Israel y las responsabilidades
Yossi Klein Halevi, Times of Israel, 25 de octubre de 2023
¿Cómo es posible que, en gran parte de la comunidad internacional, haya “comprensión” por las atrocidades masivas del 7 de octubre? ¿Que en partes de la izquierda haya mayor indignación por la respuesta de Israel a la masacre de Hamás que por la masacre misma? ¿Que aquellos que se sienten más vulnerables en los campus liberales estadounidenses no son los partidarios de Hamás sino los judíos? ¿Que los antisionistas que llaman a convertir a los israelíes en una minoría indefensa dentro de la “Gran Palestina”, “desde el río hasta el mar”, están cantando sus consignas de odio con mayor vigor y autoconfianza moral?
Una respuesta a esto fue proporcionada inadvertidamente por el jefe de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas. Hablando el mes pasado en la televisión palestina, Abbas trató de explicar los orígenes del Holocausto. Los nazis, dijo, no eran antisemitas, sino que se oponían a los judíos “por su papel en la sociedad, que tenía que ver con la usura, el dinero… Desde el punto de vista [de Hitler], estaban involucrados en sabotajes, y es por eso que los odiaba”. En otras palabras: los judíos fueron ellos mismos responsables por el Holocausto.
Abbas fue ampliamente condenado como antisemita, incluso por alguna gente de izquierda. Sin embargo, la sensibilidad de Abbas aclara la respuesta de muchos progresistas a los acontecimientos de las últimas semanas. Israel, dicen, provocó efectivamente la masacre por su ocupación de los palestinos, su racismo y colonialismo y apartheid y, tal vez, por su existencia misma. Es decir que una vez más los judíos han traído la tragedia sobre sí mismos.
Culpar a los judíos por su propio sufrimiento es una parte indispensable de la historia del antisemitismo. Ya sea como los asesinos de Cristo del cristianismo anterior al Holocausto o como los contaminadores raciales de la Alemania nazi, los judíos fueron percibidos como merecedores de su destino. Invariablemente, aquellos que atacan a los judíos creen que están respondiendo a la provocación judía.
Lo que hace que este momento sea más complicado es que, a diferencia del pasado, los judíos sí tienen poder. Ya no somos inocentes. Estamos ocupando a los palestinos en Cisjordania. A medida que la guerra se intensifica, las víctimas civiles aumentan en Gaza. Y la expansión de los asentamientos en Cisjordania socava las posibilidades a largo plazo de una solución de dos estados.
Pero este momento encaja con el patrón histórico del antisemitismo debido a la facilidad con la que gran parte del mundo, en las últimas décadas, ha borrado la manera en que Israel entiende el conflicto y cómo hemos llegado a este punto. Una campaña sistemática y asombrosamente exitosa de la izquierda ha negado la narrativa histórica y política israelí. Como resultado, uno de los dilemas morales y políticos más complicados del mundo se ha convertido en una proverbial obra teatral de pasión, en la que “el israelí” interpreta el papel de Judas (en lugar de “el judío”), traicionando su destino como víctima noble y convirtiéndose en victimario.
El estado judío se ha transformado en la suma de sus pecados, en una sociedad irremediablemente malvada que ha perdido su derecho a existir y a defenderse. Poner la culpa de la ocupación y de sus consecuencias por completo en Israel es descartar la historia de las ofertas de paz israelíes y el rechazo palestino. Etiquetar a Israel como una creación colonialista más es distorsionar la historia única del regreso a su tierra de un pueblo desarraigado, con la mayoría de sus integrantes refugiados de comunidades judías destruidas en el Medio Oriente. Marcar a Israel como un estado de apartheid es confundir a un conflicto nacional con uno racial e ignorar la interacción de los israelíes árabes y judíos en partes significativas de la sociedad. Entender a Israel y sus dilemas de seguridad solo a través de la lente de la dinámica de poder palestino-israelí es ignorar su vulnerabilidad en una región hostil y los enclaves terroristas aliados de Irán que ejercen presión contra sus fronteras.
Pero la narrativa israelí tampoco es tan infalible como creen algunos de los defensores de Israel. Israel se ha convertido en un socio de pleno derecho, junto con el movimiento nacional palestino, para ayudar a mantener el conflicto. Especialmente en el último año, las partes políticas y religiosas más extremas de la sociedad israelí se convirtieron en la cara oficial de este país, creando el primer gobierno israelí desde finales de la década de 1980 cuyo objetivo no es una solución política a la tragedia palestina sino la anexión.
Aun así, culpar de la masacre a la ocupación es una pésima interpretación del objetivo de Hamás. Hamás no está trabajando para la creación de un mini estado palestino en Cisjordania y Gaza, sino para la destrucción de Israel. Para Hamás, todo Israel está “ocupado” y ninguna solución de dos estados terminaría su guerra contra el estado judío. En 1995, en el apogeo del proceso de paz de Oslo, Hamás lanzó su primera ola de atentados suicidas con bombas. Las comunidades diezmadas el 7 de octubre fueron, en la terminología de Hamás, “asentamientos”, aunque se encuentran dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas de Israel.
La forma íntima de asesinato en masa de Hamás fue un preludio de su plan genocida para la existencia de un estado islamista entre el río y el mar. Esta es la cara de la solución de un solo estado que se promueve en los campus occidentales y en las calles de Londres, Brooklyn y Sydney.
La mentalidad que culpa a Israel por provocar la masacre de Hamás explica la asombrosa disposición de gran parte de los medios internacionales a aceptar inicialmente la versión de Hamás de la tragedia del 17 de octubre en el Hospital al-Ahli en la ciudad de Gaza. Los titulares y las alertas de noticias implicaban fuertemente que un misil israelí había destruido el hospital. Cuando Israel proporcionó pruebas convincentes de que el culpable era un cohete perdido disparado por una célula de la Yihad Islámica posicionada cerca del hospital (que no fue golpeado directamente), y aunque Hamás no ofreció ninguna prueba en absoluto de sus afirmaciones, gran parte de los medios de comunicación aún se negaron a exonerar a Israel, en lugar de continuar refiriéndose a “dos versiones” del evento.
La verdad finalmente emergió, pero en ese momento el daño ya estaba hecho. La guerra había encontrado su símbolo. Para gran parte del mundo, Israel no solo había bombardeado el hospital, sino que seguramente lo había hecho de forma deliberada. Las retractaciones tardías de los medios fueron irrelevantes. Ya sea que Israel haya cometido o no técnicamente este crimen en particular es culpable, porque podría haber bombardeado el hospital, porque tarde o temprano cometerá una atrocidad, porque es, en esencia, para gran parte del mundo, un estado criminal.
Por cierto, muchos de los que culpan a Israel por la crisis, incluyendo a algunos de sus críticos más extremos, no lo hacen conscientemente porque están motivados por el antisemitismo. Pero el papel decisivo desempeñado por el antisemitismo en la configuración del pensamiento occidental durante milenios, analizado de manera convincente por David Nirenberg en su libro “Anti- Judaism” (Antijudaísmo), vuelve a surgir. Independientemente de si los apologistas de Hamás actúan por motivos antisemitas o no, son colaboradores de un momento antisemita clásico.
Muchos judíos se sienten hoy como si estuvieran viviendo en una realidad surrealista pero familiar. Ahora entendemos, dicen, cómo pudo haber ocurrido el Holocausto y cómo gente aparentemente decente pudo culpar a esos judíos insistentes, demasiado inteligentes para su propio bien y que siempre iban a la cabeza de la fila, por sus propios problemas.
El frenesí sádico del 7 de octubre no fue una expresión de frustración política sino de odio primordial a los judíos, adaptado a sensibilidades e ideologías opuestas y que hoy une a la extrema derecha y a la extrema izquierda.
Pero los judíos de hoy ya no están indefensos. Podemos defendernos y podemos contraatacar a aquellos cuya visión de un mundo mejor depende de nuestra desaparición. Si los progresistas buscan convertir nuestra recuperación de poder en su símbolo de depravación humana, también lidiaremos con eso.
La historia impone a los judíos la responsabilidad de enfrentar las consecuencias morales del poder. Pero el 7 de octubre no fue una respuesta a los abusos del poder judío; fue un recordatorio de la necesidad de la existencia de poder judío. En un mundo en el que persisten enemigos genocidas, la impotencia para el pueblo judío es un pecado.
Traducción: Daniel Rosenthal