Rotman vino a ajustar cuentas
Dana Weis, Canal 12 (Israel), 13 de setiembre de 2023
En el transcurso del último día, en vivo, frente a todo el público en Israel, cayeron las máscaras y quedó claro lo que realmente pensaban todos aquellos que concibieron y lideraron este programa legislativo en los últimos nueve meses.
El presidente de la Comisión de Derecho Constitucional y Justicia, Simja Rotman, compareció ante quince jueces del Tribunal Supremo y admitió: No se trata de una cuestión jurídica. Este es un asunto completamente político. No se trata de tal o cual inciso, ni de un cambio legislativo de tal o cual artículo de la Ley Fundamental, sino de una cuestión de poder y autoridad. No una reforma, sino una revolución.
En su insistencia en defenderse ante los jueces, cuando sabe que todo el país lo está observando, con un texto preparado de antemano que se difundió en las redes mientras atacaba al Tribunal Superior, Rotman, miembro de la Knesset, hizo entender a todos que vino a ajustar cuentas con los jueces.
Una y otra vez les dirigió acusaciones: Ustedes mismos provocaron esta situación. Si no hubieran actuado como lo hicieron, no habría habido necesidad de ninguna legislación ni ningún debate. Están poniendo en peligro la democracia, están ávidos de poder. Buscan el cariño del público. Ustedes, ustedes y ustedes.
Y continúa: El presidente del Comité Constitucional del Parlamento israelí dejó claro, en vivo y delante de todos los jueces del Tribunal Superior, que no cree en la autoridad de éstos para supervisar la Knesset y establecer límites a las demás autoridades. O sea, y Rotman lo dijo explícitamente en el debate: en lo que a él respecta, la Knesset puede legislar lo que quiera y «el pueblo decidirá».
No en vano el juez Amit le comentó que era obvio lo difícil que le resultaba inclinar la cabeza y asimilar este evento extraordinario, que esa es una Democracia adecuada para una comisión para una fiesta en cuarto grado de escuela. Realmente fue una situación difícil, pero importante, porque Rotman espetó su verdad en la cara. Reveló sus verdaderas intenciones después de meses en los que estuvieran encubiertas en un montón de palabras y envoltorios.
Frente a los jueces que intentaban descubrir los límites de su accionar y comprender hasta cuán lejos iba, Rotman dio respuestas inequívocas y delineó claramente el objetivo: democracia en el sentido más estrecho de la palabra, gobierno de la mayoría donde los elegidos tienen poder ilimitado y no hay tribunal que los detenga. Ley, pero sin otro juez que la mayoría. Una revolución gubernamental y no una reforma. Una democracia faltante y hueca, que va bien con consignas, pero deja a públicos enteros sin nadie que los proteja.
En ese mismo momento, también cayó la máscara sobre la obsesión de su compañero Yariv Levin por el nombramiento de los jueces, que frustra una y otra vez cualquier intento de compromiso. A Levin no le preocupa realmente la diversidad del tribunal ni la calidad de los jueces; simplemente quiere asegurarse de que los jueces elegidos cooperen en una apariencia de democracia y no, Dios no lo permita, funcionen como jueces independientes que les pongan límites. Eso ya lo tienen ahora, y contra eso vinieron a luchar hasta el final, como quedó claro en la aparición de Rotman.
Y a eso sumemos el menosprecio y desdén del abogado Ilan Bombach, que representa al gobierno, a la Declaración de Independencia (según él, un documento escrito y firmado apresuradamente por treinta y siete personas que nunca fueron electas) entonces entenderán que lo que fue no es lo que será. Rotman, Levin y sus socios no permitirán que eso suceda. Basta observar el disgusto y la rabia con que el presidente de la Comisión Constitucional insultó a los jueces, el desdén mostrado, la elemental falta de cortesía. ¿Dónde está Derej Eretz y dónde está la Torá, de aquellos que crecieron en los surcos del sionismo religioso?
Rotman no logró ocultar su desprecio, a veces también parecía tener un deseo de venganza: aquí está él, sólo frente al mal encarnado y los llama oligarcas, elitistas, corruptos hambrientos de poder. Por cierto, muchos de ellos usan una kipá como él o tienen un trasfondo religioso, pero eso no lo detuvo, ni a él ni a su fluidez al hablar. ¿Cómo no ser parcial en un asunto que concierne a su honor, poder y autoridad?, desafió Rotman. No se detuvo ni siquiera cuando el presidente de la Corte Suprema le pidió recordarle que no se trata de su dignidad sino de la dignidad y los derechos del hombre común, el ciudadano que busca alivio del poder ilimitado de los funcionarios electos, según el método de Rotman.
De hecho, fue un acontecimiento extraordinario, en un momento extraordinario. Un momento destilado en el que la crisis constitucional y social surgió ante nuestros ojos en la Sala ‘C’ del Tribunal Supremo. Y allí, entre la sensación de superioridad de Rotman y la moderación que los jueces intentaron demostrar, en la brecha entre las posiciones de los representantes del poder judicial que querían permanecer en el mundo del derecho y el alto representante del poder legislativo que exigía centrarse en la política y sólo en la política: se conectaron los puntos y apareció la imagen de la sombría realidad.
No se busca aquí un compromiso, ni una corrección, ni siquiera una reforma, sino un método diferente, una redistribución del poder, una remodelación de la imagen del Estado. No es de extrañar que todos los intentos de llegar a un compromiso por parte de todos los simpatizantes del bien fracasen una y otra vez.
Finalmente, después de nueve meses, Simja Rotman tuvo su día en el tribunal (his day in court) y reveló la verdad desnuda, que ya no será posible ocultar. Asombrosamente, el duelo a plena luz del día en Jerusalén aún puede que se recuerde como un momento decisivo en la lucha por la imagen del Estado. Que suerte que todo haya pasado en directo.
Traducción del Hebreo: Dov Avital