Entre Pittsburgh & Montevideo.

La semana pasada dos hechos de carácter antisemita se cruzaron en Montevideo, Uruguay, generando una paranoia poco frecuente. Fue una especie de tormenta perfecta. Al final del día, o mejor dicho de la semana, prevaleció la locura desbordada del flaco Roger por sobre la magnitud trágica de la sinagoga de Pittsburgh. Fue tanto lo que resonó en las redes su nombre, tantas las imágenes del cerdo volador (sea antisemita o sea humanitario; el cerdo nunca aterrizó, sólo su mensaje lo hizo la noche del concierto); tanto el ida y vuelta con la conferencia de prensa y el galardón de ilustre ciudadano de Montevideo, que al final Pittsburgh fue más una formalidad, un trámite, que la advertencia que debió ser y la reflexión que mereció provocar. A tal punto que el único discurso en el acto en Montevideo abrió con la mención de RW, el innombrable… nombramos al antisemita pero omitimos nombrar a las víctimas.

RW ya se fue y dejó la cancha del Estadio Centenario arrasada. Una fiesta aguó la otra (RW aguó el Clásico), y no pretendo ser gracioso jugando con metáforas líquidas por el apellido del innombrable… la CAFO facturó y dicen que le quedó un buen dinero, pero yo creo que el paso de RW por estas orillas (siguen las metáforas líquidas, no puedo resistirme) arrasó con fauna, flora, y todo el ecosistema. Hasta los más entusiastas que sí fueron al concierto y lo disfrutaron (nunca nadie le discutió su calidad artística ni la trascendencia de su aporte a la música popular del hemisferio norte) seguramente quedaron con un cierto retrogusto amargo. Fue mucho el ruido que provocó el hombre, mucho el odio que destila, mucho el que se le devuelve. En ese contexto, ¿quién puede disfrutar un concierto de rock? Yo creo que por acá, no vuelve.

Los que no vuelven son las once víctimas de Pittsburgh. Los que sí vuelven son los sobrevivientes de la sinagoga Etz Jaim en Pittsburgh, cada sábado, y así en todas las sinagogas del mundo. En un tiempo en que muchos judíos elegimos no rezar, que las víctimas sean los que sí rezan es cruel e injusto. Para todo hay un frente, siempre hay quienes quedan en primera fila porque otros damos el paso atrás. A veces es uno el que queda en el frente, dando alguna batalla solitaria. No es infrecuente que el “minián” de un sábado de mañana sea un espacio de soledades. Un antisemita armado (con metralleta y con odio ciego) no sabe eso; vaya a saber qué sabía, que asumió, qué entendía acerca de lo que somos los judíos. Qué hay en la mente de un hombre, sólo aquel que es objeto del rezo sabe. Nosotros, rezadores o no, difícilmente sepamos.

Pero entre Pittsburgh y RW valdría la pena detenerse, “entre el ruido y la prisa”, como dice el “Desiderata”. “Recuerda que paz puede haber en el silencio”, también dice. El rezo es palabra, murmullo, discurso colectivo; el acto de recordación y honra debería ser, sobre todo, silencio. Porque nada queda por decirse. La cuestión está entre rezar y callar. Elijamos lo que elijamos, lo hacemos juntos, como comunidad, como colectivo.

Es hora de acallar los medios. Es hora de ignorar el odio. Es tiempo de introspección, de crecimiento colectivo, de orgullo, sobriedad, y solidez. Hemos atravesado un infierno retórico, hemos atemperado el impacto fatal del odio ancestral. En otras latitudes, al mismo tiempo, atravesaban un infierno de sangre. Es tiempo no sólo de seguir siendo, sino de seguir haciendo judío. Pelear contra cerdos voladores consume mucha energía. La necesitamos para llegar a Shabat y encender las luminarias. En menos de un mes, las de Janucá. Para que iluminen el entorno.

Shabat Shalom Pittsburgh, desde Montevideo.