Adiós Shavit
Debo reconocer que hay ciertos temas que me exceden: ya sea por falta de capacidad para entenderlos o porque simplemente me parecen irrelevantes. Muchos de éstos últimos tienen que ver la denominada “corrección política” importada desde la tierra de los juicios y demandas, los EEUU de América, o desde la Europa ultra verde con su defensa de valores de ecológicos. Dicho de otra manera: si en EEUU han decidido que denominar “negro” a un hombre de tez oscura (negra) es denigrante por las connotaciones históricas que implica, es de recibo hablar de “afro-descendientes” cuando nos movemos en una cultura estadounidense. Si los partidos verdes en Europa han ganado tanta representatividad como para prohibir lo que ellos denominan “mutilaciones” en animales como los perros (cortes de orejas y colas), uno acepta que en esos países determinadas razas caninas se vean en forma “natural”. Uno respeta las normas que democráticamente se imponen países, continentes, y culturas. Lo que no resulta aceptable es la pretensión “imperialista” de imponer en otras culturas valores que para éstas no son relevantes. Cada cultura maneja sus propias sensibilidades y convivencias.
El episodio del periodista israelí Ari Shavit en relación a una situación de “abuso o acoso sexual” con una periodista estadounidense, que él no sólo admitió sino por el cual decidió interrumpir su carrera profesional, se inscribe dentro de esas situaciones colocadas fuera de contexto. No cabe duda que el fenómeno Trump en los EEUU, su video machista respecto de su relación con las mujeres, y la consecuente aparición de numerosas acusaciones, fue el marco adecuado donde de pronto una figura como Shavit se transforma en víctima, mientras que Trump está dando pelea, y no sin chance, para ganar la presidencia de los EEUU. De modo que podría darse una situación donde tengamos a Donald Trump en la Casa Blanca y a Shavit en su casa. Uno vociferando bravuconadas al mundo y teniéndonos en vilo, y el otro silente y privándonos de sus análisis y perspectivas de cualidades casi proféticas.
No soy yo quien vaya a defender a Shavit, mucho menos cuando él decidió no defenderse y dar un paso al costado. Sin embargo, como lector de Shavit, como traductores de sus artículos para este blog, creemos que la desproporción entre el hecho en sí (su conducta, cualquiera sea su naturaleza y gravedad) y su consecuencia es no sólo absurda sino perjudicial. No sobran voces con la dimensión histórica y a la vez profética, el tono realista y a la vez inspirado, la investigación exhaustiva y la visión ideológica de Shavit. Repito: no es que no existan periodistas y escritores de su envergadura profesional y moral, pero seguramente no son tantos. En el contexto de un Israel cada vez más polarizado, fragmentado, ideológicamente obtuso, Shavit ha sido una luz para los judíos. Luz sobre la realidad, y luz al final del túnel. Ahora, se apagó.
Su libro “Mi Tierra Prometida: Triunfo y Tragedia de Israel” fue un best-seller a pesar de la crudeza de alguno de sus capítulos. Shavit puso sobre la mesa la conversación, entre judíos e israelíes, acerca del desplazamiento de los refugiados árabes (hoy palestinos) desde ciudades como Lod (Lydda). Shavit trajo la voz de un abogado árabe-israelí de gran prestigio que habla de la paciencia centenaria del pueblo palestino ante la ocupación israelí y la propia existencia del Estado del cual él es parte. Al mismo tiempo, Shavit consigue trasmitir (con hechos, cifras, datos) la avasallante y casi neurótica energía israelí, las profundas y preocupantes contradicciones de una sociedad que se fragmenta año a año, el sostenido crecimiento económico y la pérdida del sueño sionista socialista tal como lo aprendimos en nuestra juventud. ¿Quién será capaz en el futuro cercano de hablar de todos estos temas con la claridad de Shavit? Tendremos que conformarnos con el discurso xenófobo y agresivo del establishment de derecha (de Netanyahu para fuera) o con el discurso amargo y de auto-odio de la izquierda derrotada y frustrada cuya única solución parece ser la auto-destrucción del proyecto sionista.
El silencio de Shavit parece ser un precio muy alto para pagar por una debilidad humana. Por cierto que el hombre puede ser todo lo brillante y visionario que hemos sostenido, y al mismo tiempo haber obedecido a sus instintos de forma poco recomendable. Ni siquiera nos corresponde analizar el tan mentado episodio en sí mismo. Lo que sí entendemos que vale la pena defender es la separación entre las cualidades intelectuales o profesionales de una persona y sus debilidades de tipo impulsivo e instintivo. Especialmente cuando esta persona es una figura pública pero sus actos no tienen más trascendencia que la de sus palabras, y éstas sólo si hay lectores que las lean. No se trata de un gobernante, no es Trump ni Berlusconi ni Katzav. Es solamente Ari Shavit, un periodista disfrutando de su cuarto de hora, de la posibilidad de difundir sus ideas y su visión de la realidad a la vez que ganarse un mejor sustento.
El mundo está lleno de actos cuestionables por parte de figuras mucho más importantes y relevantes que Shavit: desde Bill Clinton con la Lewinsky, pasando por Hugh Grant y su episodio con la prostituta, hasta el francés Strauss-Khan con una funcionaria de un hotel. De una forma u otra todos ellos han seguido adelante con su carrera, habiendo sido todas las situaciones absolutamente explícitas e inequívocas. Mientras tanto Shavit sólo demuestra su vergüenza personal, su falibilidad, su debilidad humana: la misma que lo llevó a tener avances con la periodista en cuestión y que ahora no le permite seguir con su carrera.
El mundo no puede permitirse ni el abuso ni el acoso sexual, ni discriminación de ningún tipo, y mucho menos violencia producto de estas situaciones. Tampoco puede permitirse guerras, civiles y de las otras, ni refugiados, ni niños muertos en las orillas de Europa, ni atentados terroristas. No es que hayamos aprendido a vivir con todos estos fenómenos; pero al mismo tiempo que los condenamos, luchamos contra ellos, y nos re-educamos para ser mejores, la Humanidad no se detiene. Que una conducta desatinada calle una voz como la de Ari Shavit no sólo no contribuye a luchar contra todos esos males que condenamos, sino que nos retrotrae al oscurantismo más banal.
Ianai Silberstein