Pinjás: una lectura pertinente.

Si uno fuera religioso literalmente, atribuyéndole sentidos divinos a todo lo que sucede a nuestro alrededor; si uno pensara que la Torá realmente fue escrita por dios y es perfecta y nada falta ni nada sobra; si uno realmente creyera que todo es pasible de ser enseñanza, no podía haber mejor coincidencia que parashat Pinjás (porción semanal de la Torá que leemos los judíos) en Números 25:1-30:1 para cerrar este ciclo de calamidades actuales para nuestro pueblo. Ni hablemos del período luctuoso que se abre entre el 17 de Tamuz hasta el 9 de Av, “entre las estrecheces”. Estrecho, que en hebreo coincide con el nombre de Egipto, “Mitzraim”. En fin, si uno fuera creyente de ese dios anciano, sabio, omnisciente y omnipotente, pensaría que ese dios está muy poco contento con todo lo que sucede y por eso la sucede ahora.

A pesar de todo todavía no terminamos de salir de Mitzraim, de las estrecheces. Cada día que pasa angostamos más el tubo por el cual enfilamos hacia el futuro. Como no soy ese tipo de creyente, como no atribuyo sentidos divinos a la existencia, como estoy convencido que la Torá fue escrita por hombres, entiendo que casi cualquier texto bíblico aplica a la realidad que nos toca. Es nuestra búsqueda, nuestra necesidad de entender y vivenciar experiencias que nos superan, las que nos llevan de regreso al texto fundacional, tan abierto, tan sintético, tan pasible de ser recreado y resignificado. Ese es nuestro mayor tesoro como pueblo.

“Pinjás” aborda dos temas más que actuales: por un lado, el celo fanático de quien se atribuye la representación divina; y por otro, el sentido de justicia divina a través de la sentencia respecto de las hijas de Zelofejad. Mientras que en la versión bíblica estos temas aparecen juxtapuestos, en la versión “siglo XXI” aparecen como opuestos: por un lado, el gobierno de turno del Estado de Israel elegido democráticamente atraviesa su lanza en el resto del pueblo judío que “acercó a una midianita” (Números 25:6) a su seno. (La metáfora de la plaga que cesa con este acto feroz de Pinjás no puede ser más contundente en referencia a la plaga que suponen los movimientos “liberales” en el seno del pueblo en la actualidad); por otro lado, el texto hace justicia con las hijas de Zelofejad injustamente desposeídas  de su heredad, sentando un precedente para las generaciones. No sólo contrastan las ideas en juego (fanatismo vs. sentido común) sino la forma en que los conflictos se confrontan (violencia impetuosa vs. diálogo racional).

En una lectura moderna (MI lectura), no hay lugar para las acciones del tipo que empuña Pinjás, mientras que el único camino es el seguido para las hijas de Zelofejad. En otras palabras: no hay tal plaga, no cabe “matar al perro para matar la rabia”, a la vez que todas las voces deben escucharse y sobre todo, recibir satisfacción. Tengo certeza de que así como un día sucedió que “el año próximo” estuvimos en Jerusalém, un día el espacio “sagrado” del Kotel acomodará a la verdadera mayoría del pueblo judío en (casi) todas sus pretensiones. No es sólo cuestión de “realpolitik”, de números y coaliciones; habrá que esperar a la coalición adecuada para que suceda, pero sucederá. Seguramente Netanyahu no estará al frente del gobierno para entonces.

El tema no es cuándo sucederá, sino por qué debe suceder. Todos tenemos claro por qué no sucede ahora, lo que asombra es la falta de sensibilidad de todo un gobierno que es rehén de una minoría. Lo cual pone de manifiesto no solamente la legítima naturaleza de la democracia israelí sino la naturaleza intolerante y exclusivista de una parte del pueblo que, coyunturalmente, tiene mucho poder. Volviendo a “Pinjas”, el gobierno es como una suerte de Moshé impasible frente a la acción de Pinjás, a la vez que procura dar su lugar a las mujeres desplazadas.

Las tierras que corresponden a las hijas de Zelofejad equivalen simbólicamente al espacio y acceso que merecen  las corrientes liberales que no se identifican con la ortodoxia que hoy controla el Kotel. El acto de Pinjás se corresponde, simbólicamente, con la suspensión del proceso encaminado a asegurar ese espacio. La Biblia no podía ser más elocuente ni más pertinente. Por su dimensión milenaria y fundacional, nos da la verdadera dimensión nacional y trascendental de lo que está en juego.

No valen posturas reduccionistas del tema. En lo personal a uno puede importarle más o menos el Kotel, más o menos Hebrón, más o menos quién es rabino o quién es judío; cada uno tiene sus prioridades y su realidad de vida. La cuestión es a nivel nacional, colectivo. Las preguntas que caben en estos días aciagos del calendario hebreo son:

  • cuál es el próximo templo que queremos ver destruido
  • cuál es el próximo exilio en que queremos embarcarnos
  • acaso la esperanza redentora precisa de nuestro propio sabotaje, no sea que verdaderamente nos estemos acercando a un tiempo mesiánico.

Yo creo con absoluta certeza, evidente por sí misma, que la razón de ser del pueblo judío es propiciar tiempos mejores y más justos. No hay lanza de Pinjás ni decisión gubernamental que empañen los reclamos de las mujeres, sean hijas de Zelofejad o “Mujeres del Kotel”. Así como otros creen que el mesías llegará, yo creo que nos aproximamos a ese estado día a día. Tal vez cumpliendo los preceptos (quién puede discutirlo), pero sobre todo, perfeccionando un mundo de justicia y sentido común, un mundo con espacio para todos y cada uno. Como en la explanada del Kotel.