De Hermanos y Rabinos
Un púlpito es uno de los mayores tesoros de cualquier religión. El Judaísmo no es una excepción. Allí se plantean nuestros desvelos, se comparten nuestros sueños, y se proponen desafíos. Es nuestra roca, nuestro baluarte. Cualquiera sea la sinagoga, la congregación, la comunidad.
En el último Shabat del año gregoriano, con el que todos nos manejamos en nuestra vida corriente, tuve el privilegio de hacer uso de la palabra en nuestra comunidad NCI en Montevideo. ¿Es válido mezclar los tiempos, uno civil y universal, otro de carácter religioso y comunitario? Para mí, sí.
Esta sensación de cierre que nos invade a todos en estas fechas mientras la ciudad se vacía me ha generado cierta ansiedad. Como si nos enfrentáramos a un torrente de tiempo que no está bajo nuestro control. Me pregunto cómo emergeremos del otro lado, allá por Pesaj. ¿Nos habremos ahogado o se nos habrán abierto las aguas? ¿Quiénes emergeremos del otro lado?
La misma noción de ansiedad y desvelo la encuentro en dos textos que quiero compartir con ustedes:
Hace dos semanas la Torá nos ocupa con la historia de José y sus hermanos. La semana pasada leímos “Vayigash”, que significa “y se acercó”. Quiero hablar de lo opuesto, la ausencia de cercanías.
En medio de diálogos y negociaciones, en medio de una escena de conmoción y confusión, la Torá nos dice: “Y se echó (Iosef) sobre el cuello de su hermano Benjamín y lloró y también Benjamín lloró sobre su cuello.” Es la única escena de real proximidad y contacto físico; no en vano, ni uno ni otro dicen palabra, mientras el resto no para de hablar y discutir. Ese es mi desvelo: sobran hermanos que se celan mutuamente, y faltan los Iosef y los Biniamin que se abracen y emocionen. Falta lo que Amos Oz llamó “el lenguaje de curar heridas”.
Si, como he leído, el Talmud asimila los cuellos (en toda su fragilidad) con los Templos de Jerusalém y el llanto de Iosef y Biniamin con su destrucción, permítanme recordar el concepto de “sinat jinam”, odio gratuito, por el cual el Talmud también explica la destrucción del 2º Templo. El odio de Caín hacia Abel, la preferencia de Itzjak por sobre Ishmael, el quiebre entre Iaacov y Esav, y el odio de los hermanos hacia Iosef son todos episodios de una progresión geométrica de odio gratuito. También ese es mi desvelo.
A veces creo que se hay muchos Iosef entre nosotros, queriendo ocupar el centro de la escena y erigiéndose, como leemos esta semana, en autoridad por sobre sus hermanos. Si todos somos hermanos, lo cual es cierto pero no es tan simple, siento que seguimos alimentando el círculo vicioso de la violencia verbal y conceptual. Hoy lo llamamos bullying.
Pensemos por un momento así: somos descendientes de los patriarcas Abraham, Itzjak, y Iaacov, padre, hijo, y nieto respectivamente. Pero recordemos también que somos hijos de diferentes madres, las matriarcas: Sara, Rivka, Rajel, y Lea. Cuando escuchamos “somos todos hermanos”, tengamos claro que hay quienes creen que algunos somos más hermanos que otros. Además, ya hace mucho que no somos doce tribus. En lugar de buscar las diez tribus perdidas haríamos bien en buscar cada judío perdido en los márgenes del dogma y la intolerancia, la superstición, la ignorancia, la apatía y la irrelevancia.
El segundo texto que quiero compartir hoy es de la obra “Los Sabios” el rabino Biniamin Lau, que recorre la época talmúdica desde sus inicios a través del estudio de cada uno de aquellos sabios, “Los Rabinos”.
En referencia al tiempo que abarca desde la destrucción del 2o Templo a la Revuelta de Bar-Kojba, dice: “Me encontré pensando sobre la relación entre tradición y cambio. Las tensiones internas que dominaron a los sabios de Yavne son especialmente relevantes en nuestro tiempo. El Judaísmo contemporáneo, atrapado entre movimientos que por un lado resisten cualquier innovación de Torá y Halajá y otros que consideran la noción de cambio sagrada en sí misma, debería aprender mucho de aquellas tensiones.”
Este año Hori Sherem, del equipo rabínico de la NCI, convocó a un ciclo denominado “Relatos Talmúdicos”. De ellos surge con claridad que la vida y obra de aquellos sabios no estaba libre de controversia. Más allá de las famosas escuelas de Shamai e Hillel, y más acá de frases aisladas como “la Torá no está en los cielos” o “estas y aquellas son palabras del Dios viviente”, el Talmud es, entre muchas otras cosas, un intenso compendio de discusiones e intrigas.
El Rabino Lau hace referencia a los movimientos dentro del Judaísmo contemporáneo. Yo me permito sugerir que hemos trascendido el tiempo de las denominaciones, así como el posmodernismo terminó con los grandes relatos: el Judaísmo ya no se divide, el Judaísmo se fragmenta. Es una nueva realidad a la que nos enfrentamos casi cada día pero todavía no aquilatamos. De hecho, no tenemos vocabulario para explicarla. Ese también es mi desvelo.
El rabino Donniel Hartman ha planteado repetidas veces la necesidad de una Torá que hable a nuestro tiempo, a los desafíos a los que se enfrenta el Judaísmo compitiendo en “un mercado libre de ideas”; una Torá que le hable a cada judío, porque en esta fragmentación corremos el riesgo de perder.
Entiéndase bien: la Torá canónica es una sola; la Torá como concepción judía de vida es la que tenemos que articular de modo que la fragmentación no sea dispersión. A esta altura de la Historia, discutir acerca de verdades reveladas es irrelevante, cuando cada día una nueva verdad se le revela a alguien.
¿Por qué todo esto me desvela tanto?
Porque nos asomamos cotidianamente a nuevas situaciones y coyunturas. Porque nosotros, los judíos, demandamos cada día una respuesta diferente. Nos aferramos a nuestra tradición, como por ejemplo sucede con la comida festiva; pero cada vez más queremos vivir de acuerdo a las opciones que elegimos o eligen nuestros hijos. Si no podemos contarles un relato relevante, ¿cómo haremos que se sienten a la mesa?
Al mismo tiempo, y entonces el equilibrio es todavía más sutil y precario, como judíos queremos privilegiar algunos valores, mantener firme la roca, ese baluarte al que hacía referencia al principio. La Torá relevante de la que habla Donniel Hartman es una Torá ética por sobre una Torá halájica.
Al cierre de su introducción Lau pide al lector que “experimente esta misma sensación de inquietud” que él sintió al investigar la época. Son temas que demandan abordarse “con apertura y honestidad. Inspirarnos a pensar profundamente sobre el justo equilibrio ético y moral que la realidad demanda”.
Mi modesta intención ha sido compartir algunos de mis desvelos. Una de las frases más abusadas de nuestra tradición es “kol Israel arevim ze la ze”. En general se usa para pedir tzedaká. Creo que, a la luz de José y sus hermanos o los Sabios del Talmud, nos debemos todavía mayor solidaridad, que no es identidad, en el plano de las ideas, las ideologías, y la diversidad.
Adaptación del Dvar Torá del viernes 30 de diciembre de 2022