El Regreso del Sargento Zachary Baumel, Z’L

La obstinación judía en enterrar a sus difuntos es bíblica: tal como lo explica Paul Johnson en su “Historia de los Judíos”, la transacción para la compra de la cueva de la Majpelá por parte de Abraham para enterrar a su esposa Sara es tal vez el primer hecho registrado formalmente en la historia judía. Siglos después, recuperar los cuerpos de los muertos en acciones bélicas sigue siendo una prioridad absoluta del Estado de Israel. En 2008 los cuerpos de dos soldados israelíes, Ehud Goldwasser y Eldad Regev, fueron recuperados a cambio de la liberación de cinco prisioneros, entre los cuales estaba el asesino Samir Qantar. De igual modo, recuperar prisioneros de guerra supone esfuerzos similares: Gilad Shalit fue recuperado desde Gaza a cambio de un millar de prisioneros palestinos.

En este contexto, la recuperación del cuerpo (o lo que de él queda) del Sargento Zachary Baumel marca un hito en la historia reciente del Estado de Israel. Baumel desapareció en acción en la Guerra del Líbano de 1982. Su cuerpo vuelve para ser sepultado en su país treinta y siete años después producto de las gestiones rusas, poder prevalente en la zona, y los intereses políticos y electorales de Netanyahu. El hecho merece destacarse por su profundo contenido simbólico y religioso, pero aun así pone de relieve la fragilidad y el valor de cada vida para Israel y sus fuerzas de defensa. Así como el manejo político de lo bélico y viceversa.

Desde su fundación Israel había ido ascendiendo en la escala de su potencia militar y de sus valores éticos en torno a la guerra con su entorno. Del heroísmo de 1948, pasando por la retirada obligada del Sinai en 1956, hasta el fulminante triunfo en la Guerra de los Seis Días en 1967, nadie dudaba de la causa israelí: supervivencia, viabilidad, justicia histórica. La guerra de Iom Kipur en 1973 hizo trizas el sentimiento de exagerada superioridad producto de 1967; si bien Israel ganó la guerra, su costo en vidas fue altísimo, el riesgo corrido enorme, y el costo político ineludible. Inmediatamente terminó la carrera política de Golda Meir, y en 1977 caía, después de treinta años, el gobierno laborista y daba lugar al gobierno de Menajem Beguin. La guerra de Iom Kipur fue una lección de humildad para Israel.

El retorno del cuerpo de Zachary Baumel nos remonta a otro punto muy bajo de la historia de Israel, en especial su historia militar: la 1a guerra del Líbano u Operación Paz para Galilea. No cabe duda histórica de que la invasión al sur del Líbano, el apoyo estratégico a las fuerzas cristianas, y todo el despliegue en la zona estaba justificado por el permanente azote que los diferentes grupos terroristas y guerrilleros desataban sobre el norte de Israel. Pero una vez desatados los perros de guerra (léase Shakespeare), es muy difícil controlarlos. Liderados por el Ministro de Defensa Ariel Sharon, héroe militar si los hubo en 1973, las fuerzas israelíes llegaron y sitiaron Beirut. El punto culminante de esta situación fue la masacre, por parte de falanges cristianas, de miles de refugiados musulmanes en los campos de Sabra y Shatila, cuando se suponía que Israel tenía control de la situación. Una vez más, la crisis tuvo costos políticos: Sharon fue responsabilizado y fue cesado en su cargo de Ministro, y un año después Beguin se retiró de la política para siempre.

El regreso a La Tierra del cadáver del sargento Baumel vuelve a poner el foco de la opinión pública en la dualidad que supone ser un Estado de alta seguridad a la vez que un Estado ético. No nos referimos al oportunismo de Netanyahu: cualquier político en el poder, en cualquier lugar del mundo, usará todos los recursos a su alcance para no ceder ese poder. Nos referimos a la razón por la cual Baumel desapareció en acción en primer lugar, y las consecuencias que aquella acción trajo consigo. Así como la Guerra de los Seis Días tuvo consecuencias inesperadas e insospechadas, algunas de las cuales recién ahora, cincuenta años más tarde, vislumbramos, la Guerra del Líbano tuvo las suyas.

Sharon, por ese entonces poseedor de un enorme poder, creía en la fuerza como instrumento de cambio en una zona difícil y compleja. Nunca fue un negociador sino un pragmático “bully” que prefería hablar desde una posición de fuerza; mucha fuerza. Pasaron casi veinte años hasta que pudo llegar al cargo de Primer Ministro, y para entonces parecía haber aprendido su lección: fue él quien ordenó la desvinculación unilateral de Gaza. Esta última, así como el Líbano en los ochenta, se habían  convertido en la Vietnam de Israel: un terreno ingobernable y una tumba de israelíes. Cuando lo sorprendió el infarto cerebral estaba trabajando para una desconexión similar de buena parte de Cisjordania; no sin antes haber iniciado la construcción del discutido muro en la frontera para evitar las sucesivas intifadas y continuos atentados en Israel.

Por lo tanto, si algo hemos aprendido, o queremos aprender, es que el equilibrio entre la actitud moral y ética hacia nuestros enemigos es muy difícil de combinar con una actitud alerta y determinada respecto de esos mismos enemigos. Es el dilema que enfrenta al Ejército de Defensa de Israel cada vez que debe tomar represalias en Gaza: un solo daño colateral echa por la borda todas las consideraciones humanitarias en torno al ataque en sí. Más aún: ejercer control mediante el poder militar trae consecuencias reñidas con criterios éticos y humanitarios. Esto sucedió en Líbano 1982 y sucede en menor escala, con mucha prensa, en Cisjordania cada día. En suma: que el Ejército de Israel, denominado “de Defensa” (como su organización predecesora en época del Mandato Británico, la “Haganá”, la “Defensa”), debe por todos los medios mantener su condición de tal. Lo cual no contradice el criterio de que a veces la mejor defensa es un ataque: véase la Campaña de Sinai, la Guerra de los Seis Días, o la Operación Entebbe.

“Saving Private Ryan” es un película basada en hechos reales, pero el regreso a casa de Shalit en 2011 así como el regreso de los restos de Baumel en 2019 son absolutamente reales e inmediatos. Todavía nadie ha producido una película al respecto. Será cuestión de tiempo. Es el tiempo, precisamente, el que pone los hechos en su justa perspectiva; el que, si vivimos lo suficiente y no somos obcecados, nos enseña. El pueblo judío nunca ha tenido desafíos pequeños o fáciles, pero los ha asumido todos. Es hora de construir una moraleja en torno al espinoso dilema de ser “un reino de sacerdotes y un pueblo santo” (Éxodo 19:6) a la vez que un pueblo dispuesto a enfrentar a Amalec.

Creo que las elecciones del próximo martes 9 de abril en Israel tienen como trasfondo este dilema. Seguridad, sí; valores, también. Parafraseando a Amos Oz Z’L en su última conferencia, ojalá ya camine entre nosotros el líder capaz de amalgamar esta aparente dicotomía en un constructiva ambivalencia.