El Estado de Israel

mi Carta al Director de Semanario Búsqueda el 27 de marzo de 2023

El Estado de Israel cumple esta semana setenta y cinco años de existencia. Cuando se declara su independencia en mayo de 1948 viven allí seiscientos cincuenta mil judíos; hoy viven siete millones de judíos y dos millones de árabes y otras minorías. Israel crece hacia su interior, se densifica y diversifica demográficamente.

Cito a la politóloga israelí Einat Wilf: “el Sionismo es una causa progresista que tuvo la mala suerte de triunfar. Como tal, ha sido condenada por su propio éxito al convertir víctimas en soberanos, a quienes algunos denominan ‘privilegiados’. Sin embargo, ¿no es la finalidad última de cualquier causa ‘progresista’ precisamente la progresiva transformación de la víctima en un individuo o colectivo auto-determinado?” La idea de soberanía y auto-determinación son centrales en la construcción de un país; en el contexto de la historia del pueblo judío, habiendo sido relativamente soberano por última vez hace más de dos mil años, estos setenta y cinco primeros años del Estado de Israel adquieren una relevancia muy especial.

La coyuntura en este 75º aniversario no podía ser más compleja y desafiante. Como parte de la “normalización” a la que aspiraba el fundador del Sionismo político Theodor Herzl a finales del siglo XIX, Israel no escapa hoy a los enfrentamientos tribales que asolan al mundo, las famosas “grietas”. Pero el enfrentamiento entre la actual coalición de gobierno y el movimiento civil de “las protestas” es la punta del iceberg de temas mucho más profundos. Siendo un Estado Judío, el tema es básicamente de identidades y relatos comunes; o no.

A su vez, Israel a sus setenta y cinco carga consigo durante más de cincuenta años el estigma de la ocupación de los territorios en disputa en Judea y Samaria (Cisjordania) y la postergada resolución del problema de los refugiados palestinos. Una realidad incontrastable creada por intereses ferozmente opuestos a la existencia del Estado de Israel. Si la opción de dos estados está difunta hoy día no es precisamente porque Israel no la haya ofrecido en repetidas oportunidades. Como lo ha demostrado Einat Wilf en su libro “La Ley del Retorno” (está publicado en español), la estrategia palestina es un solo Estado entre el mar y el Jordán; o sea, la destrucción de Israel.

Israel es un país de enormes logros pero también de tensiones entre sus ideales y su realidad, entre su “deber ser” y su existencia cotidiana, entre sus valores ancestrales y la crudeza de la realidad. Israel es el Estado del pueblo judío, pero el pueblo judío trae consigo su tradición milenaria de conductas, ética, y redención, su Torá. Pretende ser, y es, al mismo tiempo que el último refugio de los judíos también una luz entre las naciones. ¿Cómo conciliar, por ejemplo, los valores humanistas con las necesidades de seguridad? ¿Cómo concretar el mandato bíblico hacia “el extranjero que vive en tu seno” en un entorno de hostilidad permanente?

El académico y filósofo israelí Micah Goodman ha abordado estas diferentes tensiones que se manifiestan en el quehacer diario de la sociedad y gobiernos israelíes: el tema de la Ocupación, sus dificultades éticas, y sus consecuencias; el tema de la religión en una sociedad judía mayormente laica fuertemente presionada por minorías dogmáticas y fundamentalistas; y últimamente cómo resolver la tensión de lo que él ha denominado un “momento constitucional”. En todos los casos, Goodman no apela a soluciones extremas sino a suavizar las aristas del conflicto. Sugirió “suavizar” la Ocupación sin renunciar a la seguridad nacional de Israel; explicó la búsqueda espiritual del israelí medio, volviendo a sus fuentes por fuera del establishment rabínico; y ahora propugna una suerte “gobernabilidad” cuando exhorta en todos los medios a que prevalezca el sentimiento nacional por sobre el tribal.

Por otro lado, el Israel de los grandes logros, el que todos conocemos, es el de la altísima tecnología, la start-up nation, la gran incubadora de ideas; es un país abiertamente turístico cuando no está sumido en un conflicto bélico; es un país de una avanzada vida académica que produjo, por ejemplo, un best-seller como “Sapiens” de Harari; es un país cuya infraestructura no para de crecer. Es un país de alta seguridad, amenazado un día y otro también tanto por los misiles de Gaza como por los eventuales misiles atómicos de Irán. Es una democracia (imperfecta, como la mayoría) en medio de una región sin democracias. Es el crisol de las diásporas que soñaron sus padres fundadores, aunque la realidad superó todas las expectativas: las tensiones sociales y económicas exceden lo que pudieron imaginar entonces.

Israel a sus setenta y cinco años está por un lado más seguro que nunca, confiado en su fuerza y capacidad, su tecnología e inteligencia como para defenderse del agresor de turno, al tiempo que ha desnudado algunos de sus conflictos más profundos de tipo civil y social. La pasión con la que las partes defienden su respectiva causa demuestra, sin embargo, el fuerte compromiso nacional. Israel es hoy el hogar de la mayoría de los judíos del mundo por primera vez en la historia del pueblo judío después del exilio babilónico en el siglo VI AEC, y siguen llegando y siguen siendo absorbidos.

Parafraseando la cita de Wilf, Israel no puede darse el lujo de fracasar. Ni las amenazas externas ni las internas pueden jaquear su naturaleza esencial. Tendrá que buscar su propia versión de la democracia, una democracia “talmúdica” como sostienen varios autores, pero democracia al fin: el gobierno de las mayorías con un profundo respeto, registro, y consideración de sus minorías.

Israel-Estado es el sueño y proyecto largamente postergado del pueblo judío; ha sido posible en los tiempos modernos, no era posible antes; su existencia está garantizada por su propio desarrollo en esta era. Seguirá siendo una pequeña nación entre Estados e Imperios más poderosos, pero ahora dependiente de sí misma. A sus valores espirituales y su devoción milenaria ha sumado un pragmatismo digno de elogio en un contexto donde sus habilidades, más que nunca antes, pueden marcar la diferencia entre su existencia o no. El destino del pueblo judío está ligado al del Estado de Israel, y viceversa. A sus setenta y cinco años, Israel es más joven que nunca y ha revitalizado al milenario pueblo judío enfrentándolo a nuevos dilemas y desafíos. Como solemos decir siempre a modo de cierre, “Am Israel Jai”: el pueblo de Israel vive.