El Absurdo Suicida
Se han abierto los amplios salones europeos de unos pueblos avejentados, débiles, consentidos y disipados a una tropa de muy saludables guerreros del desierto desbordantes de hormonas e instintos vitales. Se nos dice que hay que hacerles sitio porque ellos lo necesitan y porque aquí también los necesitamos. Como se han invitado unos a otros y se ha corrido la voz, ellos son ya muchos más que los miembros del servicio de la finca. Los organizadores de este alegre y bienintencionado encuentro multicultural tan enriquecedor han prometido que con la llegada de los invitados se arreglarán muchos problemas de la casa. Ante todo, esa maldita falta de personal que hay aquí dada la costumbre de no tener hijos que te fastidien las salidas nocturnas y la «realización personal». Ellos, fíjense cómo son, se realizan teniendo hijos a mansalva.
Como todos los humanos valemos lo mismo, se ha deducido que todo lo que hacen unos y otros vale lo mismo, todas las culturas, todas las tradiciones, las ideologías, artes, creencias, religiones. Como se suele decir en España: «Todas las ideas son respetables». Aunque al decirlo nadie suele reparar en que todos los crímenes, todas los males, todas las perversiones, todas las tiranías parten de ideas y son todo menos respetables.
En todo caso, aquí en la Casa Europa vale ya la máxima de que respetamos todo menos a nosotros mismos. Y desde luego que nos humillen, vejen, aterroricen y destruyan. Los medios de la prensa solo emiten programas de consuelo con formato de informativos para fomentar la armonía y limar las pequeñas diferencias o malentendidos que pudieran surgir. Los encargados de las noticias han sido bien adiestrados en dar solo pábulo a las noticias que generen empatía, emociones y sentimientos positivos hacia los recién llegados. Incluido el perdón preventivo que consiste en ignorar convenientemente cualquier tipo de emoción negativa o agresión que se haya podido registrar por parte de los invitados. Aquellos periodistas que intenten crispar exponiendo los posibles conflictos con muertos o sin ellos no tienen cabida en la profesión en una sociedad bienintencionada como la nuestra.
Dada la triste historia de los pueblos de los recién llegados, por nuestra culpa, claro, nadie puede reprocharles una inestabilidad emocional y tensión psicológica que, con otras influencias culturales respetables, les lleve a algunos a matarnos a nosotros que los hemos acogido.
Habrá que estudiar esa refrescante novedad de que algunos de ellos quieran matarnos por no ser como ellos, pero quieran vivir precisamente de nosotros. De nosotros sí, como nosotros no. Porque aunque vengan necesitados nos traen la inmensa riqueza de sus costumbres y sus culturas de sus remotos lugares de procedencia. Aquellos sitios remotos que por fatalidades de la historia y culpa nuestra son unos infiernos de estados fracasados en los que todo es miseria, dolor y sufrimiento. Pero ellos, fieles a sus tradiciones y sus creencias, nos traen hacia acá todos esos hábitos y reglas de vida que allí causaron aquellas catástrofes. Y es que estamos cargados de culpa.
Así están las cosas, Europa juega a la Viridiana de Buñuel con unos mendigos con hacha. Es el suicidio más absurdo, el absurdo suicida. La mayoría de los millones de musulmanes que han venido o vendrán no quieren matarnos. Aunque los haya que sí y no pocos. Pero de no darse un golpe de timón esa mayoría nos destruirá aunque no quiera. Sin un giro radical en la forma de controlar la inmigración y exigir la integración y expulsión de los que se nieguen a integrarse, las sociedades europeas estallarán en divisiones y enfrentamientos y se hundirán las instituciones democráticas del sistema político más próspero, generoso y libre jamás habido.
Herman Terstch, ABC 27 de julio de 2016