Sincretismo 2018
Con motivo de las celebraciones casi universales y no judías a las que en Uruguay por lo menos denominamos “las fiestas” tomé nota de algunos fenómenos mediáticos que primero me fastidiaron para finalmente molestarme profundamente. El uso de las redes sociales tiene como principal virtud dar a todo el mundo la posibilidad de expresarse libremente; al mismo tiempo, desafían nuestro criterio moral como nunca en la historia había sucedido. La inmediatez, la irreparabilidad de lo escrito o dicho, y la difusión exponencial, hacen que UN error sea fatal. Por ejemplo: un tweet no se edita o corrige, sólo es pasible de ser eliminado por su autor. Sin embargo, como un libro (pero sin revisión ni edición), cuando está “en la calle”, no tiene marcha atrás. Ya no pertenece a su autor, es de sus lectores. Por otro lado, todas las redes mantienen una línea de tiempo, por lo cual está claro cuándo uno dijo u omitió decir algo, y está claro cuándo y por qué lo corrigió después; si es que corrigió; si es que se percató de su error u omisión. En suma: las redes son tramposas y merecen atención y respeto por la palabra. Aquello de no pronunciar el nombre de dios en vano aplica, traspolado, en este contexto: no postearás en vano.
Dicho esto, me remito a los hechos que motivan esta reflexión. Todo empezó con comentarios en tweeter por parte de una autoridad religiosa judía acerca de la exactitud de la fecha del nacimiento de Jesús, Cristo para los cristianos, su Mesías. No había nada ofensivo en los tweets, pero sí un persistente cuestionamiento a una tradición básica del Cristianismo: que Jesús nació el año 0 y que el tiempo se cuenta a partir de allí hacia delante (EC) o hacia atrás (BC). El nacimiento de su Mesías marca el tiempo cristiano, y el mundo occidental lo hizo suyo en forma del calendario gregoriano, que rige las relaciones entre los hombres en todo el planeta. El mundo académico podrá discutir hasta el cansancio cuándo realmente nació Jesús, si es que es posible determinarlo, pero a los efectos celebratorios, no es relevante; es intrascendente y puede ser hasta ofensivo. ¿Acaso nos gustaría que se nos cuestione nuestra cuenta de los años en el calendario hebreo? Más allá que alguien lo crea o no, está claro que 5778 años de la creación del Hombre (y la Mujer) es sobre todo una tradición. Desconozco cómo cuentan los chinos sus años, pero sé que en febrero se toman largas vacaciones. Es su tiempo, sus celebraciones, sus horóscopos; no tengo nada que decir u opinar.
Llegado fin de año, y siendo éste que ha comenzado el 2018, vi muchas imágenes combinando el 20+JAI (18 en letras hebreas). También leí un comentario de otra autoridad judía deseando felicidad por el “saldo del año 5778”. No me parece feliz ninguna de las ocurrencias. A lo largo de la historia las religiones y las culturas han tomado prestado unas de otras ideas y creencias; eso se llama sincretismo. No es ese el problema. El problema es qué hacemos con esas ideas sincréticas, qué construimos sobre ellas, qué denotan de nuestra percepción del mundo en que vivimos. Está claro que los judíos que no vivimos en Israel o que no vivimos estricta y únicamente bajo el calendario hebreo, vivimos en dos mundos paralelos: el judío y el no judío. Somos judíos y somos uruguayos, o argentinos, o lo que fuere. 2018 es el año gregoriano y no tiene NADA que ver con lo judío. Combinarlo con JAI puede ser ocurrente y simpático pero en definitiva sólo refuerza nuestra confusión. ¿A dónde realmente pertenecemos? ¿Tanto temo al otro que tengo que incorporar un signo propio al número universal? ¿Tengo que dar una pátina judía a TODO lo que sucede a mí alrededor? Visto desde fuera: ¿qué símbolo judío le están agregando al año de todos? JAI es JAI y es 18, 2018 es 2018.
Respecto a que “Año Nuevo” celebra el “saldo” del año hebreo en curso, huelgan los comentarios. Si alguien hiciera comentarios con este tipo de humor respecto a nosotros los judíos lo estaríamos tildando de judeofóbico. Una vez más: 2018 es 2018, 5778 es 5778. Cada año encierra sus días y sus noches, sus hechos y sus celebraciones. Ambos nos pertenecen por historia y cultura, pero una vez más, no son mezclables. Saber las diferencias nos hace no sólo mejores personas, también mejores judíos.
La Navidad, en especial en los EEUU, le ha hecho un gran favor a Janucá. Para ser una fiesta no bíblica, ha adquirido una popularidad envidiable. Nos da a los judíos una libertad y una normalidad que pocas veces gozamos. En época de luces y regalos, nosotros tenemos los nuestros. Pero por el bien de Janucá y nuestra identidad (y por el bien de la Navidad), más vale entender que una y otra nada tienen que ver. Una celebra un milagro militar y místico por medio la re-consagración del templo; la otra celebra el nacimiento de un Mesías. Las luces de Janucá no son las del “arbolito”, son velas o aceite ardiendo en recuerdo de tiempos de heroísmo y devoción que antecedieron al gran exilio. La nuestra es una luz diferente entre los millones de titilantes luces que envuelven al mundo en diciembre. Aportamos la luz desde nuestras ventanas, como todos los aportes que hacemos: desde nuestro lugar, el hogar judío.
Siguiendo con el tema de la Navidad, la gota que desbordó mi vaso de despropósitos y ofensas aparentemente inocuas y gratuitas, pero a mi criterio duras e ignorantes, fue la imagen de un barbado, conocido, y joven rabino de la comunidad judía junto a la imagen cristiana de la Virgen, con un candelabro (janukiá) en el medio, en un obvio y grosero fotoshop de la campaña de la Iglesia Católica “Navidad con Jesús”. Sólo que ahora decía “Janucá con ….”, y ponía el nombre del rabino. Me abstengo de publicar la imagen porque la censuro y menos el nombre porque si bien es conocido, no seré yo quien lo reproduzca. La ofensa es triple: para la comunidad católica, para la comunidad judía, y para el joven rabino. Desconozco la reacción del aludido, pero la imagino de disgusto; menos conozco la reacción de la Iglesia Católica, pero la imagino de disgusto. Yo, en lo personal, y como judío, me reconozco profundamente disgustado. Aplaudí la decisión del Cardenal Sturla de promover la “Navidad con Jesús”, es decir, una Navidad con contenido religioso, del mismo modo que abogo por dotar a nuestras festividades con mayor significado que las comidas que comemos. Es algo así como volver a las fuentes. Mezclar con supuesto humor lo que está larga y dolorosamente separado no contribuye a la nueva narrativa de mutuo respeto y reconocimiento que estamos recorriendo ambas religiones. Mucho menos cuando caricaturizamos personas (el rabino) y hacemos uso de imágenes que no nos pertenecen (la Virgen).
Las redes sociales nos han dado poder. Por algo Yuval Noah Harari tituló su segundo libro “Homo Deus”, cuando el primero fue simplemente “Sapiens”. Nunca más que hoy es pertinente el lenguaje religioso: no por el poder que ostenta, como antaño, cuando nada sabíamos y poco controlábamos; es pertinente hoy para controlar ese poder ahora que tanto sabemos y todo queremos controlar. No juguemos gratuitamente con las propuestas religiosas de nadie, ni nuestras ni de otros. Tienen su razón de ser, su discurso propio e intransferible. Que no sea nuestro no quiere decir que no diga cosas. Cuando el hombre (Sapiens) quiso alcanzar a dios (Homo Deus), fue un babel de voces las que se confundieron y perdieron su propósito sobre la tierra.