9Av, AMIA, y Uno.

Si el judaísmo hubiera persistido en ser una religión centrada en su Templo, hubiera dejado de existir hace ya mucho tiempo.

Si Tishá BeAv conmemora, además de la destrucción de los Templos de Jerusalém en 586 BC y 70 EC, una secuencia de grandes desgracias a través de los siglos, entonces se torna más relevante.

Si la AMIA es Tisha BeAv, bien merece un ayuno y una lamentación.

Lamentablemente estamos signados y condicionados, incluso definidos en nuestra naturaleza, por el azote de calamidades y momentos culminantes y de quiebre a lo largo de la Historia. Uno puede pensar en todos los episodios conmemorados en esta fecha y en las consecuencias que cada uno de ellos provocó.  El exilio babilónico producto de la primer destrucción del Templo dio lugar al judaísmo propiamente dicho; la destrucción del Segundo Templo dio lugar al judaísmo rabínico; la expulsión de los judíos de España diseminó su cultura y creatividad por toda Europa y nos dio a un Spinoza; la Shoá habilitó la creación del Estado de Israel. Son las pequeñas ganancias de las grandes pérdidas.

De alguna manera, muy simbólica y esquemática, lo mismo sucede en la vida de las personas. Todos padecemos pérdidas o momentos traumáticos o de quiebre; momentos que determinan un antes y después. Como la tradición judía, podemos ubicar ese momento puntualmente en nuestro calendario biográfico: día del año, día de la semana, hora, y hasta el clima en aquel momento. Podemos recordarlo en cada aniversario, podemos referirnos al mismo como parte de lo que somos o actuamos. Pero sabemos que el tiempo no vuelve atrás, que lo que se rompió no se arregla, lo que se destruyó no se reconstruye. En todo caso, aprendemos que siempre tenemos alternativas y opciones, que creativamente la vida sigue y nosotros con ella.

Es interesante que Tisha BeAv sea UN día y no un período de tiempo; es puntual y definido. Porque precisamente, ese tipo de momentos quedan fijados de ese modo, en su unicidad y particularidad. Es el día que todo cambió para siempre. Nosotros seguimos allí, pero el entorno ya no está. Más gráfico que la imagen de los escombros de la AMIA el 18 de julio de 1994, imposible: en minutos, el edificio y ochenta y cinco víctimas dejaron de estar.

Uno se levanta un día y no sabe cómo terminará. A veces nos quejamos de la rutina, pero no bendecimos las certezas que ella nos da hasta que las perdemos en forma traumática. De pronto lo cotidiano es sólo recuerdo, y todo parece una pesadilla de la que sabemos no vamos a despertar.

Pasado el tiempo, como el pueblo judío, llevamos con nosotros el recuerdo, marcamos los aniversarios, y tenemos una noción casi obsesiva respecto a lo que supo ser pero ya no. Sin embargo la vida sigue y sabemos que aunque nos dieran a elegir, no volveríamos a aquel minuto antes del quiebre, antes que se encendiera la primer antorcha cuyo fuego devoró el Templo, los recónditos rincones de nuestro corazón. Al punto que tuvimos que abandonar lo que era parte de nosotros para seguir siendo: ya otros, ya diferentes, ya futuro.

Como el Templo de Jerusalém, uno lleva consigo sus desgracias y su dolor como homenaje a lo que fue, y no tanto como deseo de lo que quisiera volver a ser. Porque como con la destrucción de los Templos, uno sabe que carga con su cuota de responsabilidad; que el conflicto nunca es gratuito, que el desamor se paga con pérdidas, y que todo se reconstruye con sabiduría y paz de espíritu. Las batallas deben darse contra el enemigo, no allí donde habitamos. Cuando lo entendemos ya es un poco tarde porque hemos perdido aquello que éramos; pero ya nos asomamos a lo que seremos. El presente puede también ser el quiebre del futuro con el pasado; eso es Tisha BeAv.

Todos tenemos un Tisha BeAv en algún lugar de nuestro corazón. Todos somos pasibles de calamidades y desgracias que transforman nuestra existencia. Todos tenemos el potencial de renovarnos y sobrevivir. En general, sucede sin que nos demos cuenta; pero hacerlo consciente le da mayor intensidad a la vida. Todos penamos por un Templo destruido pero todos seguimos contándonos la historia que nos lleva de un día al siguiente, para bendecir haber llegado a este momento.