Juglares
Ianai Silberstein
Caminan por delante nuestro unos cuantos años. Ahora han comenzado a despedirse: conciertos y otras muertes. Del mismo modo que nuestros padres debieran antecedernos en partir de este mundo, ellos, nuestros juglares, nuestras voces, nuestra música, se van yendo: tal vez no en susurros pero por cierto que no con un estallido. Se van como nos vamos todos, tras un lento, al principio imperceptible, deterioro, para luego sumirse en una más o menos digna vejez. Su vocación es tal que persisten, aun octogenarios, o casi, en traernos su arte, en compartir en vivo el destino de sus vidas. Acaso la premura económica, acaso la mera inercia de una vocación, el hecho es que se van como vinieron: cantando y diciendo. Uno, que no los conoce personalmente, suspira, calla, y piensa; porque el ser humano que ya no está es dolor para sus seres queridos, pero para nosotros, su audiencia, es una sensibilidad. Éstas no mueren: no murieron los grandes poetas antiguos, menos morirán éstos cuya obra queda, literalmente, grabada. Hoy en día, elija cada uno el soporte.
Por eso seguramente Leonard Cohen será mucho más grande en su muerte que en vida. A poco de que Bob Dylan recibiera su Nobel, Leonard Cohen muere. Entre premio y muerte queda masificada la sensibilidad universal de estos poetas trovadores músicos cuyo estándar excede el criterio comercial; éste es una lógica consecuencia de sus obras inconmensurables y mayúsculas. Estos dos acontecimientos yuxtapuestos ponen de relieve la capacidad de la especie (humana) de trascender aun a niveles masivos y populares. Dylan y Cohen (dos buenos chicos judíos) han puesto la poesía en boca de las masas. En tiempo de campañas políticas despiadadas y groseras, en medio de incertidumbres y miedos, los medios estarán ocupados en explicarnos la obra de estos (y ojalá otros) poetas del siglo XX. Podemos hablar de economía y mercados, política y sociedad, encuestas y tendencias; ellos, Cohen y Dylan, este año 2016, nos habilitan a hablar también de la metáfora.
Acabo de leer acerca de un concierto de Paul Simon en Madrid. Sus últimas apariciones, bien avanzados sus setenta años, ya nos muestran un anciano debilitado y de pulso frágil. Nunca fue una personalidad avasallante sino una voz melodiosa y amable, un compositor exquisito, y un letrista con altas aspiraciones y versos memorables. No, no es ni Cohen ni Dylan; es Simon, el de Simon&Garfunkel. Sin embargo, llegó a decir que el silencio suena para que la metáfora se instalara para siempre en la sensibilidad universal (bueno, al menos la occidental). Si, como ya citáramos a Borges, hay metáforas esenciales, el mérito es doble: por un lado descubrirlas, y por otro transmitirlas. La respuesta “que vuela con el viento” o “los sonidos del silencio” son simples de aprehender; sin embargo, alguien tenía que decirlo de una manera que todos, millones y millones, lo escucháramos. Esos son los juglares que en estos días estamos rescatando en medio de despedidas y reconocimientos.
En idioma español tenemos varios de estos veteranos que cada tanto aparecen para recordarnos que siempre podemos aspirar a más. Los más notorios que me vienen a la mente son Serrat y Sabina; más el primero que el segundo, pero es cuestión de preferencias personales. El caso de Joan Manuel Serrat es inequívoco: sacó a Machado y Miguel Hernández de los libros y los bajó al llano de las masas. Nada que no hicieran Paco Ibañez o Alberto Cortez, pero Serrat los eclipsó a todos: su propio carisma, su poder de seducción, su honestidad intelectual, y su propia capacidad poética lo destacan entre sus colegas. “Mediterráneo” o “Pueblo Blanco” o la perturbadora “De cartón piedra” son poesía para ser cantada.
Por todo esto la muerte de Leonard Cohen es tan significativa. Y también porque nos enfrenta al básico y nunca bien abordado tema de la finitud. La suma de las sensibilidades de todos estos cantautores nos preparó durante años para estos tiempos dónde un concierto puede ser el último, donde un día la pluma dejará de escribir. Todos sabemos que Shakespeare y Lorca han muerto; pero su poesía vive e inspira.
Leonard Cohen, que tu alma se entrelace en el flujo de la vida.