Trump: ¿es bueno para los judíos?
Gideon Levy, Haaretz 10 de noviembre de 2016
Confesión número uno: tenía la esperanza de que Donald Trump sería elegido. Confesión número dos: su elección me asusta. Alcanza con pensar en Rudy Giuliani ocupando un puesto de primer nivel en su gobierno y tal vez influyendo en su política hacia Israel, para que uno realmente comience a temblar. Mi pareja, Catherine, se ha encerrado en su habitación, aún más enojada y aterrada: está preocupada por el medio ambiente y por el futuro de su país. Está segura de que Trump destruirá el medio ambiente y que permitirá que Vladimir Putin se apropie de Suecia.
Este miedo a Trump, que ahora se extiende por el mundo, y tal vez también a algunos de sus votantes – de forma similar a los partidarios del Brexit en Gran Bretaña que posteriormente lamentaron su voto, pero en un grado mucho mayor – es el miedo a lo desconocido. Y aún más, es el miedo a lo que no se puede saber. Este temor recuerda el terror de 1977, cuando Menajem Begin llegó al poder. La mitad de la nación estaba en estado de pánico, escuchándose por todos lados visiones antagónicas del apocalipsis. Begin hará la guerra, Begin traerá el fascismo. En última instancia, Begin hizo realmente la guerra, como haría cualquier primer ministro israelí decente, pero también hizo la paz, como no lo hizo ningún otro primer ministro israelí, ni antes ni después de él. Y Begin no introdujo el fascismo.
Tenía la esperanza de que Trump sería elegido porque sabía que la elección de Hillary Clinton, cuyos valores se distorsionaron hace mucho tiempo, también significaría una continuación de la ocupación israelí. Mi mundo es por cierto estrecho: la ocupación me interesa por encima de todo, y para mí no podría haber algo mucho peor que un presidente que continúe financiándola. Si ella hubiera sido elegida, deberían estar descorchando champán en lugares como Yitzhar e Itamar. Con el dinero de Haim Saban y el legado de Obama, los Estados Unidos no se atreverían a ejercer presión sobre Israel. El fin del mundo, en otras palabras.
Benjamín Netanyahu también debería estar preocupado. Un Trump que pierda interés en el Medio Oriente también podría ser un Trump que no apoye la ocupación. La alegría de los colonos es prematura. Bien podría convertirse en un grito de angustia. Trump nunca será un amigo de los palestinos, por supuesto, del mismo modo que no será un amigo de todos los débiles del mundo, pero podría resultar un verdadero aislacionista y, como tal, deshacer el compromiso ciego, automático y desconcertante de su país con Israel.
Después de todo, fue elegido en gran medida debido a su promesa de eliminar la corrección política. En los Estados Unidos, el apoyo a la continuación de la ocupación israelí es políticamente correcto. Así que, en mi opinión provinciana, esto era un motivo para tener esperanza en una victoria de Trump.
La elección de Trump también me asusta. Como suele pasar cuando las fantasías se cumplen, la realidad es más aterradora de lo que se esperaba. No hay necesidad de hacer una lista de todos sus puntos de vista intolerantes, de toda su retórica incendiaria, de todos sus terribles rasgos de carácter. Se comprometió a continuar con el uso de la tortura en los interrogatorios, a anular el acuerdo con Irán, a utilizar posiblemente armas nucleares. ¿Qué más se necesita para aterrorizar a cualquier persona cuerda? Sin embargo, su promesa de mudar la embajada estadounidense a Jerusalem es divertida: los diplomáticos estadounidenses seguramente no estarán ansiosos de vivir en Jerusalén, y mudar la embajada de todas maneras probablemente no tenga gran importancia.
Una de dos cosas ocurrirá: o bien Trump será Trump, o el Presidente Trump no será el Trump que hemos llegado a conocer. Él mismo probablemente no sepa qué pasará. Su discurso de victoria del miércoles fue un indicio de la segunda posibilidad. Si Trump mantiene su palabra y sus promesas de la campaña electoral, significará una terrible tragedia para los Estados Unidos y el mundo, y tal vez una pequeña esperanza para Israel: el Trump original no dudaría en hacer caso omiso de Israel, y el resultado podría ser beneficioso para éste.
Paradójicamente, lo que es malo para el mundo y para los Estados Unidos podría ser bueno para Israel: un presidente aislacionista ignorante que no está interesado en el mundo, que quiere que todos los países paguen por la ayuda estadounidense y que está empeñado en sacrificar las vacas sagradas, podría ser un presidente que le dé a Israel una sacudida saludable.
¿Marcó el miércoles el fin del mundo? Quizás. Quizás no.
Trad: Daniel Rosenthal