Del ejército a la vida política.
Gideon Levy, Haaretz, 12 de junio de 2022
Gabi Ashkenazi hizo promesas. Benny Gantz hizo promesas. Como dice la canción hebrea, prometieron una paloma. Moshe Ya’alon también fue una promesa. Sin mencionar a Amnon Lipkin-Shahak y a Shaul Mofaz. Desde el segundo jefe de estado mayor de las FDI, Yigael Yadin, casi todos ellos se han dedicado a la política y todos eran muy prometedores. Desde Ehud Barak, ninguno de ellos cumplió esa promesa.
Cualquiera que busque más pruebas de que Israel insiste en no aprender nada de su experiencia ni crecer de su infancia, pues aquí la tiene. Ahora es Gadi Eisenkot, continuando en el rol de Ashkenazi como gran contendiente; Aviv Kochavi ya está calentando en la línea de salida, y el comandante de la Brigada de Paracaidistas está soñando sueños.
Israel no se desteta, a pesar de decepción tras decepción ni, aparentemente lo hará jamás. Cuando el vacío de liderazgo es tan profundo, y los presentadores de la televisión se convierten en el mayor depósito de promesas, está claro que cualquier figura uniformada de alto rango con una dicción impresionante está bien para Israel.
No importa lo que pasó con el último que decepcionó, el siguiente sin duda será otra cosa. Pregúntenles a los corresponsales militares, que siempre están felices de denigrar y glorificar. ¿Cómo podemos comparar a Eisenkot con Ashkenazi? Es algo diferente. Eisenkot es más modesto en sus aspiraciones, pero el país no lo es. Quiere un mesías, y el mesías no vendrá y ciertamente no del ejército.
El mesías no puede venir del ejército, y ciertamente no de las FDI de hoy. Los mejores ya las han abandonado, miraron a derecha e izquierda y vieron quién quedaba. Los que quedan saben muy poco de Israel: están encerrados en sus bases militares. ¿Qué saben de la vida civil y qué saben de política y democracia? Y lo que saben de los árabes, es mejor que lo olviden.
Los vemos después de que se quitan el uniforme. En la mayoría de los casos, es vergonzoso. ¿Eso fue un general de las FDI? Están invitados a los estudios de radio y televisión cada vez que surge un minúsculo conflicto. Siempre predican lo único que saben. Golpear, golpear, golpear. Ese es su mundo, esa es su función, ese es el único lenguaje que conocen. Eso podría ser apropiado para un comandante de batallón en Cisjordania, aunque probablemente no lo sea en realidad, pero ciertamente es un completo desastre cuando se trata de alguien que pretende ser un estadista.
Provenir del ejército, del Shin Bet o del Mossad significa provenir de organizaciones moralmente corruptas. No se trata solo de la ocupación; es la cultura de la mentira, el desprecio por la vida humana, la agresión, la cultura antidemocrática, el secretismo, el machismo, el uniforme, el chovinismo, las ceremonias ridículas. Hay gente a la que todo esto se le pasa, pero a la mayoría no. Y ciertamente no a Israel.
Y por encima de todo esto sobrevuela una pregunta mucho más importante: después de todo, estas son las personas que tomarán decisiones sobre asuntos de vida o muerte en Israel, de guerra y de paz, a veces incluso más que los políticos. Pero mientras que la mayoría de la gente está de acuerdo en que están hartos de los políticos, el ejército y el sistema de seguridad todavía tienen un cierto halo de confiabilidad, y a veces incluso de admiración y adoración.
No como antes de 1973, pero tampoco como debería ser en una sociedad sana. En Alemania Oriental, ¿alguien habría imaginado recurrir a los altos cargos de la Stasi para el próximo candidato a líder político? Incluso Estados Unidos ha tenido una recuperación más fuerte de su adoración a los generales.
Cuando los zapatos eran demasiado pequeños y la manta causaba picazón, solíamos decir: «Lo estándar del ejército». Hasta la vista, Ashkenazi; bienvenido Eisenkot. Y ya estamos esperando a Kochavi. Lo estándar del ejército.
Traducción: Daniel Rosenthal