Sobreviviendo a las palabras.
Donniel Hartman, The Times of Israel, 11 de marzo de 2019
“Los palos y las piedras romperán mis huesos, pero las palabras nunca me harán daño”.
La historia y la tradición judías nos enseñan lo contrario. La Biblia comienza con la lección del poder de las palabras. Las palabras pueden crear un mundo y las palabras pueden devastarlo. Nuestro templo fue destruido, y nuestro pueblo fue exiliado, todo debido a las palabras de odio. Las palabras dañan, y la ley judía exige que regulemos nuestro discurso, desde prohibir el hablar de forma malvada hasta tornar ilegal el engaño a través de las palabras. Lashón Hará significa lenguas pueden decir el mal y hacer el mal. Las palabras más peligrosas son aquellas que construyen una barrera dentro de una sociedad, entre nosotros y ellos. Como judíos hemos tenido experiencia con estas palabras. Sabemos muy bien el precio que hay que pagar por ser marginados por ellas. “Asesinos de Cristo”, Shylocks, acaparadores de dinero, traidores y contaminadores de la raza son algunas de las municiones verbales utilizadas por los antisemitas para los “otros” que somos nosotros. Nos hemos vuelto tan sensibles a las palabras que son usadas por otros porque conocemos el mal potencial intrínseco en ellas.
También hemos aprendido a responder de inmediato – aveces incluso a responder en exceso – ante el mero indicio de palabras malvadas que podrían aludirnos. Sabemos, como lo escribió Robert Frost, que “unas cosas conducen a otras”(*), y hablar sobre nuestra “lealtad dual” o el uso del término “Benjamines” no es más que un primer paso en ser discriminados como “los otros”. La discriminación verbal hacia los otros puede llevar a la discriminación cultural, a la discriminación legal y finalmente a la persecución. “Unas cosas conducen a otras”.
Las campañas políticas tienen que ver con palabras. Palabras que describen lo que uno ha hecho, palabras que prometen lo que uno hará y palabras que denuncian a los oponentes por lo que son. Las campañas negativas se han convertido en parte inherente de las culturas democráticas occidentales. Hemos aprendido a escuchar e ignorar simultánea y selectivamente las ráfagas de palabras lanzadas en nuestro espacio social. El desafío de cada sociedad es reconstruir nuestro tejido social después de que la campaña de palabras lo ha destrozado. Estamos equivocados si asumimos que podemos sanar cualesquiera y todas las palabras. Las palabras pueden ser malvadas y hacer un daño irreparable. No es simplemente inconsistente, sino también incoherente, que seamos tan sensibles a las palabras usadas por otros y al mismo tiempo seamos tan insensibles a las palabras que usamos para con otros.
El nuevo eslogan del Likud, “Bibi o Tibi”, no es sólo un juego inteligente de palabras, sino que son palabras de odio, palabras que posicionan a una persona como protectora contra “ellos”, nuestros co-ciudadanos árabes israelíes. No es un eslogan destinado a construir una política, sino un eslogan destinado a deconstruir nuestra sociedad, a crear una brecha entre nosotros y ellos. Hemos dejado que este eslogan contamine nuestra conciencia social y, como es inevitable, “unas cosas conducen a otras”.
En un tweet de esta semana, nuestro Primer Ministro se sintió llamado a contradecir a una celebridad israelí que se atrevió a exigir que detengamos nuestras odiosas palabras dirigidas a los árabes israelíes. Ella había argumentado: “También hay ciudadanos árabes en este país… Israel es un estado de todos sus ciudadanos”. El Primer Ministro Netanyahu, por siempre protector de nuestro país contra los peligros que ve por doquier, la corrigió, recordándoles a ella y a toda la sociedad israelí, que “Israel no es un estado-nación de todos sus ciudadanos”, sino “el estado-nación del pueblo judío “. Con un tweet aparentemente inocuo, el Primer Ministro redactó un principio central del sionismo y lo corrompió en palabras de odio, discriminando como “otros” al 20 por ciento de la sociedad israelí.
“Bibi o Tibi” ahora se ha convertido explícitamente en “judío contra árabe”, “Nosotros contra Ellos”.
La creencia sionista en Israel como el hogar nacional del pueblo judío y la recientemente aprobada Ley del Estado-Nación, afirman que dentro del estado-nación de Israel, la soberanía nacional se otorgará solo al pueblo judío. Otros grupos nacionales, como los árabes palestinos, que anhelan la autodeterminación nacional, tendrán que hacerlo en el contexto de un estado-nación diferente: Palestina. Sin embargo, en ninguna parte, el sionismo o la Ley del Estado-Nación socavan el estatus de los árabes israelíes como individuos, como colectivo, o incluso como una identidad étnica-nacional distinta dentro de Israel. De ningún modo se pretendía fomentar la discriminación y el odio.
Por ley, Israel está destinado a ser tanto el estado-nación del pueblo judío como el estado de todos sus ciudadanos. Esto es lo que exige la proclamación de Israel como un estado judío y democrático en la Ley Básica de Libertad y Dignidad Humanas de Israel. El movimiento sionista se vio impulsado por el entendimiento de que la emancipación legal de los judíos no superaría nuestra condición de ser “otros” si no estaba acompañada por una ilustración cultural en la que los judíos seríamos ciudadanos iguales habitando en nuestros distintos países. Como esto se consideraba inalcanzable en la Europa cristiana, decidimos formar nuestro propio hogar.
El peligro de las palabras del Primer Ministro, y el contexto en el que fueron tuiteadas, radica en el hecho de que toleran y fomentan la discriminación cultural, y porque “unas cosas conducen a otras”, también la discriminación legal.
Cuando los judíos permiten que palabras malvadas se difundan entre nosotros, le estamos dando la espalda a las lecciones esenciales de nuestra tradición y de nuestra historia. Cuando nos involucramos en la discriminación hacia los otros y abrazamos dentro de Israel una cultura de Nosotros contra Ellos, no solo socavamos la fibra democrática de nuestra sociedad, sino también nuestra identidad judía.
Las palabras pueden hacer daño. Las palabras, sin embargo, también pueden curar. Necesitamos que nuestros políticos elijan sus palabras cuidadosamente. La política no solo exige que se gane la reelección, sino que se asegure de que la política sirva al bienestar y a los derechos de todos sus ciudadanos. Ese es el significado de Israel como un estado judío y democrático.
Traducción: Daniel Rosenthal
(*) N. del T.: La cita original hace referencia a un poema de Robert Frost titulado en inglés “The Road NotTaken”, traducido al español como “El camino no tomado”. El verso específico dice en inglés “howway leads ontoway”, traducido en la versión en español como “el modo en que las cosas siguen adelante”. Por razones de claridad, hemos preferido utilizar la traducción libre “unas cosas conducen a otras”.