Política: Uruguay 2019.

Creo firmemente en la autodeterminación de los pueblos. Condeno a los gobiernos que opinan y juzgan las elecciones que hacen otros pueblos dentro del marco de regímenes democráticos. Por ejemplo, los juicios de valor emitidos u omitidos por el gobierno uruguayo previo y durante la elección de Jair Bolsonaro como Presidente de Brasil. Ni hablemos de las omisiones respecto a la asunción de Maduro en Venezuela, régimen ostensiblemente no democrático. Todo es condenable.

Por otro lado, me asustan, profundamente, dos fenómenos: uno, el de los “outsiders”; y otro, el de mezclar lo divino con lo político. Si EEUU votó a Trump (¿outsider?) por sobre Hillary, allá ellos; así lo están padeciendo. Si Brasil votó a Bolsonaro en forma excluyente, y se dio el lujo de echar no uno sino DOS presidentes (Lula y Dilma), es cosa de ellos. Si Bolsonaro pone a Dios por encima de todo, que se ocupen los brasileros.

Me aterra, sin embargo, la tendencia a crear paralelismos y asumir que ciertas ideas o “fórmulas” que han funcionado en ciertos países pueden funcionar en el propio. Es como querer armar una colcha de retazos ideológica y de práctica con ejemplos que han tenido éxito en otros países. Es tan ingenuo que asombra. Subestima al votante de tal manera que uno se pregunta, ¿qué contacto hay con la realidad sobre la que se pretende actuar?

Uruguay ha entrado en lo que aquí llamamos “año electoral”. Hay matices en las estrategias políticas de los candidatos. Por ejemplo, esa tendencia a empequeñecer apellidos que connotan ciertos desvalores en beneficio de nombres de pila comunes, que connotan vecindad y amiguismo. O la estrategia de no ser “nada”: ni esto ni aquello ni lo otro, sino… ¿qué? ¿Qué somos? ¿Qué color, qué bandera, qué tradición y valores nos identifican? Lo diluido, ¿atrae votos? En Noviembre lo sabremos. Tal vez ya en Octubre. Lo único que vale este año es llegar al gobierno. El resto, es retórica vacía.

No me gustan ni el fenómeno Novick, ni el fenómeno Sartori, ni el discurso religioso recientemente importado a la luz del éxito de Bolsonaro en Brasil. Hay mucho que aprender de otros, pero primero hay que saber qué somos acá y ahora. Cuál es la verdadera naturaleza del votante uruguayo. Traer a Giuliani para hablar de seguridad es demagogia. Desembarcar de un avión privado para sumarse a una campaña, es subestimar al votante. Importemos bienes de consumo pero no prácticas políticas. En este país  hemos sabido exportar ideología, desde el Batllismo de la primera hora hasta los intelectuales de izquierda que se exiliaron en todo el mundo. Los elementos de cambio están en cada uno de los Partidos Políticos. Sólo hay que reconocerlos y promoverlos.

Apenas el ex Presidente Sanguinetti se puso el saco, y la corbata colorada, y salió de su casa a recorrer, el Partido Colorado cobró nueva fuerza; el outsider Talvi solo no lo hubiera logrado. Veremos quién prevalece, pero sea quien sea, todos ganamos. Larrañaga, casi desahuciado políticamente, salió a juntar firmas y pelea la interna; una vez más, todos ganan, y más gana el previsto ganador de la interna nacionalista. Astori da un paso al costado y por primera vez el Frente Amplio sabe que puede perder; siempre que ganaron, Astori dijo presente aún derrotado. Hoy, derrotado a priori (sabe por diablo pero más por viejo), renuncia a cualquier protagonismo.

Por lo tanto, quién va a creer que cualquier arribista improvisado, copiador de discursos, producido como producto de consumo, puede quebrar la hegemonía de los partidos y las estructuras, el peso de las tradiciones y los apellidos, y mucho menos el peso semántico de los grandes relatos nacionales: sean las divisas, sea la guerrilla tupamara, sea la retórica sindical y compañera. La política es cosa seria, y ser político es una profesión: se abraza o no se abraza. Los políticos pueden cometer errores, pero si han recorrido un camino, si han  hecho sus deberes, si han caminado el país, siempre pueden corregirse. Lo que no se puede es bajar de una torre de marfil (sea la Torre Trump en Manhattan o el Nuevocentro en Montevideo o un avión privado) y decir soy candidato.

Si un pueblo vota improvisados, está en problemas. Como los EEUU, cuyo gobierno federal está paralizado ya casi un mes. Y contando.