacia una opinión pública cada vez más desinformada, más tendenciosa, y más antisemita. Ningún pueblo es observado con el rigor ético que se observa y critica al pueblo judío e Israel.
Haya o no dos mitades, sean los que sean los porcentajes de cada “mitad”, por más “de derechas” que sea el gobierno de Israel (que en definitiva, en lo operativo, es Israel), hay un Israel que no se expresa en el poder pero sí se expresa en las urnas. Son algo menos que la mitad de la Kneset, pero a nivel de opinión pública, de cultura, de valores, de acciones solidarias, políticas, sociales, son seguramente la mitad si no alguno más. Cuando muchos se disgustan y dan la espalda al Israel liderado por Netanyahu, vale la pena recordarles que hay un Israel que lloró a Amos Oz, un Israel que integra beduinos y drusos en sus fuerzas de seguridad, un Israel que sigue bailando hoiras y cantando canciones de la “vieja y querida tierra de Israel”, un Israel de pioneros, un Israel de Tzedaká. Los conciertos de Java Alberstein siguen convocando cientos de seguidores de todas las generaciones, y el fenómeno Kululam convoca miles de cantantes vocacionales. Israel canta, baila, se conmueve, y sigue siendo fiel al espíritu de su creación: refugio de perseguidos, sede de la cultura judía, realización de una aspiración religiosa. Sea dónde sea que cada uno se pare, no lo perdamos de vista. Israel no cesa en su gobierno de turno.
Mientras tanto, como decíamos cuando éramos niños, “Israel es un país como todos”. Tiene que hacerse cargo de gobernase, protegerse, crecer. Para eso existe la política en un régimen democrático. Sea “de derechas”, sea lo que sea, Israel es la única democracia en muchos kilómetros a la redonda, y como tal, ejemplar. Que a uno no le gusten los resultados no desmerece el sistema. Israel vino para quedarse; es la nueva gran etapa, y el mayor desafío de la historia, del pueblo judío. Somos privilegiados de poder vivirlo.
Por eso, al final de una ceremonia de casamiento judía, se rompe una copa por Jerusalém e inmediatamente se escucha el grito de “mazal tov”: porque estamos haciendo patria, a pesar de todo.