Shlaj-Leja

En paralelo al momento fundacional que leíamos hace ya casi nueve meses, “Lej-Lejá” (Génesis 12:1), este Shabat abordamos la lectura de ParashatShlaj-Leja”, cuando a Moshé se le dice que envie “hombres para que exploren la tierra de Canaán que di a los hijos de Israel” (Números 13:2). Las innumerables lecturas que podríamos hacer del texto bíblico a la luz de los acontecimientos actuales brotan como el agua de las rocas a las que Moshé habló o golpeó en su derrotero por el desierto. Así vamos: errando en un desierto de ideas u opciones, hablando y golpeando, entre la demanda y la esperanza. Son nuevos momentos fundacionales vinculados con la incertidumbre.

La famosa historia de los “espías”, como es popularmente conocida, es más bien una historia de turismo en un sentido moderno: los doce hombres, líderes de sus respectivas tribus, se adentran en territorio desconocido para conocerlo. No por nada el símbolo del Ministerio de Turismo de Israel son dos israelitas portando entre ambos un racimo de uvas (13:23). Con ese trofeo y sus relatos vuelven a Kadesh donde acampaban los hijos de Israel.

En ese momento se bifurcan los caminos: todos coinciden sobre las bondades de la tierra en sí misma, pero diez de ellos reportan un panorama desalentador: “La tierra que hemos ido a explorar devora a sus moradores” (13:32), dicen, entre otras cosas, acallando el optimismo de Iehoshua Bin Nun y Caleb Ben Iefuné que, por su parte, dice: “Hemos de subir para heredar la tierra porque podemos hacerlo” (13:30).

La disyuntiva, más que resolverse, se posterga. Así como la desobediencia de Moshé lo condena a no entrar en la tierra prometida, el pesimismo generalizado de los recientemente salidos de Egipto los condena a deambular cuarenta años en el desierto hasta renovar el pueblo mediante una generación de hombres nacidos en libertad. Esta anécdota es premonitoria: antes de asentarse en La Tierra, el pueblo ensayará su primer exilio.

El pasado 7 de octubre nos encontró ya largamente asentados en esa misma tierra. Superado el exilio forzoso de diecinueve siglos, y como sostiene Santiago Kovadloff, la diáspora ahora es electiva. Sin embargo, todavía nos debatimos entre la visión pesimista y la visión optimista.

Acaso en forma invertida: las mayorías quieren creer que estamos allí “porque podemos hacerlo”, mientras que una minoría todavía padece la tierra que “devora a sus moradores”. Eso sucedió, ni más ni menos, el 7 de octubre pasado. Tal vez Hamas o los palestinos en general no sean los “gigantes” a los que refiere el texto (13:32), pero han resultado ser enemigos más formidables de lo que pensamos.

La porción de la Torá de esta semana nos confronta con el dilema entre el optimismo a cualquier precio y el pesimismo a cualquier costo. Es una coyuntura que confrontamos cada día cuando pensamos en Israel, en el pueblo judío, y en el futuro que yace delante nuestro, el famoso “día después”. El precio del optimismo es seguir creyendo que con el deseo todo es suficiente, todo es posible; el costo del pesimismo es un estado de ánimo que poco contribuye a construir futuro.

La semana próxima nos tocará leer “Parashat Koraj” que nos habilitará a discutir sobre asuntos de liderazgo y poder; y la otra será “Jukat” acerca de la pureza y la santidad y luego “Balak” sobre maldiciones y bendiciones… resulta pasmosa la vigencia de libro “del desierto” (Bamidbar) en estos tiempos de desolación y desplazamiento constante, o del libro de “Números” como es llamado en la traducción griega, acerca de quiénes, cuántos, y qué somos.