Rompecabezas
Hubo un tiempo en que mi madre desplegaba en la mesa principal de la casa, la del comedor y las visitas, durante semanas, un rompecabezas Ravensburger gigante que una vez terminado reproduciría la foto de la caja. Fuera un paisaje o arte, el desafío era armar lo desarmado, volver a crear la utopía. Lo único dado eran las piezas; la labor y la paciencia corrían por cuenta de mi madre. De tarde en tarde algún nieto se asomaba a la mesa y contribuía, y en otras tardes, por un rato más, alguna amiga. Hasta que un día llegábamos y allí estaba el original, convertida en una unidad coherente, compuesta de equis cantidad de piezas que venían a cuantificar la complejidad de la empresa acometida. Mientras tanto el tiempo había transcurrido; con suficiente tenacidad, el rompecabezas armado vencía el tiempo y se volvía a imponer; de lo contrario, jamás volvíamos a ver la imagen original.
Este recuerdo me viene a la mente por dos razones: una muy obvia, el recuerdo de mi hogar de origen; la otra menos obvia, el desmembramiento de la realidad de ese otro hogar que llamamos Israel. Un poco a la manera de Borges en su poema “Ajedrez”, me pregunto qué mano moverá las piezas de tal modo que vuelvan a encajar y concibamos algo aunque sea parecido a lo que alguna vez todos soñamos en torno a esa tierra y nuestro destino en ella. Como los Ravensburgers, las imágenes y versiones del proyecto varían, y el proceso de armar el rompecabezas parecería no tener fin; pero como lo indican la buenas prácticas de los aficionados a estos pasatiempos, lo importante es tener los bordes definidos, las rectas, el perímetro. Más adelante vienen los detalles, las piezas sueltas cuyo lugar debemos encontrar en esa superficie que más o menos hemos conseguido definir.
Hubo un tiempo en que los límites del contorno estaban más o menos claros; piezas sobre las cuales no podía caber mayor discusión. Líneas y ángulos rectos que definen el espacio que contienen, lo acotan, y lo singularizan. Era más fácil desdibujar las fronteras geográficas que las fronteras éticas, ceder piezas que se habían traspapelado en aras de que otros rompecabezas tuvieran su chance en la mesa contigua antes que empeñarse en armar una imagen con piezas que no pertenecen al proyecto. Si bien EL rompecabezas que llamamos Israel nunca estuvo terminado del todo, tuvo vacíos y faltantes, piezas perdidas y otras sobrantes, siempre pudimos reconocerlo. Ahora dejó de ser un juego, y cuesta reconocerlo. La brecha entre el discurso y los hechos es abismal, así como la brecha entre quienes se sientan a la mesa a “jugar”. Lo que el modelo de la caja nos muestra no puede ser reproducido, y quienes quieren hacerlo no sólo no pueden ver la realidad sino que porfían en forzar la suya. En todo caso, faltan piezas.
A un mes de instalado el nuevo gobierno de Netanyahu, un rompecabezas inesperado y desconocido, todavía están las piezas desparramadas sobre la superficie. Tan abrumadora es la situación, que las piezas desbordan los límites donde deberían apoyarse, haciendo imposible el “juego” y mucho menos conseguir una imagen que se parezca a algo. El desmembramiento es tal que tiene que aparecer una figura paternal, admonitoria, serena pero firme, para intentar reencauzar el armado del rompecabezas: el Secretario de Estado de los EEUU Blinken no desembarcó en Oriente Medio para dar la bienvenida al nuevo gobierno israelí, sino para limitarlo.
Su cometido es que la figura que se consiga armar se parezca lo más posible a lo que EEUU y el mundo occidental imaginan: un Estado de Israel fuerte y pujante, un statu-quo manejable entre Israel, la AP, y Hamas, y una lenta pero segura construcción de alianzas anti-Irán mediante los Acuerdos de Abraham. Ni las provocaciones palestinas, ni mucho menos las de la derecha nacionalista israelí (que juega con rompecabezas pero también juega con armas de fuego – apenas sucedieron los atentados empezó a armar a la población civil), están entre los juegos permitidos. Si Blinken se reunió con fuerzas civiles opuestas a las políticas y prácticas poco democráticas del nuevo gobierno es porque quiere limitarlo tanto desde fuera como desde dentro.
En términos de un rompecabezas, ni Smotrich ni BenGvir son piezas del juego original, el aceptado por todos. Si por alguna razón matemático-electoral están sobre la mesa, habrá que jugar con ellas con el único fin de probar que no pertenecen al modelo en cuestión. Los recientes acontecimientos en Jenin son práctica militar habitual del Ejército de Defensa de Israel ejerciendo su derecho a la defensa y la prevención; en el contexto político actual, las mismas acciones de hace unos meses bajo Gantz y Lapid adquieren otro significado y tienen otras consecuencias. BenGvir no consiguió agitar el avispero cuando se coló en el Monte del Templo al otro día de asumir; la operación en Jenin, real y necesaria, dio rienda suelta a la causa palestina: atentados, muerte, más atentados, y festejos en las calles palestinas. A su vez, y no puede ser casual, habilitó al Gobierno de Israel a redoblar el esfuerzo de construcción en tierras en disputa. Al final del día, todos ganan excepto los ciudadanos de a pie, israelíes o palestinos; las causas ideológicas encuentran la forma de colarse en la realidad y determinar los hechos. El viejo y clásico círculo vicioso de la violencia.
Como judíos galúticos, cuyo destino está profundamente atado al de Israel-Estado aunque no votemos en sus elecciones, es muy difícil comprender la complejidad del “juego”, la profusión de piezas, los nuevos jugadores que aportan su propia imagen al proyecto; nos es ajena. Es como si desde otras latitudes siguiéramos percibiendo los contornos y el interior de eso que llamamos Israel de cierto modo cuando en realidad hay que empezar a visualizar otras opciones; del mismo modo, el mundo judío liberal tiende fuertemente a visualizar Israel como piezas que llenen los vacíos que los propios palestinos se niegan a llenar. Como si los bordes del rompecabezas estuviera definido solamente por el “tikún olam”, pero el centro vacío de contenidos judíos. Parece haber dos visiones opuestas: una que prioriza las piezas del centro, que componen lo judío sin importar el límite, y otras que definen un límite pero no consiguen llenar el centro.
El Israel que nos trae las noticias estos días está dramáticamente desdibujado en su contorno y conmocionado en su centro. Cada uno avanza sus piezas en este rompecabezas gigante que parece haberse desplegado una vez más, al punto que vuelve a ocupar el centro de las noticias internacionales. En ese caos, difícilmente alguien pueda esbozar un cuadro con cierto sentido, aun cuando falten algunas piezas. Tal vez no haya que, como mi madre en sus desafíos de entonces, en una noche de insomnio, encuentre de pronto la pieza que encaje perfecta en la otra y componga la imagen que todos anhelamos ver. La que devolvería cierta calma al día siguiente y un sentido de propósito que hoy no podemos visualizar.