Hartman, el regreso
No es casual que el equipo del Shalom Hartman Institute haya elegido como cierre de una semana dedicada a pensar la identidad judía bajo la desafiante pregunta “What is a Jew?” tanto una conferencia centrada en el tiempo y nuestra naturaleza judía, como un panel de perspectivas personales sobre el tema. Siete años atrás, cuando había finalizado mi primer experiencia en “Hartman”, sólo atiné a afirmar que había encontrado el discurso que estaba buscando; hoy puedo aventurarme a pensar lo judío en toda su magnífica e inabarcable complejidad. La ambigüedad del tiempo judío, cíclico y lineal a la vez, resume en forma no sólo teórica sino experimental la vivencia judía.
Volver es esencialmente cíclico, a la vez que nunca volvemos exactamente al mismo lugar ni nosotros somos los mismos. Volvemos porque encontramos algo bueno entonces y queremos repetirlo hoy, pero inevitablemente producirá un efecto diferente mañana. Sólo cuando podemos comprender que la vuelta es una mera ilusión somos capaces de que toda nuestra experiencia previa dote de significado a nuestra vivencia actual.
Sigo pensando como entonces que en “Hartman” encontré el discurso que estaba buscando para hablar de lo judío. Al mismo tiempo, y en un arriesgado intento de parafrasear a Donniel Hartman en el último panel del seminario, se trata de comprender que lo judío también está constituido de “vacíos”. Dicho de otro modo, no todo es discurso, o el discurso no lo ocupa todo. En los años setenta el profesor Meir Sternberg de la Universidad de Tel-Aviv había acuñado el término “brecha” para explicar ciertas características de la narrativa bíblica; creo que el término aplica al concepto de “vacíos” en contraste a los “discursos.
Del mismo modo que la brecha en la narrativa bíblica permite un sinfín de posibilidades y construcciones significativas, los “vacíos” en el contexto de lo judío habilitan una mayor flexibilidad y sobre todo mayor variedad, riqueza, contrastes, y por lo tanto experiencias de vida más significativas. Si llenamos todo lo judío con discurso estamos perdiendo oportunidades creativas. Amidá o Mikvá son dos espacios donde podemos asomarnos a los “vacíos” que sugiere Hartman.
Si el tiempo judío cultiva la ambigüedad de la dimensión cíclica y la lineal, el discurso judío cultiva la ambigüedad de lo denotado y lo connotado. Así como sabemos que, a la vez que llenamos la copa de Eliahu la noche del Seder, él seguirá viniendo y seguirá simbolizando la esperanza, cuando cumplimos ciertos rituales en forma colectiva o personal sabemos que estamos, en algún punto y de alguna manera muy personal, excediendo la experiencia de la palabra. Algunos quieren llamar a esto espiritualidad; prefiero el término acuñado por Donniel Hartman de “vacíos”: dimensiones no pasibles de ser llenadas por nosotros en forma racional y consciente sino simplemente experimentadas.
“Vacíos” también nos permite tener una noción más humilde de nosotros mismos como judíos. Ser “espiritual” supone una cierta cualidad, mientras que asomarse al vacío puede sucederle a cualquiera. Asociar lo judío a una cualidad intangible y “espiritual” también supone un cierto prejuicio y exclusivismo, mientras que reconocer lo inabarcable o indecible es algo que suele sucedernos a todos, alguna vez. Los “vacíos” tal vez sean la respuesta a esos instantes que no están contenidos ni en lo cíclico ni en lo lineal del tiempo sino en nuestra experiencia atemporal.
Ianai Silberstein, 21 de julio de 2016