La coyuntura político-religiosa

Anshel Pfeffer, Haaretz, 8 de abril de 2022

La ahora ex jefa de la coalición, y de hecho ex miembro de la coalición, Idit Silman, no quiso pasar a la historia como la mujer que hizo caer un gobierno y envió a Israel a otra elección inútil y derrochadora, simplemente por permitir que los guardias de seguridad pudieran revisar los bolsos de los israelíes cuyo único pecado es llevar un pedazo de torta en Pésaj a sus familiares que están muriendo de cáncer en un hospital. Podríamos ahondar en las complejidades halájicas de bal yeraeh ve’bal yematzé (“no se debe ver y no se debe encontrar”), el mandato bíblico contra la masa leudada en Pésaj, y el significado cultural del jametz en la esfera pública durante la festividad y el impacto de la orden del Tribunal Superior contra los controles de bolsos en los hospitales, en lo que algunas personas llaman “el carácter judío de Israel”. Pero está bastante claro que la disputa sobre este tema entre Silman y el Ministro de Salud, Nitzan Horowitz, no fue el verdadero detonante de su renuncia.

En su carta al Primer Ministro, Naftali Bennett, Silman escribió sobre “el bien conjunto que nos une a todos como una nación y un estado”. No hubo mención de productos horneados. La deserción de Silman, a cambio de un lugar en la lista del Likud en las próximas elecciones y la cartera de salud, si es que Benjamin Netanyahu forma el próximo gobierno, ha estado cocinándose durante un tiempo ya. En todo caso, es sorprendente que le haya llevado tanto tiempo. Silman, una neófita política, fue una elección espectacularmente mala por parte de Bennett para el puesto clave de jefa de la coalición, especialmente en una coalición de ocho partidos dispares difícil de manejar, con una mayoría ínfima que ahora se ha perdido. Pero para su crédito, se esforzó por desempeñar el rol durante casi 10 meses y guio el presupuesto estatal a través de las largas noches de votación, organizando eventos de animación y repartiendo caramelos a los agotados legisladores de la coalición. Si Silman hubiera querido realmente acabar con la coalición desde el principio, habría saboteado el presupuesto, en lugar de ayudar a aprobarlo dando al gobierno un respiro hasta la próxima fecha límite del presupuesto, en marzo de 2023, incluso sin una mayoría de la Knesset.

Silman no es una saboteadora; es simplemente una política débil que no pudo seguir sufriendo el intenso oprobio de los nacionalistas religiosos entre los que habita, entre ellos a su esposo, sobre su decisión de unirse a Bennett y a sus colegas de Yamina en este gobierno poco ortodoxo. Nadie necesita simpatizar con Silman. Es una persona adulta que ha tomado sus decisiones y que tiene que vivir con las consecuencias de ellas. Pero al mismo tiempo, no debemos ignorar los torrentes de aguas residuales tóxicas y misóginas con las que los cañones de la máquina de guerra de Netanyahu han estado apuntándola durante los últimos 10 meses. Es cierto que a todos los miembros derechistas de esta coalición los han estado rociando con basura similar, llamándolos “traidores sentados con terroristas”, pero aquellos como Silman, que también pertenecen a comunidades religiosas, no tienen respiro, ni siquiera cuando regresan a casa con sus familias. Les está sucediendo cuando van a la sinagoga en Shabat, y sus hijos también lo están sufriendo.

Lo que hay por detrás es mucho más que un rastro de migas de pan en las habitaciones de los hospitales. Silman pertenece al lado relativamente “moderado” de la comunidad nacionalista-religiosa. Está mucho más cerca en sus creencias y su forma de vida del “religioso-liviano” Bennett que del nacionalista haredí Bezalel Smotrich, quien estuvo profundamente involucrado en la orquestación de su deserción.

Más allá de la política, esto nos dice mucho acerca de la situación actual de esa comunidad religiosa específica. Hay una brecha entre la parte que se siente más cómoda en el mundo secular, los israelíes ortodoxos modernos que no están ansiosos por imponer su forma de vida a los demás, y la parte que está mucho más cerca de los ultraortodoxos y que, de alguna manera, es incluso más insistente que los haredim en la coerción religiosa. Pero las dos partes aún están lo suficientemente cerca la una de la otra como para que gente como Smotrich ejerza presión sobre alguien como Silman. Smotrich ha ganado esta batalla, pero dudo que haya logrado atraer hacia él a alguien más que al matrimonio Silman. Es probable que el resultado a largo plazo sea una mayor ampliación de la brecha. Smotrich califica a su lista como de “sionismo religioso”, pero su lista de supremacistas judíos, neokahanistas y homófobos representa, a lo sumo, solo la mitad de los que se llaman a sí mismos sionistas religiosos.

Este es también un momento revelador en la incómoda relación entre la marca personal del ultranacionalismo secular de Netanyahu y las comunidades religiosas de Israel. Hace diez meses, el nacionalista Bennett aceptó liderar un gobierno de derechistas, centristas, izquierdistas e islamistas, porque había llegado a la conclusión de que Netanyahu había subordinado todas sus decisiones como primer ministro a su campaña de supervivencia política personal. Como dijo en ese momento, “Netanyahu nos está llevando a todos a su Masada privada”. Bennett fue desde su adolescencia un miembro totalmente adepto del culto a Netanyahu; incluso nombró a su hijo mayor Yoni, en honor a Yonatan Netanyahu. El año pasado, Bennett finalmente logró liberarse, pero la saga de Silman es una prueba de que Netanyahu, un ateo que no observa ninguna de las restricciones de la Torá en su vida privada, aún conserva un control mítico sobre muchos israelíes religiosos, de la misma manera que el totalmente ateo y desleal Donald Trump lo hace sobre tantos estadounidenses honestos temerosos de Dios.

Lo que es desconcertante después de la deserción de Silman son los murmullos heréticos que se escuchan ahora por parte de las principales figuras de la dirección ultraortodoxa, entre ellos el rabino Gershon Edelstein, quien hace tres semanas heredó el manto de “líder espiritual lituano” tras la muerte del rabino Jaim Kanievsky, y el presidente del partido Judaísmo Unido de la Torá, Moshe Gafni, diciendo que un nuevo gobierno encabezado por alguien que no sea Netanyahu sería preferible a llevar a cabo una vez más una elección. Gafni ha sido un socio político de Netanyahu durante décadas, pero se da cuenta de que incluso si este gobierno cae, las posibilidades de Netanyahu de regresar a la oficina del primer ministro siguen siendo remotas. Preferiría no quedar esposado a él en la jungla de la oposición. Pero tanto Gafni como Edelstein saben que los miembros más jóvenes de su comunidad haredí son fanáticos ardientes de Netanyahu, y desde hace mucho tiempo han sido llevados al extremo más lejano de la extrema derecha del espectro político.

La oposición no es su hábitat natural. Después de solo diez meses fuera del gobierno, los políticos ultraortodoxos anhelan regresar al gobierno, donde pueden garantizar el financiamiento de sus instituciones educativas y sus necesidades de bienestar. Pero se han pintado a sí mismos dentro de una esquina de “solo Netanyahu”. Los partidos haredíes Judaísmo Unido de la Torá y Shas ya han perdido a miles de sus votantes tradicionales a los otros dos partidos del “bloque Netanyahu”, el Likud y el sionismo religioso. Sus líderes saben que perderán muchos más si rompen su pacto con el amado Bibi. Si el gobierno cae y surge la oportunidad de unirse a uno nuevo, liderado por alguien que no sea Netanyahu, digamos que Benny Gantz, se enfrentarán a un severo dilema de permanecer en la oposición o arriesgarse a una rebelión total de los bibistas haredíes nacionalistas enojados. Esto podría ser mucho más importante que simplemente contrabandear sándwiches a un hospital en Pésaj. Podría tener que ver con la autoridad misma de los rabinos y sus representantes designados.

Traducción: Daniel Rosenthal