Nueve Lunas

Pasó el 7 de julio: 9 meses desde el 7 de octubre de 2023. El nueve es un número vinculado a la vida. Nueve lunas para el nacimiento, dice la tradicional Ejad, Mi Iodea en la Hagadá de Pesaj. Dar a luz, se dice en buen español. Pasaron nueve meses: no nació ninguna criatura ni hubo luz al final del túnel. Cuando pierden su vigencia, las metáforas van muriendo como mueren tantos: personas y sueños.

Ya vamos camino a los diez meses y los pedidos por los rehenes se pierden en la noche negra de la política israelí y en el fragor de las batallas. Como decía aquella vieja canción “Por la Paz” (Shir laShalom, 1969), “nadie nos regresará del profundo pozo en penumbra”; o, “no digáis ‘vendrá el día’, háganlo suceder”; nada de esto sucede. El mesianismo que la canción criticó hace ya cincuenta años ha adquirido mayor influencia y es el principal factor de la inamovilidad política israelí. Los rehenes siguen en los túneles y “el día después” es un tema vedado.

He criticado en más de una oportunidad el uso y abuso de las imágenes de los hermanos Bibas. Lo cierto es que no sabemos nada sobre ellos: si han cumplido años o si ya no. Lo que sí sabemos es que probablemente este gobierno, que permitió su secuestro, sí cumplirá dos años el próximo diciembre y, tal como van las cosas, tal vez cumpla su período reglamentario de cuatro años. Sería la ironía más triste en la historia política de Israel: que su peor gobierno no caiga.

Si la crisis cívica en torno a la Reforma Judicial causó división, qué decir del 7 de octubre. Pasados estos diez meses, Israel no podía estar más dividido: quienes están vinculados a los rehenes, y quienes no; quienes reclaman por los rehenes, y quienes empujan a “terminar” con Hamás; quienes han sido desplazados y sus hogares arden, y quienes siguen sus vidas en la zona central del país; quienes abusan de la coyuntura y avanzan sus agendas colonialistas, y quienes infructuosamente lo denuncian; quienes aplauden el reclutamiento de los ultra-ortodoxos, y quienes son escépticos al respecto.

También percibo un gran grupo de ciudadanos impotentes, dolidos y dolientes, tratando de seguir con sus vidas con todo y pese a todo; tal vez no militantes de avanzada, pero sí militantes silenciosos y desesperanzados. Tal vez todas esas dicotomías habiten en muchas de esas personas anónimas que siguen sumando al Israel cotidiano, el que vive con y a pesar de la guerra y la amenaza. Salvando las distancias (entre Israel y la diáspora), un poco como cada uno de nosotros: mantener la vida judía a la sombra del gran pogromo de nuestra generación.

De vez en cuando descargo mi dolor y mi ira @X, pero lo cierto es que no son más que exabruptos. Mi estado de ánimo real se parece más al del viejo profeta Jeremías inmortalizado por Rembrandt llorando por la destrucción de Jerusalém mientras atesora a su lado sus elementos más simbólicos. Creo que todos los que penamos por este Israel de hoy guardamos a nuestro lado elementos que nos conecten con lo que vemos perdido ante nuestros ojos.

Mientras tanto, no queda más remedio que ir construyendo el futuro. Volver a leernos y entendernos como hicieron nuestros sabios de bendita memoria y encontrar un nuevo lenguaje que nos guíe en los nuevos caminos que se bifurcan delante de nosotros.