El Legado de Oz
El próximo miércoles, 28 de diciembre, se cumplirán cinco años de la prematura muerte del escritor israelí Amos Oz. Todavía hoy se está gestando la imagen y la percepción que su desaparición física habrá dejado para la posteridad, y seguramente el proceso tomará todavía un tiempo.
Un hombre que volcó en su escritura tanto sensibilidad como visión, en ficción y ensayo indistintamente, cuyo carisma era atractivo para tantos y molesto para otros, seguramente deje un legado impresionante aunque difícilmente alcance la unanimidad. Aun así, creo que va en camino de lograrlo, en forma a veces entorpecida por otros factores, pero en general firme y segura. Porque en definitiva, el legado de Oz justifica cualquier esfuerzo por ser, definitivamente, inmortalizado.
Su hija Fania citó hace cinco años al poeta Yehuda Amijai: “los poetas mueren en Shabat”. Era viernes de tarde: como el Shabat, Amos Oz se introducía en el tiempo judío para siempre. Desde entonces, y como ocurre con los grandes creadores, su obra excede su vida; eso es lo que llamamos legado. Volveremos a leerlo una y otra vez en cualquiera de sus obras y siempre nos estará diciendo algo adecuado a nuestro tiempo y circunstancia. No en vano Fania citó esta semana en Twitter palabras suyas de 1967 que, como una profecía, aplican a Israel hoy, cuando asume el gobierno más fascista de su breve historia.
Los nombres, en hebreo, no son en vano. Suponen significado. Uno de los capítulos de la obra conjunta de Amos y Fania, “Los Judíos y las Palabras” (2012), denomina un capítulo “cada persona tiene un nombre”. El escritor nació Amos Klauzner pero muere Amos Oz. ¿Qué hay en un nombre?, pregunta Shakespeare en el personaje de Julieta; y estoy seguro que cualquiera de los Oz están afines a citar e incorporar a Shakespeare en su legado.
Amos es uno de los profetas “menores” de Israel y su significado etimológico es “aquel que carga sobre sí”. En los hechos, Amos es un profeta de origen humilde y rural, sin estirpe; la familia Klausner-Mussman es urbana y culturalmente un elite, pero eligen nombrar a su hijo como el portador de un legado; en especial ante un futuro incierto en la Jerusalém en los años treinta del siglo XX. El propio Amos elije, en el tiempo de su Bar-Mitzva (ya en el Kibutz Julda), cambiar su apellido a Oz: fuerza. El auto-bautismo del escritor es palabra mediante, como no podía ser de otra manera: se hace cargo del legado pero elije sumar una fuerza propia que, otra vez palabras mediante, tendrá toda su vida para hallar.
Recientemente asistí a la presentación del libro de Nili, la esposa de Amos, en el Museo de Tel-Aviv: “Mi Querido Amos” o “Amos Sheli” en hebreo, aludiendo a la primera novela del escritor en 1968, “Mijael Sheli” o “Mi Querido Mijael”. Fue una extensa velada donde abundaron anécdotas, canciones, análisis, y sobre todo camaradería: el viejo espíritu del kibutz traído al centro urbano y cultural de Israel. El legado Oz en su incipiente esplendor. Más allá de la obra de su esposa, que fue la razón perfecta para el evento, lo importante parece ser que, efectivamente, Amos es nuestro. Más allá de quién quiera arrebatarlo con las pequeñeces que suele desatar la ira.
En el contexto de este Israel más oscurantista que nace con el año 2023 creo que es más importante que nunca rescatar legados como el de Oz. No es el único. Aun la nacionalista Noemí Shemer representa un Israel que hoy parecería totalmente ajeno. Aun en las viejas canciones de heroísmo y nacionalismo, en las odas a los paisajes y parajes, aun en la vieja y laica mística sionista yacen legados que debemos rescatar. Porque algún día la ecuación electoral tendrá una mínima variación y hay que estar prontos a rescatar si no al viejo Israel, por lo menos sus valores.
Durante el largo período anterior de Netanyahu en el gobierno, apoyado por “derechas” que hoy parecen palomas en comparación con los personajes con quien ha pactado hoy, siempre sostuve que hay otro Israel, que sólo es cuestión de salir a buscarlo. En este aniversario de la desaparición física de Amos Oz, ante esta nueva coalición pergeñada por Bibi y la ingeniería electoral israelí, sostengo que hay que buscar más a fondo, más lejos, más adentro. El otro Israel existe, y está, entre otros muchos, en el legado de Oz.
Parafraseando al propio escritor: si quiere saber más, lea sus libros.