Wagner no se toca
Martín Kalenberg para TuMeser, 16 de marzo de 2022
El compositor Richard Wagner y el filósofo Martin Heidegger fueron dos conocidos y repulsivos antisemitas alemanes. Uno precedió al nazismo, aunque se convirtió en el compositor musical del régimen, mientras que el otro fue el filósofo del Reich. La gran interrogante surge sobre qué se debe de hacer con el aporte artístico e intelectual de estos dos antisemitas. Una opción es dejar de estudiarlos por su calidad de judeófobos, pero la otra es evitar marginarlos por el aporte que hicieron a la cultura. Sucede que una licenciatura en filosofía que no incluya en su programa de estudios y bibliografía a Heidegger, dejaría de ser tal. ¿Se imaginan, por ejemplo, a la Universidad Hebrea de Jerusalén vetándolo? Yo, no, más allá de lo aborrecible y repugnante que me parezca como persona.
El tema de Wagner es más complejo. Considero que sí se deben ejecutar sus obras en Israel, pero con previo aviso para que quien se sienta sensibilizado por ello no concurra al espectáculo. El debate sobre Wagner lo despertó con virulencia el compositor y director de orquesta argentino Daniel Barenboim, cuando en una presentación en Israel con la orquesta Berlin Staatskapelle en julio de 2001 decidió ejecutar la ópera Tristán e Isolda del compositor alemán al final del espectáculo. Una parte del público presente lo abucheó y se retiró del teatro, mientras que otra permaneció en el recinto.
Desde el costado de la izquierda antisionista y antisemita, el escritor portugués José Saramago, allá por 2002, comparó a Gaza con el campo de exterminio de Auschwitz y, por tanto, al Estado de Israel con los nazis. Recuerdo que en aquel momento las agencias internacionales de prensa informaron que libreros israelíes habían quitado de sus vidrieras todas las novelas del autor portugués para boicotearlo por sus hirientes y ofensivas declaraciones. ¿Vamos a dejar de leer a Saramago por sus declaraciones más allá de que lo detestemos? Considero que no. En Israel, su obra debe seguir siendo estudiada y vendida.
Sin embargo, como todo en la vida, hay límites. Mi lucha, de Adolf Hitler, debe ser prohibido con todas las letras. Se me revuelve el estómago en pensar que su libro, sea en su versión inglesa, o peor aún, traducido al hebreo, se pueda conseguir en una librería israelí o se estudie en sus universidades (aunque algún académico pudiera refutar este argumento explicando que este libro tiene un valor histórico y por tanto debe ser estudiado en las casas mayores de estudios de Israel).
Pero veamos algunos casos más y pensemos juntos qué habría que hacer con cada uno de ellos.
Me pregunto, por ejemplo, qué medidas tomar con la exlegisladora israelí Haneen Zoabi (procesada por fraude en octubre de 2021), quien -en 2010- se trasladó en el buque turco Avi Marmara para llegar en una misión de “solidaridad” a la Franja de Gaza, dominada por el movimiento terrorista islámico Hamas. La Knesset, en su momento, decidió sancionarla con la suspensión de ciertos derechos, aunque no expulsarla como hubiera sido deseable que hiciera. En el otro extremo, el rabino Meir Kahane era una racista y antiárabe, asesinado a sangre fría en Nueva York por un terrorista palestino en 1990. Su partido fue proscrito de la Knesset en la década del ´80 del siglo pasado por su ideología fascista. ¿Está bien proscribir a un partido político? ¿Por qué prohibir a Kahane y no al Partido Comunista u otras facciones radicales de la extrema izquierda israelí?
Más acá en el tiempo, a principios de febrero de 2022 el Board of Deputies of The British Jews (órgano rector del judaísmo británico) rechazó con dureza la visita del legislador israelí Bezalel Smotrich del partido Hatzionut Hadatit (Sionismo Religioso), un parlamentario de extrema derecha, por considerarlo un racista. ¿Hubiera hecho lo mismo si hubiera ido Zoabi o Ahmed Tibi, el más veterano de los legisladores de la izquierda radical árabe-israelí? En mi opinión, y si esto ocurriera en Uruguay, el Comité Central Israelita no debería manifestar su rechazo tanto por la visita de un legislador de extrema derecha como así por uno de extrema izquierda, siempre y cuando visiten nuestro país en calidad de integrantes de la Knesset, porque ambos forman parte de la vibrante democracia israelí. De lo contrario, se podría acusar al Comité Central de coartar la libertad de expresión, tanto de legisladores israelíes de extrema derecha, así como de extrema izquierda.
Probablemente la estadounidense Conference of Presidents of Major American Jewish Organizations (similar al Board of Deputies) no hubiera tomado la misma medida que su par inglesa porque el país norteamericano establece que la libertad de expresión debe proteger las opiniones más bárbaras e incluso actos que -considero- son inaceptables como la quema de un símbolo patrio. Recordemos que los padres fundadores de Estados Unidos incluyeron varias enmiendas en la constitución de aquel país, las cuales rigen hasta nuestros días. La primera de estas expresa: “El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas…”. Sin embargo, en el propio Estados Unidos se censuran libros como el cómic Maus de Art Spiegelmann, afortunadamente traducido al español, que relata la historia de un sobreviviente de la Shoá, padre del autor del libro. Lo más grave es que la prohibición proviene de la dirección de un colegio estatal de McMinn County, Tennessee. Las razones son inverosímiles: desnudez y lenguaje soez. Retrógrados y oscurantistas son las dos formas que se me ocurren para calificar a los directivos de esta escuela.
Maus es una pieza de arte que acerca a cualquier lector al inmenso dolor que nos provoca la Shoá a los judíos y a la humanidad en general. Considero que su lectura debería ser obligatoria en los liceos uruguayos porque los dos tomos del cómic relatan de tal forma la tragedia de la Shoá que acercarán a cualquier joven al tema.
La censura militar. ¿Es correcto que una democracia ejemplar como Israel acepte la censura militar? Entiendo que solo y únicamente para los casos en que se pone en riesgo a la seguridad nacional. Ahora bien, eso no deja de problematizarme en cuanto a que para cuidar a un país haya que revisar las comunicaciones de todos los ciudadanos y las publicaciones de todos los periodistas. ¿Qué hacemos con la libertad de pensamiento, expresión, prensa y derecho a la privacidad de todos los ciudadanos israelíes? Según la organización internacional Reporteros Sin Fronteras, Uruguay está en el lugar 18 en el índice mundial de libertad de prensa, mientras que Israel ocupa el puesto 86. Pero también es importante expresar qué ubicaciones ocupan los vecinos de Israel: Palestina, el 182; Egipto, el 166; y Jordania, el 129.
A pesar de los Saramago, Wagner, Smotrich, la censura militar y la guerra, el estado judío asegura, de la mejor forma posible, uno de los derechos básicos del ser humano: la libertad de expresión.