Las Despedidas
El pasado sábado 26 de noviembre se cumplieron nueve años de la muerte de Arik Einstein. Tenía 74 años cuando murió y no tuvo el tino ni el privilegio de despedirse de su público de todas las generaciones. Más de medio siglo de canciones y momentos de varias generaciones quedó de pronto huérfano de voz. Ya nadie cantará como él y mucho menos recogerá en sus canciones, elegidas y cuidadas, la sensibilidad de un Israel tan contradictorio como nostálgico, tan displicente como creativo, tan israelí. Todo llega a su fin pero cuando es así, súbito y sin aviso, es doblemente triste. Todavía resuenan las palabras de mi gran amiga israelí: “simplemente no puedo creer que ya no esté”. Nueve años más tarde, el estupor sigue vigente.
Por el contrario, anoche pudimos experimentar, por primera vez, el ritual de una despedida de un ídolo de masas: Serrat cantó en el Estadio Centenario en Montevideo y si bien él nunca dijo “adiós”, estaba claro que está cerrando un ciclo. Ojalá no sea el ciclo de su vida pero tal vez sí el de su vida en el “oficio de cantar”, como ha llamado a su concierto. Que vino con yapa: porque si cantó como siempre o como nunca, además nos regaló reflexiones de una sabiduría, humor, y sensibilidad como sólo él sabe. Ya desde los tiempos en que aparecía con Pipo Mancera en la TV argentina, muy joven, demostraba una mente privilegiada; cincuenta años más tarde ese poeta y juglar de poetas es además mucho más sabio.
Los griegos acuñaron el término de la catarsis como el beneficio de presenciar en escena una tragedia en aquella división binaria y estricta entre ésta y la comedia. El término se ha extendido a la capacidad humana de liberar recuerdos y emociones. La despedida de un fenómeno inter-generacional como Serrat fue absolutamente catártica para alguien como yo que eligió no verlo nunca desde 1984… pasados casi cuarenta años, si el hombre nos da la chance y quiere agradecer, como humildemente lo hizo, allí debíamos estar. Valió cada momento, desde la expectativa previa, la emoción profunda en algunos temas, y la felicidad y fanfarria de “Fiesta” a toda luz.
Por diferentes motivos no todos los cantantes pueden darse el lujo de una gira “despedida”, sin entrar en aquellos que vienen despidiéndose ya años o una vez “despedidos” vuelven al ruedo por factores bien prosaicos como el sustento; tienen todo el derecho. Si esta despedida de Serrat se sostiene en el tiempo, si en muchos años cuando el hombre Serrat ya no esté entre nosotros podremos recordarla, entonces habrá sido simbólica, paradigmática. En lo personal, decida lo que él decida, yo lo habré visto por última vez y no sólo disfrutado sus canciones, una vez más: parafraseándolo en una de sus más olvidadas canciones, habré “puesto fin a mi diario al caer mi última hoja en el calendario”. Serrat y yo no hemos dicho hasta siempre.
Leonard Cohen volvió a los escenarios producto de una crisis económica personal e insostenible, por supervivencia, y sin embargo, acaso sin proponérselo, no sólo se despidió de sus selectos seguidores sino que asentó una renovada fama para las generaciones venideras. Paul McCartney sigue llevando el rock y los Beatles como un góspel a cuanto escenario posible para la escala de su convocatoria. En Israel, Shlomo Artzi, un tembloroso Shalom Janoj, y un rígido Mati Caspi siguen haciendo conciertos en una suerte de eterna despedida. Gidi Gov explota todavía su voz nasal y su humor ahora cascarrabias en cuanta oportunidad se le presenta. Mi amada Java Alberstein sigue dando sus conciertos y es cada vez más personal e íntima. Ninguno quiere irse, ninguno quiere bajarse del escenario.
Eso de despedirse nos lo dejan a nosotros. Vimos a Java en 2015, no sé si volveremos a verla. Aquello fue reencuentro y cierre, desde aquella primera vez que la vi en 1977. Es así, en todos los casos la unidad de medida bordea el medio siglo de actividad, producción artística, y espectadores fieles. Sólo un tipo como Serrat asume el riesgo de cerrar él mismo su ciclo, agradecer él mismo a sus públicos, confesarnos algunos de sus secretos (“el tablao del Lacio no existió”). Con toda seguridad, Arik Einstein jamás hubiera podido afrontar un concierto de esta naturaleza, para él eran un padecimiento. A ambos extrañaremos por igual pero de ambos tenemos su legado, su obra, su voz, sus sensibilidades plasmadas para siempre en esos soportes que antes llamábamos LP, cassettes, CDs, y ahora simplemente, están ahí, en el aire, metafóricamente en el espíritu de todos y cada uno de nosotros.
de la columna de Radio FM Jai (Argentina) el miércoles 23 de noviembre de 2022