El Hijo Rebelde
Donniel Hartman, The Times of Israel, 5 de enero de 2017
Los hechos del caso han sido establecidos. El sargento Elor Azaria ha sido declarado culpable de homicidio culposo. Aunque que el disparo no haya sido premeditado, el tribunal lo declaró culpable de matar intencionalmente a un terrorista herido que ya no representaba una amenaza para la vida humana. Al hacerlo, el sargento Azaria violó la ley militar israelí y los fundamentos morales sobre los que se basa nuestro ejército.
Los hechos del caso han sido establecidos y el ruido ha comenzado:
- “Azaria es nuestro hijo”.
- “No abandonamos a nuestros soldados”.
- “Puede ser que Azaria sea culpable, pero merece un perdón inmediato”.
Azaria es por cierto nuestro hijo, parte de nuestra familia. Ser miembro de la familia, o en su caso, ser un ciudadano de nuestra sociedad, no depende de las acciones que uno realice. Les pedimos a nuestros hijos que nos defiendan y los ponemos en peligro. Estamos en deuda con ellos, y siguen siendo nuestros hijos, sin importar si actúan bien o mal. Nuestros hijos requieren de nuestro amor, lealtad, cuidado y compasión. Sin embargo, no estamos obligados a consentir y aceptar moralmente todo lo que nuestros hijos hacen. De hecho, somos negligentes en nuestro deber como padres y familiares si lo hacemos. El sargento Azaria es nuestro hijo, pero es un hijo rebelde, un hijo que quebrantó la ley y violó nuestro código moral.
Es cierto que no abandonamos a nuestros soldados. Recuerdo nuestra frenética carrera durante la primera guerra del Líbano para alcanzar a nuestros compañeros de armas que pensábamos que estaban heridos e iban a ser asesinados o tomados prisioneros. Recuerdo nuestra incapacidad de cumplir con esta responsabilidad con respecto a los miembros de nuestra unidad que cayeron en la batalla de Sultan Yacoub. Recuerdo el cuerpo de mi cuñado, Aharon Katz, que nuestro ejército no pudo recuperar. Esto es lo que queremos decir cuando decimos que no abandonamos a nuestros soldados. Pero utilizar este axioma – el más básico de la sociedad israelí – en el contexto del sargento Azaria, significa profanar a todos aquellos que fueron heridos y murieron realizando valientes esfuerzos para traer a nuestros compañeros soldados a casa. Es una forma de manipulación emocional que es prácticamente un pecado.
Enviamos a nuestros hijos al ejército para cumplir con algunas de las tareas más difíciles imaginables. Los sometemos a desafíos a los que nadie de 18 años debiera ser sometido. Lo hacemos porque no tenemos otra opción. Un ejército, al igual que la sociedad civil, se rige por leyes y reglamentos destinados a garantizar la seguridad y los derechos de los soldados y aclarar sus responsabilidades. A diario, los soldados quebrantan algunas de estas leyes son juzgados y castigados. ¿Es que todo soldado que hoy se encuentra en una prisión militar es un solado que fue “abandonado”? ¿Es que alguno de nosotros postula que nuestra lealtad a la familia y la deuda hacia nuestros hijos en el ejército deben prevalecer por encima del estado de derecho?
¿Por qué se merece el sargento Azaria un perdón inmediato? La única base para un perdón es un argumento que dice que, si bien puede ser legalmente culpable, sus acciones no tenían ninguna falla moral: mató a un terrorista que estaba dispuesto a morir como un shahid (mártir) matando a uno de nuestros hijos en el ejército. Si éste es realmente el argumento, dejémonos de posiciones políticas, de manipular emocionalmente y de competir por quién ama verdaderamente a nuestros hijos y debatamos el tema.
¿Queremos mandar a nuestros hijos a un ejército que aprueba matar a los prisioneros? ¿Por qué sentimos que nuestro código militar de ética y la exigencia de mantener la “pureza de las armas” sirven a nuestros hijos, a nuestro ejército y a los intereses de nuestro país? ¿O creemos que estas exigencias los ponen en peligro y los amenazan? Declaramos una y otra vez que nuestro ejército es el ejército más moral del mundo. ¿Es una declaración heredada por derecho o es una responsabilidad que tenemos que ganarnos?
Uno de nuestros mayores desafíos es que nuestro renacimiento nacional se ha producido en uno de los lugares más violentos y moralmente complicados en la tierra. Tenemos que aprender a sobrevivir en el Medio Oriente, pero sin convertirnos en un fenómeno más del Medio Oriente. Vivir en función de nuestros principios morales de que toda vida humana es sagrada y sólo se puede tomar como acto de autodefensa, no es simplemente nuestro desafío, sino nuestra mayor fortaleza. Nuestros hijos, a quienes enviamos a defendernos, deben recibir el mejor entrenamiento y el mejor equipo que nuestros recursos sean capaces de proporcionarles. Pero como soldado, yo sabía que mi mayor fortaleza residía en mi certeza sobre la justicia de mi causa y en la fortaleza moral de mi país y de mi ejército. Fue con esta certeza que envié a mis hijos al ejército. Fue con esta certeza que sabía – en el sentido más profundo – que mis hijos iban a estar bien. Debido a que el sargento Azaria y todos los soldados de nuestro ejército son, de hecho, nuestros hijos, nuestro mayor acto de cuidado y lealtad es garantizar que sirvan en un ejército que realmente aspire a ser el más moral del mundo.
En el discurso jurídico rabínico, el hijo rebelde es castigado ahora por lo que podría llegar a ser en el futuro. El sargento Azaria debe ser considerado responsable, porque si lo perdonamos, siento temor por lo que podamos llegar a ser: una sociedad que ha perdido su brújula moral, que ha sobrevivido a los peligros del Medio Oriente sólo para convertirse en parte del Medio Oriente.
El sargento Azaria ha sido declarado culpable, pero también es una víctima. Nuestros hijos, a quienes enviamos para protegernos, deben soportar desafíos morales a menudo demasiado grandes para sus jóvenes hombros. Él es una víctima, porque mientras nuestro ejército es muy claro acerca de sus reglas de enfrentamiento y de las normas morales que exige a sus soldados, nuestra sociedad civil no es tan clara. Se ha convertido en aceptable que los líderes políticos, religiosos y sociales aboguen en favor de acciones y políticas de venganza y represalia. A pesar de nuestro inmenso poder y éxito, el temor ha penetrado en el corazón de nuestra realidad y ha legitimado el hecho de abogar por la supresión de los derechos humanos.
El sargento Azaria es culpable, pero también es una víctima. Sería un gran error judicial que la severidad de su condena reflejara la enormidad del problema que sus acciones desataron. Dejemos que la sentencia refleje el hecho de que es tanto culpable como víctima. Pasemos del debate acerca del destino de nuestro hijo rebelde a un debate sobre lo que deberíamos ser en el futuro.
Traducción: Daniel Rosenthal, en memoria de Ría Okret Z’L