Bein Hameitzarim
Nuestra querida Ana Jerosolimski se adelantó a publicar una carta abierta destinada a ella pero con toda la intención de abordar los temas de candente actualidad en Israel. No sólo justifiqué el género epistolar, el mismo tuvo un fin retórico. Y siendo que la destinataria es Ana, cumplió con creces: circuló rapidísimo, generó reacciones en su mayoría positivas, y accedí a un público que tal vez conozca menos mis opiniones, y mucho menos mis “causas”. La idea fue publicarlo en mi portal TuMeser pero ahora ya no tiene sentido una vez que ha circulado en redes. De todos modos, va el link con ambos textos: el de Ana que disparó el mío, y el mío, ambos en Semanario Hebreo Jai:
https://www.semanariohebreojai.com/editorial/447
https://www.semanariohebreojai.com/articulo/7011
De todo lo que he concluido leyendo comentarios y reacciones a este intercambio se me confirma que, efectivamente, muchos están observando lo que sucede en Israel como espectadores y no como involucrados, porque es difícil ser protagonistas si no vivimos allí. Daría la impresión de que cuando Israel triunfa en el campo internacional o en una confrontación bélica “todos somos Israel” y nos alineamos detrás del triunfalismo. Por el contario, cuando Israel sufre una crisis existencial histórica, expresada en un conflicto de tipo constitucional, estamos pendientes “a ver qué pasa” y defendiendo causas políticas en lugar del proyecto sionista cuando éste ha sido puesto a prueba como nunca en ciento veinte años.
Lo cual me lleva a otro punto: la politización del conflicto civil. La política es el único instrumento que puede revertir o corregir el descarrilamiento que padece la sociedad israelí y que permea en la diáspora; pero el problema no es político, es de identidad y existencia. Nunca hubo un solo Israel pero en este caso uno despertó al otro y sólo un liderazgo político y medidas duras pondrá coto a este desmadre de, por un lado abusos de poder (sí, el poder que ostenta legítimamente la coalición de gobierno) y por otro un uso excesivo e inconducente, hasta ahora, de la manifestación popular y espontánea. No lo digo yo, pero muchos ya han escrito que están esperando a ver quién dispara el primer tiro. Sólo eso nos falta.
La crisis es de tal magnitud que un historiador y difusor best-seller como Yuval Noah Harari opina una semana sí y otra también ocupándose de temas que antes no le interesaban, eran demasiado locales; nunca antes había hecho tanta referencia a la historia judía. Cuando tocan sus derechos de minorías, aprovecha su bien ganada fama para explicar los peligros que se ciernen sobre Israel tal como lo conocemos. Si Harari se preocupa, es grave; suele ver los fenómenos históricos en muy grandes perspectivas y por lo tanto con mucha relatividad. Si Ana Jeroslomiski o quien esto escribe no conseguimos trasmitir la gravedad del asunto, confíen en Harari.
Una crisis así no puede ser un juego que juguemos en redes, una prolongación de fidelidades partidarias, un ejercicio de poder, una pulseada figurativa, no como la que realmente se está jugando allí entre este Gobierno, sus votantes, y la otra mitad (o más) de la sociedad israelí que se siente amenazada en sus derechos humanos y libertades. Si un Estado Judío supone un estado no democrático, deberíamos revisar qué valores judíos son los que están en juego o los que están faltando. No se trata solamente de gritar más fuerte cuando la Kneset vota una ley, sino de encontrar los caminos para que esto no suceda.
Yo estoy inequívocamente del lado de los manifestantes y opositores de la Reforma tal como fue planteada, pero debo reconocer que, por ahora, lo único (y tal vez a futuro signifique mucho) que ha logrado es aumentar la consciencia civil de un Israel rico y demasiado aburguesado, el Israel productivo que no quiere que sus impuestos vayan a las Ieshivot. Políticamente, seguimos siendo Oposición y como tal, muy débil. La fuerza está en la gente, anónimos que van surgiendo. Los políticos juegan su rol como tales, se ganan sus sueldos, no me cabe duda; pero perdieron y no tienen herramientas (votos) para cambiar nada. En todo caso, las manifestaciones han puesto un freno. Sólo eso, un freno, pero el vehículo sigue cuesta abajo.
En suma: el tema no es preocupante sino angustiante. Con seguridad, y soy testigo, para quienes viven allí; y seguramente para muchos que no vivimos allí pero para quienes Israel es en buena medida nuestro judaísmo. Tal vez para algunos se trate de una vez más imponer los hechos por la fuerza cuando hasta ahora la dinámica institucional no lo había permitido, aunque el poder político siempre prevaleció, en el mediano y largo plazo, sobre su contrapeso judicial. Ese uso y valorización de la fuerza es un mal que se está volviendo endémico en Israel, la infección invisible que habilita este tipo de matonería política reñida con las mejores costumbres de la tradición del país.
Este uso de la fuerza también está haciendo mella en nuestra capacidad de confrontar y laudar nuestras diferencias. Durante dos mil años el judaísmo no tuvo “grietas”, tuvo corrientes. Cuando tuvo grietas su soberanía sucumbió sobre sí misma. Repito lo que dije en la carta abierta: está sucediendo ahora y nos está sucediendo a nosotros. El período entre las estrecheces (Bein HaMeitzarim) será un poco más extenso este año.