Volver a lo básico
Probablemente todos conocemos, en posters o en Pinterest, la expresión “keep calm & go back to basics”, que en español sería “mantén la calma y vuelve a lo básico”. Como dato curioso, ya que no resistí la curiosidad, la frase tiene su origen en una publicidad del Ministerio de Información del gobierno británico durante la 2ª Guerra Mundial (“keep calm & carry-on”) adoptada por George Orwell en su novela “1984” como parte de un imaginario “Ministerio de la Verdad” (que daría para mucho hoy, en 2024, cuarenta años más tarde del título de la obra)
En lo personal, la frase viene al caso no tanto en situaciones complejas sino más bien en situaciones trabadas. La complejidad en sí no me asusta, me enriquece; por el contrario, la parálisis, la inacción, no saber qué decisión tomar o cómo seguir, me generan mucha ansiedad. Porque sé, fehacientemente, que el tiempo corre y si no corremos con él, quedamos rezagados. Tal vez nunca lo alcancemos. En esos momentos en que debemos actuar, me digo: keep calm & go back to basics.
Decir que la situación en la madre patria, Israel, es compleja, es subestimarla. Tan es así que en este caso en particular, la complejidad sí me asusta, y mucho; tal vez me enriquezca, no sé. Tal vez sea de una manera muy masoquista en la medida que nos permite captar, a quienes estamos pre-dispuestos a ello, la dimensión trágica de la coyuntura. El país está amenazado por su entorno a niveles comparables con 1948, vulnerable como entonces, y al mismo tiempo atravesado por una crisis no ya política sino institucional. No es una coyuntura que conociéramos hasta ahora.
Al mismo tiempo, y a diferencia de otras guerras por la supervivencia (1948, 1967, 1973, 1982, y la Intifada al comienzo del milenio), la existencia del Estado de Israel está cuestionada masivamente por la opinión pública mundial cuyo eco resuena en los pasillos de los organismos internacionales: la ONU y sus agencias (UNWRA), la Corte de Justicia Internacional, y cualquier otro organismo nacional que vea la oportunidad de condenar a Israel. Hamas atestó un golpe mortal a Israel (no en un sentido literal, porque no lo aniquiló, sí que lo dejó muy mal herido, y los muertos se siguen sumando) pero su éxito va mucho más allá de lo militar.
Como se lee últimamente @X, “no se puede matar una idea” (entiendo que la cita es de Sarmiento); esto tiene un doble filo. Por un lado, Hamás el 7 de octubre pegó en el corazón de las “ideas” sionistas, los kibutzim y la juventud, así como Al Qaeda pegó en el WTC el 9/11 de 2001; mataron masivamente pero además malhirieron a una nación. En el caso de Oct7 y la escalada anti-israelí y antisemita en la que estamos inmersos hoy, nos retrasaron un siglo en la historia judía. Por eso mismo, hoy debemos mantener la calma y volver a lo básico. Dejar a un lado la narrativa del New York Times o la BBC o las universidades de los EEUU y volver a leer nuestro relato, el que nos fundó y nos trajo hasta aquí.
Estoy convencido que ese relato, por justo y ponderado, por firme, determinado, y conciliador, es el que inspirará los futuros relatos que nos devuelvan a una posición de esperanza, prosperidad, justicia, y compromiso ético, sin jamás abandonar nuestro poderío bélico.
En ese sentido, quisiera recomendar dos libros: una novela y una colección de ensayos periodísticos. Ambos escritos veinte y diez años atrás, respectivamente; ambos vigentes.
Uno es la novela cumbre de Amos Oz “Historia de Amor y Oscuridad” (2003), a la que me he referido hasta el abuso, pero cuya impacto e influencia en mi como judío sionista no merma con el paso de los años. Es una autobiografía novelada, sensible, conmovedora, y trágica. No trata sólo de la vida del narrador sino de la épica de una nación, atemperada por su perspectiva tan específica. A través de las historias de las familias Klausner y Mussman, sus periplos desde Europa al Levante, su vida en Jerusalém, y su transformación de Amos Klausner en Amos Oz (fuerza), su historia, de amor y oscuridad, es la historia de la creación del estado nacional judío.
El otro libro es “Mi Tierra Prometida” (2014) de Ari Shavit, periodista y analista israelí. Recoge, en dieciocho capítulos, la historia de Israel moderno desde 1897 a 2013 a través de entrevistas, documentos, y testimonios, así de como de un exhaustivo y profundo reconocimiento del terreno, de “la tierra”. Si bien el libro es periodismo puro y duro, no está exento de opinión, percepción, y honesta subjetividad, del mismo modo que la novela de Oz no elude los hechos ni los personajes históricos que se atraviesan en la vida del protagonista.
Ninguno elude el elemento trágico que implicó la creación del Estado de Israel, la culminación del proyecto sionista del cual ambos son producto y por el cual ambos manifiestan un profundo orgullo; pero al mismo tiempo, ambos dejan sentado, con diferentes recursos, la dureza de las decisiones, la postergación y expulsión de poblaciones en aras de un estado viable para los judíos que no tenían dónde ir, y en el caso de Shavit, los procesos sociales y políticos que fueron transformando Israel en sus sesenta y cinco años de existencia cuando escribe el libro.
Cuando recomiendo mantener la calma y volver a lo básico no me refiero al relato sionista nacionalista y negador o al relato judío victimario y perseguido, sino a las razones y los costos que como pueblo judío, comprometido con la justicia (social y de otras índoles), con la ética, con transitar el camino de “lo recto y lo bueno” (Deuteronomio 6:18), y sobre todo con nuestra propia supervivencia, debemos tener en cuenta. No son equilibrios sencillos de mantener: la ecuación entre seguridad y convivencia con los vecinos ha probado ser casi imposible de resolver.
Sin embargo, como de muestran ambos libros, y el de Shavit lo hace en forma explícita, no cejamos en el empeño. En tiempos inciertos y turbulentos no es mal ejercicio recuperar la calma y volver a lo básico: por qué estamos allí dónde estamos, por qué nos “aferramos a esa orilla del Mediterráneo” (parafraseo de Shavit), por qué combatimos una guerra justa donde se genera tanta injusticia. Recuperemos nuestro relato, porque en el relato del otro, por ahora, no tenemos lugar.