Otra mirada a las Mujeres del Muro
He estado siguiendo la lucha de las Mujeres del Muro durante muchos años, con (poco) interés. No me siento muy conectado – o en realidad nada – con esta batalla que supuestamente debería estar apoyando con todo mi ser. Aparte del hecho de que en la sociedad plural a la que aspiro, cada hombre y mujer debería poder ser religioso a su manera, no tengo nada en común con ellas. Al contrario; su judaísmo no es mi judaísmo y, desde mi perspectiva, sus rituales son la esencia de la idolatría. Al igual que la institución rabínica contra la que están luchando.
Si fueran tan directas y sinceras como Moshe Feiglin y el Miembro de la Knéset Yehuda Glick, y quisieran reconstruir el Templo y restaurar el Monte del Templo, me opondría con todas mis fuerzas, pero, al menos, podría discutir sobre el asunto. ¿Pero el Muro Occidental? No importa cómo se mire, no tiene ninguna santidad intrínseca. Es una pared de soporte externo (ni siquiera una pared del Templo mismo) que sostenía la colina artificial sobre la que se construyó el Templo de Herodes. Recién se convirtió en un lugar sagrado en tiempos modernos. Es un sitio religioso inventado, y no hay diferencia entre los rituales que se han desarrollado en torno a sus piedras y cualquiera de los símbolos paganos que caracterizan el judaísmo contemporáneo de madera y piedra. Sobre este tema, las Mujeres del Muro y yo no podemos encontrar nada en común.
Para aclarar cualquier duda, no añoro el Templo que existió ni anhelo ese Templo que espero nunca existirá. Entiendo la exaltación religiosa que no puede ser definida por las palabras de ningún idioma humano ni por los sentidos. Pero el Templo no es eso sino todo lo contrario. Todo lo opuesto a una noble y abstracta idea, el antiguo Templo sólo era un compromiso entre la idea de un Dios que “no tiene ni apariencia de cuerpo ni un cuerpo” y la necesidad de los creyentes menos sofisticados de tener un objeto ritual tangible: un becerro, una cabaña, un altar, sangre, el humo de los sacrificios de animales y la gloria de los sacerdotes.
No es casualidad que en aquellos años en que el Segundo Templo existía, llegó a ser un centro de corrupción religiosa, política y gubernamental. La destrucción del Templo, con todo el dolor por la pérdida de la vida y el fin de la independencia política judía, también puso fin a la corrupción religiosa de Jerusalén y dio lugar al nacimiento del antiguo movimiento de reforma.
En Yavne, lejos de Jerusalén, comenzó a surgir un tipo diferente de judaísmo que colocó al ser humano en el centro (“Lo que es odioso para ti, no se lo hagas a tu semejante; eso es toda la Torá”). La renovación judía del siglo II EC ha dado forma a la conciencia judía hasta nuestros días.
Y en eso radica el primer absurdo de las Mujeres del Muro. Una asociación fundamentalista entre rabinos anacrónicos y mujeres supuestamente progresistas que quieren devolver una institución quebrada al centro de nuestra experiencia espiritual está surgiendo ante nuestros ojos.
Si estas valientes mujeres ofrecieran una alternativa completa al espantoso y limitado judaísmo que se ha apoderado de nuestras vidas, yo las escucharía. Pero no es así. En esencia quieren ser aceptadas como kasher por un mundo de contenidos y símbolos que, al igual que una vasija impura, sólo puede ser reparado rompiéndolo. No veo ningún sentido en que se apropien de un símbolo aquí y de un puesto allá cuando todo el sistema rabínico contemporáneo no es válido. Tenemos que reemplazarlo y negarlo, y no tratar de imitarlo.
En aquellas ocasiones en que expresé mi opinión a las activistas del grupo o a sus donantes y partidarios norteamericanos, en el mejor de los casos se me dio la espalda. Pero ahora, con su nueva campaña para que las mujeres pronuncien una “bendición sacerdotal”, mi oposición se ha convertido en verdadera risa. Es simplemente increíble ver cómo una idea colapsa sobre sí misma.
Mucha gente posiblemente esté familiarizada con la profecía de Gershom Scholem a principios del siglo XX, que decía: “Dios no permanecerá mudo en el idioma en el que se le ha suplicado miles de veces que vuelva a nuestras vidas”. Pero no tantos conocerán una de las advertencias anteriores en el mismo ensayo: “Si … revivimos … el lenguaje de los libros antiguos para que pueda revelarse … de nuevo … ¿no se volverá un día el poder religioso secreto de ese lenguaje en contra de quienes lo hablen?”
Este grupo de mujeres devotas que buscan la igualdad ante el Señor están luchando para pronunciar la bendición sacerdotal. ¿Ustedes captan de qué se trata? El status sacerdotal fue uno de los pilares de la discriminación estructural dentro del judaísmo ritual. Una persona se convertía en sacerdote no debido a su carácter, logros, conocimientos o moralidad, sino sólo por la calidad de sus genes (siempre que fuera hombre, por supuesto). Eran brahmanes de distinguido linaje que la destrucción del Segundo Templo casi tuvo éxito en eliminar del mundo. Y ahora, con sus propias manos igualitarias, ustedes están desencadenando este poder religioso secreto y discriminatorio para que pueda explotar en sus propias caras.
El muro de pesadas piedras que fue construido con la avanzada tecnología romana y destruido por armas romanas no menos avanzadas, permanecerá en pie durante muchos años más. Ustedes, y el establecimiento ortodoxo que está convulsionando con ustedes, al parecer no lo hará. Porque todos ustedes están jugando con un fuego profano que podría, Dios no lo quiera así, consumirnos a todos.
Abraham Burg, Haaretz, 17 de junio de 2016
Traducción: Daniel Rosenthal.