De #Purim a #Pesaj
Estamos a menos de un mes de Pesaj. Si Purim celebra la salvación aparentemente fortuita de la aniquilación, sin siquiera nombrar a Dios, Pesaj celebra la salvación premeditada por designio divino. Si todo en Purim es casual, todo en Pesaj es causal: desde el faraón que “no había conocido a José” (Éxodo 1:8) en adelante no sólo todo está concatenado, sino que todo está mandatado. Si en Génesis la palabra es creación, en Éxodo la palabra es liberación.
El problema es que nunca somos libres del todo. A nuestra generación nos toca el privilegio de gozar, como judíos, de una libertad sin parangón en la historia. Nunca antes el pueblo judío fue tan libre y tan respetado como en nuestro tiempo. La mayoría de la población judía del mundo vive su judaísmo con libertad: no sólo de serlo, sino de elegir cómo vivirlo. Pero nunca estamos libres de amenazas, siempre hay un faraón que nos persigue. Si bien ya el mar no se abre para dejarnos pasar, hemos encontrado el camino a casa: Israel. Pero como dice la canción de Yaron London, “Mirdaf”, persecución, ésta no cesa: “dos mil años y otro más.”
La persecución más obvia es la externa: el antisemitismo a nivel mundial y el estado de guerra permanente en “el barrio”, Oriente Medio. Menos obvia es la persecución interna: la denostación mutua entre denominaciones, el alcance del humanismo, la pérdida de la singularidad; todo muy sutil, por eso es más fácil identificarse como judío desde la mirada externa que desde la interna. En definitiva, “qué soy” termina siendo una interrogante que dejamos en manos del otro. En Purim estoy a la merced de la suerte y será todo inmediato; en un momento estoy condenado, al siguiente salvado. En Pesaj, “signos y señales” mediante, finalmente seré yo quien tenga que caminar en el desierto.
La nueva escalada bélica en torno y desde Gaza es un ejemplo de la persecución a la que aludimos. Como canta Java Alberstein en su original versión del Jad Gadia, “hasta cuándo seguirá esta locura”. El círculo vicioso de provocación y represalia parece no tener fin. Si bien ocurre todo el año, enmarcado entre Purim y Pesaj parece tener un significado muy sugestivo: no hay otra “suerte” que la que generamos nosotros mismos ni otro destino que no sea liberarnos cada año, “como si nosotros hubiéramos salido de Egipto”. Si uno tuviera un pensamiento religioso, donde todo está vinculado a lo divino, podría pensar que los misiles desde Gaza son una nueva forma de probarnos. Pero como uno tiene un pensamiento racional, y deja lo divino sólo para aquello que está fuera de nuestra comprensión, los misiles desde Gaza son misiles. Se responde con misiles.
Dicho esto, que no es “ojo por ojo, diente por diente” como alguien me sugirió vía Twitter, Gaza nos enfrenta a esa “esclavitud” estructural que es la judeofobia, el antisemitismo, el antisionismo, como quiera que lo llamemos. Lo mismo que un asesinato en Paysandú, un atentado mortal en París, en Buenos Aires, o en Pittsburgh, todo es un límite, y un desafío, a nuestra libertad. No sólo porque literalmente estos hechos atentan y toman vidas, sino porque la condicionan: no somos iguales después de Paysandú, después de AMIA, después de París o Pittsburgh; mucho menos después de Moshav Mishmeret en el centro geográfico de Israel.
Como efecto secundario, mucho menos perceptible, este tipo de persecución incide en forma determinante en nuestra identidad. Su prevalencia nos determina: somos “perseguidos”. Esta postura nos enceguece, distorsiona nuestra auto-percepción, y nos exime, nos ahorra el esfuerzo, de construir una identidad creativa y compleja. Todo queda reducido al famoso y pobrísimo “chiste”: “nos persiguen, nos salvamos, comemos”. La noción de perseguidos no nos permite ahondar en nuestra propia condición de perseguidores, en la re-significación de que “esclavos fuimos en la tierra de Egipto”, en nuestro rol, como judíos, en el mundo. La persecución nos hace menos responsables. Así como en Pesaj nos reclinamos en el respaldo de nuestros asientos durante el Seder, como perseguidos nos descasamos en el estigma.
Por todo esto me gustaría pensar en Pesaj no sólo como la fiesta de la Libertad, de los Panes Ácimos, de la Primavera (en el otro hemisferio), sino también como la celebración del empoderamiento. De lo fortuito de Purim a la auto-determinación de Pesaj parece ser un camino desafiante a recorrer. Un camino que hemos hecho nuestro a fuerza de generaciones: “en cada generación debe uno percibirse como si uno hubiera salido de Egipto”. A fuerza de ritos, símbolos, y discurso, sin eludir textos ni propuestas, así como no salteamos ningún plato del banquete festivo, cada año transitamos una sucesión, un orden, cuyo tránsito es más significativo que el destino al que supuestamente conduce. Porque nunca somos libres del todo, pero siempre podemos perfeccionar nuestra cuestionada libertad.