Democracia Israelí en 2021

Anshel Pfeffer, Haaretz 30 de diciembre de 2021

El 6 de enero de este año, Yosef Grif estaba viendo, como tanta gente en todo el mundo, las escenas en la televisión en el momento en que miles de partidarios de Trump irrumpieron en el Capitolio, tratando de evitar la verificación de la elección de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. En una entrevista con motivo de su jubilación hace un par de semanas, Grif, un veterano de 32 años de la Guardia de la Knesset y, durante los últimos 12 años su comandante, dijo que “por supuesto, después de los eventos en el Capitolio, nos preparamos e hicimos todo lo necesario para estar listos”. Esto incluyó “redactar pautas y comprar equipo para estar listos para un escenario así”. En enero, después de lo que había sucedido en Washington DC, un hecho similar en Jerusalén no parecía ser algo inimaginable.

Después de todo, aquí también había un primer ministro de mentalidad autocrática, con la oposición de la mayoría de los votantes, que había arrastrado a Israel a tres elecciones adicionales cuando no pudo ganar. No tenía una mayoría, pero afirmaba tener el respaldo de “la gente”, siendo apoyado por un culto minoritario que lo adora. En repetidas ocasiones había calificado los intentos legítimos de sacarlo del poder como “un golpe” y ya había roto todas las reglas para intentar aferrarse al poder. Algunos de los fanáticos acérrimos de Benjamin Netanyahu murmuraban que detendrían a cualquiera que “se oponga a la voluntad del pueblo”. Pero cuando llegó el momento, el 13 de junio, ninguno de ellos apareció en la Puerta Palombo de la Knesset.

De hecho, a las nueve menos tres de la noche, cuando el voto de confianza de la Knesset en el nuevo gobierno de Naftali Bennett terminó con 60-59 a favor, Netanyahu regresó al asiento en primera fila del primer ministro. Pero el ex presidente de la Knesset, Yariv Levin, le tocó el hombro, y Netanyahu se levantó y se alejó unos pasos hacia el asiento del líder de la oposición, donde Yair Lapid, que ni siquiera había terminado de recoger sus papeles, se desplazó hacia los asientos del gobierno. Y así, el poder en Israel cambió de manos.

Tal como lo vio el mundo en los Estados Unidos a principios de 2021, una transición ordenada del poder no es algo que se dé por sentado, ni siquiera en la más grande de las democracias. Por lo tanto, el hecho de que cinco meses después ocurriera sin problemas en la democracia israelí más bien frágil y limitada, y tal como sucedió en el pasado cada vez que un partido gobernante perdió una elección, tampoco era algo para darlo por sentado. Especialmente cuando, en este caso, Netanyahu lo hizo sin la más mínima gracia, negándose a asistir a la habitual ceremonia de traspaso con Bennett, acusándolo de haber perpetrado el “mayor fraude electoral del siglo” y aferrándose a los símbolos del cargo: la residencia oficial y los coches y guardaespaldas para su familia, durante todo el tiempo que pudo. Netanyahu ahora pasa sus días incitando a sus seguidores contra el gobierno legalmente elegido. Pero finalmente se confirmó al menos el requisito básico para el funcionamiento de una democracia: que se respeten los resultados de las elecciones y que se permita tomar posesión a un gobierno que representa a la mayoría de los votantes. Ese fue el mayor logro de Israel en 2021.

El día en que juró como primer ministro, durante su discurso inaugural, Bennett respondió a los abucheos de los partidarios de Netanyahu: “Nuestros antecesores no pudieron haber imaginado que estaríamos discutiendo en un parlamento soberano. Estoy orgulloso de esto”. Y tenía razón. Ninguno de nuestros antecesores fue demócrata.

Por supuesto, un parlamento elegido no es el único requisito para una democracia que funcione. Israel todavía tiene un largo camino por recorrer para lograrlo. Es apenas una democracia en sus fronteras anteriores a 1967. Más allá de ellas, en Cisjordania, sigue siendo una dictadura militar que gobierna a millones de palestinos apátridas. E incluso dentro de la Línea Verde, hay demasiados ciudadanos de segunda clase, ya sean árabes que no disfrutan de pleno acceso a los recursos del estado o parejas que no quieren ser unidas en matrimonio por un establecimiento religioso coercitivo. Y hay quienes no son reconocidos por ese establecimiento religioso como pertenecientes a su fe y ni siquiera pueden casarse dentro de ella. Y las mujeres que han estado casadas por ese establecimiento y son mantenidas cautivas en relaciones abusivas por sus clérigos fundamentalistas. Pero debajo de esa montaña de inconvenientes, este año la democracia israelí logró asegurar su propia supervivencia, enfrentándose a adversidades considerables. Mirando hacia atrás al año 2021, fue una notable demostración de resiliencia. El gobierno cambió, sin necesidad de una revolución o un golpe de Estado, y el exlíder que habría continuado gobernando todo el tiempo que le fuera posible, enfrenta acusaciones de soborno y fraude en el Tribunal de Distrito de Jerusalén.

A pesar de todas las críticas, muchas de ellas justificadas, aunque no todas, la democracia israelí no recibe suficiente crédito por haber logrado esto. Este año fue la décima vez que un nuevo primer ministro reemplazó pacíficamente a un titular de un partido diferente en los 73 años de existencia de Israel. Ninguno de los 140 países que obtuvieron la independencia después de la Segunda Guerra Mundial tiene un historial comparable. Israel hizo esto a pesar de tener que luchar repetidamente por su supervivencia, y sin ninguna democracia en la región de la que aprender, y sí, aunque sigue siendo un cliché horrible, después de los eventos en Túnez este año, es una vez más la única democracia en el Medio Oriente.

No es que los judíos que llegaron aquí vinieron con alguna tradición democrática propia. La mayoría de los judíos lo suficientemente afortunados por haber nacido en democracias se quedaron allí, mientras que a Israel llegaron los que se habían criado en dictaduras comunistas o árabes. Y, sin embargo, aunque Israel tuvo sus dictadores en potencia, desde Ben-Gurion hasta Bibi, ambos, de mala gana, se vieron obligados a dejar el cargo, y a pesar del tamaño desproporcionado de su ejército, sin mencionar el lugar altamente respetado que las FDI tienen en la sociedad israelí, nunca hubo ni la más mínima insinuación de un golpe militar.

Cualesquiera que sean las fallas y los desafíos que aún enfrenta la democracia israelí, y sin ignorar los esfuerzos masivos que aún debemos realizar hasta que todos los que viven dentro de las fronteras poco claras de Israel disfruten plenamente de esa democracia, podemos terminar el 2021 sabiendo que se ha demostrado que todavía está aquí, aunque algo enferma, viva y coleando.

Traducción: Daniel Rosenthal