Elul y la Conversación Judía: Ser o No Ser
La reciente entrevista al pre-candidato a Presidente de la República por el Partido Colorado Ernesto Talvi en la revista Galería de Búsqueda trajo a colación el largamente discutido tema acerca de quién es judío. En dicha entrevista Talvi se auto-define más por aquello que no es que por aquello que es. No niega su origen judío pero elude definirse como tal. Está en su derecho. Es más: le reconozco el mérito de no ser ambivalente como tantos otros que no saben cómo ubicarse en torno a este tema; y cuyo judaísmo es tema de especulación en la opinión pública.
Precisamente de opinión pública trata “Nitzavim”, la porción de la Torá que se lee en el Shabat previo a Rosh Hashaná: Moshé le habla al pueblo y deja instalado para siempre el mito fundacional de que todos estuvimos allí cuando se nos entregó la Torá (Deut. 29:13). “Nitzavim” es un texto colectivo, congregacional, en víspera de los días de grandes aglomeraciones. No venimos a la sinagoga a recibir la Torá sino a leerla, pero también venimos a recrear la experiencia de ser familia, tribus, pueblo. “Todos vosotros estáis hoy presentes…” (Deut. 29:9) es una frase potente que bien podría referirse a la experiencia que vivimos frente al Shofar o durante Kol Nidrei. Aun los más laicos entre nosotros precisan en estos días una sinagoga, una casa de congregación.
La naturaleza judía de una persona puede definirse de muchas formas. La halájica o legal establece que para ser judío hay que nacer de madre judía o convertirse según las normas. La exclusividad de la matrilinidad y los criterios de conversión dan lugar a conflictos de todo tipo; ese es tema de Rabinos. Pero cualquiera sea el criterio, ser judío supone algún tipo de acto bautismal o transformador, sea el parto natural o la inmersión en el baño ritual; no se es judío por mera enunciación.
Nacer judío, sin embargo, demanda de nosotros una manifestación. No de fe, sino de pertenencia. Con todas nuestras dudas y conflictos, cuando llega el momento de hacerse presentes, a todos nos subyuga el mito de Sinaí. Si tal fascinación no logra cautivarnos, se produce la auto-exclusión. Con toda su fuerza metafórica, la idea del colectivo activo y pactual que narra “Nitzavim” es fundacional y excluyente. No se trata de creer, literalmente, que uno estuvo allí, sino de sentirlo de alguna manera muy personal. Hay algo muy subjetivo en ser judío.
Con “Nitzavim” vamos cerrando el ciclo anual de lectura del Pentateuco. Se cierra como pueblo la historia que empezó como familia en Génesis; la literatura ética dejará lugar a la literatura épica, manteniendo la noción de lo dramático que atraviesa toda la Biblia. Nos resulta más fácil vincularnos al cuento bíblico que a sus contenidos y demandas de tipo ético y moral. Es más fácil vincularse al milagro del Mar Rojo que al concepto del chivo expiatorio y los ritos de purificación. Necesitamos el cuento, y vaya si nuestra tradición nos lo proporciona; cuando no está en el texto, lo creamos en el midrash.
Pero el texto de “Nitzavim”, así como Rosh Hashaná, Iom Kipur, e incluso Sucot, no son acerca de historias sino de experiencias. Para llegar a ellas necesitamos el cuento fundacional, pero sin ellas no terminamos de celebrar el pacto. Sin pacto no hay judaísmo; esa es la formalidad. Ser judío supone un acuerdo: para quienes tienen fe, con dios; para quienes dudan, con otros que suscriben el mismo pacto.
Ser judío es una elección cualquiera sea la circunstancia: sea que nacimos judíos o sea que elegimos sumarnos al pueblo judío. En cualquiera de los casos, tenemos que contar el cuento y sentirnos parte del mismo. Cada año en Rosh Hashaná nos inscribimos y en Iom Kipur nos rubricamos. No sólo en el libro de la vida y las buenas acciones, sino en el libro de la genealogía de la palabra.
Shaná Tová!