El Hijo Sabio

El Sabio, ¿qué dice? «¿Qué son los testimonios, los estatutos y las leyes que Adonai, nuestro Dios, ordenó a ustedes?» (Deut. 6:20). Tú, a su vez, has de instruirlo en las leyes de Pesaj, [hasta la que dice que] «no se debe comer postre después de la ofrenda de Pesaj».

Desde niño mi lectura de la Hagadá queda atrapada en esta oposición entre el hijo “sabio” y el hijo “malvado”, precisamente porque no encuentro tal oposición entre sabiduría y maldad o bondad. El hijo “sabio” puede también ser “malvado” y el “malvado” demuestra no poca capacidad en su planteo. El asunto es la elección de las palabras en el hebreo original, ni hablemos ya de las traducciones. “Jajam” no es sólo sabio, también es inteligente; “rashá” implica también cierta alevosía. De modo que no es tan simple como que un hijo “se las sabe todas” y el otro “se auto-excluye”.

El hijo sabio es el que da “najes” a la familia. Cita la Torá literalmente e interpela, asumiendo que él sí sabe las respuestas a su pregunta. El hijo sabio es el establishment, la obsesión por las formas, las leyes, las normas, el detalle. Representa una forma de judaísmo que hoy llamamos ortodoxa: cómo deben hacerse las cosas. Ante tal demanda, ante tanto conocimiento de su parte, debemos responderle con el mayor detalle, con la norma más recóndita y aparentemente insignificante: cuándo podemos o no comer el postre. ¿Qué podemos enseñarle a este hijo prodigio? Poco, seguramente. Lo imagino no sólo como el hijo sabio sino como el hijo pedante y sabelotodo. Seguramente no será él quien cante las cuatro preguntas del “ma nishtaná” porque sus preguntas son bastante más sofisticadas.

El problema es que a veces el hijo sabio es uno mismo. Aún en nuestro rol como padres, somos hijos “sabios” que interpelamos a nuestros y otros hijos en la costumbres y ritos de la festividad desde nuestra torre de marfil de tradición y, con suerte, conocimiento. Sucede entonces que el Seder es un evento entre unos pocos “sabios” en un extremo de la mesa mientras el resto de los “hijos” esperan el banquete y la búsqueda del “afikomán”. Acaso el desafío es precisamente el que propone el texto con los cuatro hijos: cómo incluir a cada uno de los presentes.

Nunca somos tan sabios como ese hijo que describe la Hagadá. Incluso cuando nos toca liderar el Seder, llevar adelante las lecturas, negociar los pasajes a omitir o incluir (¿quién no negocia la duración de la lectura?), podemos ser simultáneamente cualquiera de los otros tres hijos; e incluso algún otro tipo que la Hagadá no quiso o supo incluir. Vale la pena entonces pensarse un mismo siempre como hijo, y como tal, qué tipo de hijo respecto a la festividad, “los estatutos y las leyes”, y en general, toda la experiencia judía.

En la medida que han pasado los años yo me he convertido más y más en el hijo sabio: no por mis conocimientos, que siguen más afines al hijo simple o al que no sabe preguntar, sino por el rol que he decidido asumir. Soy el hijo sabio porque pregunto acerca de estatutos, leyes, costumbres, significados y relevancia del ritual del Seder. Desde el momento que incluimos una naranja en la Keará de Pesaj nos convertimos en hijos sabios: si “el día que hayan rabinas habrá una naranja en la Keará” como dijo Suzanne Heschel, incluir la naranja es crear una nueva norma(lidad) en el rito y en la vida judía.

De modo que el hijo sabio no es sólo aquel al que le contestamos con un detalle porque todo lo sabe; siendo que es el que pregunta lo más complejo y sofisticado, es también el que puede proponer los nuevos rituales. Todo un desafío.