Pittsburgh 5779

Retomando el sano hábito de escribir fui a buscar lo último escrito en TuMeser. Resultó ser acerca de experiencias congregacionales; como en “congregación” religiosa, y como en congregarse, convocarse para estar juntos. Recogía una experiencia reciente en Paysandú y otra muy anterior en Punta del Este, ambas comunidades judías en el interior del Uruguay. Mal podía prever que un mes después tendría que acometer la tragedia de la congregación “Tree of Life” en Pittsburgh, Pennsylvania, Estados Unidos de Norteamérica. Allí también había judíos congregados, y por serlo y practicarlo, fueron asesinados por ráfagas de metralla.

De Paysandú a Pittsburgh hay una enorme distancia y no es sólo física sino cultural, idiosincrática, cultural, y política; pero ser judío aquí o allá es lo mismo: uno se congrega, reza, y es víctima del antisemitismo. Es así de simple. Los judíos nos juntamos, nos contamos y recreamos el relato que nos sostiene y nos da razón de ser, y somos pasibles de ser asesinados por un loco suelto convencido por el antisemitismo que las redes sociales han renovado en la Humanidad. Digo “loco suelto” pero no digo “lobo solitario”, porque los lobos nunca lo son; son manadas, y el antisemitismo anda en manada buscando su presa ocasional. Siempre es uno de la manada que se despega, y mata.

Cuando nos matan, más nos congregamos. Así será en todo el mundo, así será en Montevideo. Nos congregamos para honrar a los difuntos, estudiar Torá, recitar Tehilim y el Kadish. Esta vez no será una reunión pequeña, de alguna decena, o dos; esta vez seremos centenas, si no miles, y millones alrededor del mundo. El próximo Shabat, volveremos a congregarnos en las sinagogas, desafiando los miedos, las amenazas, las estadísticas, desafiando en definitiva la Historia como venimos haciéndolo hace siglos y generaciones. Ya no como marranos escondidos en los sótanos sino como hombres libres en las sociedades que habitamos. Donde, y vaya si ha quedado claro, todavía acechan manadas antisemitas.

“Ella es un árbol de vida para los que la sostienen” dice Mishlei 3:18 (Proverbios) y cantamos cada vez que sacamos un Sefer Torá (rollo) para ser leído. “Árbol de Vida”, el nombre no podía ser más simbólico y por lo tanto más significativo cuando ese espacio, que así eligió llamarse, se llena de muerte. Durante siglos tantos se preguntaron por qué abrazar ese texto enrollado y guardado como un tesoro para su lectura, si hacerlo suponía semejante vulnerabilidad. Precisamente, porque es “árbol de vida”. Lo será siendo la próxima vez que nos asomemos a leerla, aunque hayamos enterrado a los muertos el día anterior. Así es, así fue, y así será. Porque el texto es árbol de vida. Hombres y mujeres morimos, por naturaleza o por la mano de otro, pero el texto permanece.

De modo que la próxima vez que nos toque sacar del Arón Kodesh un rollo de la Torá para leer la porción semanal, cuando cantemos “Etz Jaim Hi…”, sabremos en ese momento, más que en ningún otro, que sí es árbol de vida. Porque acaso eso estaban cantando las once víctimas de Pittsburg y sus congregantes cuando las balas atravesaron el recinto. O no. La licencia poética permite visualizar en toda su crudeza la tragedia.

La Shoá no terminó cuando cayó Auschwitz, mal que me pese. Los lobos aún aúllan y hay que mantener encendido el fuego, viva la llama.

Que sus almas se entrelacen en el flujo de la vida.