Estado de Situación

Se cumplen tres semanas desde que llegué a Israel. Sin insinuar nada demasiado revelador, se imponen algunas impresiones, tal vez valga aventurar alguna conclusión. Nada de lo que diré puede ser usado en mi contra. Pero si hablo sobre el tema hasta el hartazgo cuando no estoy aquí, ¿qué resta cuando uno ya está en el lugar?

En relación a un año atrás, cuando caía el gobierno de Bennet-Lapid-Gantz y asociados, daría la muy subjetiva impresión que hay un levísimo enlentecimiento de todo. Será que he perfeccionado mi técnica para evitar los embotellamientos, pero no he tenido experiencias traumáticas. Hay más autos de lo que este país puede soportar, hay obras viales 24/7, hay emprendimientos inmobiliarios para vivienda y oficinas, pero aun así, hay una cierta, leve, casi imperceptible quietud en relación al año pasado. Sería ilógico que todo lo que está pasando, y lo que no está pasando, no incida ni en la economía ni en el estado de ánimo de la gente.

Las “protestas” van mermando. Kaplan se mantiene y aunque nadie dice muy claro el número de asistentes, las fotos siguen impresionando. Acá en el barrio, frente a la municipalidad de Herzlyia, ciudad satélite al norte de Tel-Aviv, ciudad del “primer Israel”, el Israel liberal y secular, la “protesta” es un paseo vespertino cuando termina Shabat, una caminata con la bandera al hombro, familiar, de parejas, o de jóvenes en busca de socializar. Se juntan una hora, escuchan algún discurso, y vuelven a casa. Hay mucha presencia policial pero cero problema: vienen, protestan, y se van. Las banderas de Israel abundan, t-shirts con leyendas creativas y otras conmovedoras (una que hace referencia a los combatientes de Kipur 1973), y merchandasing a cambio de donaciones. Se supone que es todo voluntario, aunque uno asume que para algunos ya es un estilo de vida.

Entre mis conocidos, allegados, mi modesta y subjetiva compulsa me dice que hay diferentes versiones sobre la realidad, pero estoy seguro que hay muchas más a las cuales ni accedo. Hablo de gente como uno, gente de a pie, no gentes involucradas, interesadas, o que lideren.

El rango va desde la negatividad total (“esto desaparece”) hasta la negación absoluta (“son sólo los extremos que hacen ruido, todo seguirá su curso”); desde quienes ven flaquear una economía todavía muy fuerte a quienes apuestan el doble por ella; quienes se espantan por la invasión jaredí a quienes dicen que hay mucho dinero, que el país “banca”. Por supuesto, están quienes, desde sus puestos de Gobierno hoy (coalición mediante) quieren arrasar con todo el viejo Israel (literalmente, “vendetta” de mafias), a quienes líricamente sueñan con la prevalencia del viejo ideal sionista secular, tradicionalista, y emprendedor. Por último, está la mayoría de mis viejos amigos, con quienes crecimos juntos: el idealismo se ha hecho añicos y ellos acusan el golpe.

El fenómeno de las protestas se va desvirtuando. Algunos usan la plataforma para otros asuntos que nada tienen que ver con la reforma judicial, asuntos que se resuelven a nivel de gobierno con las reglas de juego de la democracia israelí. Contar semanas de protesta ya no dice demasiado. Se frenaron algunos procesos pero de la Residencia del Presidente no salió humo blanco. Netanyahu sigue cumpliendo sus compromisos de coalición, pese a quien le pese. Él se ha convertido en la incógnita más grande de este país y su piedra en el zapato; más que piedra, un cascote. Gantz y Lapid se diluyen mutuamente. De todos modos, no se gobierna con encuestas sino con coaliciones, y la actual es lo peor que le ha pasado en este país en toda su historia.

En lo personal, he pasado de un estado de suspensión, de no verosimilitud, a uno de aceptación y adaptación igual a la mayoría de la población. Esto es lo que hay, por ahora, y con esto debemos vivir.

Los cambios sociales, que se perciben en cada esquina, no vaticinan una vuelta atrás. El crecimiento de la población jaredí; la población “mizraji” que supo ser marginal y hoy es absolutamente predominante, de derecha, y populista; la población rusa (una cultura dentro de otra cultura); los votos árabes; y por supuesto los israelíes en general, sujetos a la amenaza exterior, aseguran gobiernos de derecha por mucho, mucho tiempo, si no para siempre. La cuestión es qué derecha y qué tanta. Por otro lado, así como están las cosas, tal vez los palestinos no voten nunca, pero serán un factor a considerar en la realidad israelí. Sus aspiraciones han sido postergadas, mayormente por sus propios líderes, pero ellos siguen allí, no se van a ninguna parte (por más que Smotrich predique lo contrario). Obligan a Israel a ocupar determinados roles; ninguno es bueno y para ninguno es demasiado “judío”.

En el fondo, lo que sucede es que este país se ha vuelto muy rico y muy poderoso. Ha crecido enormemente y crece más aun hacia dentro, porque excepto algunos territorios en Judea y Samaria, nadie fantasea con “conquistar” más tierras, al estilo “destino manifiesto” de los EEUU. Hay tanta prosperidad y seguridad que todos reclaman una porción mayor de la torta; es tal el éxito, que nadie imagina el fracaso. La amenaza existencial es más ideológica (de los antisemitas) que real; y todavía hay suficientes judíos en el mundo que sostendrían una eventual situación de emergencia, si la hubiera. Como en Iom Kipur hace cincuenta años, por ejemplo.

Tal vez por eso olvidamos, en aras del “tikún olam” o justicia social (en especial respecto a nuestros enemigos que viven entre nosotros), algo muy difundido en los judíos progresistas de los EEUU, la razón por la cual Israel llegó a existir: refugio y defensa del pueblo judío. Las aspiraciones idealistas de “luz (ética) para los pueblos” no pueden prevalecer por sobre las prioridades existenciales (seguridad, economía). Del mismo modo que las aspiraciones halájicas no deberían poner de rodillas al medio Israel productivo. Esta última es la bomba que hay que desactivar hoy, y poco tiene que ver con nuestros vecinos, sino con nosotros mismos.