Majanot 2022
A esta altura, aventurarse a pronosticar el año próximo sería pecar de soberbia superlativa.
Hace un año, ninguna Tnuá (Movimiento Juvenil) osaba siquiera plantear la concreción del Majané (campamento) anual, el punto alto del calendario juvenil. Este año que acaba de comenzar vio como proyectos, planificación, publicidad, y gastos fueron sepultados por la nueva ola pandémica que azota el mundo e inexorablemente llegó a nuestras orillas. No hubo vacunas, hisopados, ni previsiones que evitaran un desenlace tan triste como esperado: la cancelación, en diferentes etapas, de todos los proyectos de verano de la juventud sionista uruguaya. La variante Ómicron, a priori menos letal pero mucho más contagiosa, ha distorsionado la vida familiar y social de nuestro Ishuv, nuestra “colectividad”. No somos los únicos, pero nuestra noción de colectivo queda, como pocas veces, en evidencia. Ni Ómicron ni Delta ni ningún virus distingue grupos étnicos, culturales, o religiosos; pero quienes nos agrupamos en torno a ideales y relatos somos doblemente frágiles: el virus no sólo amenaza nuestra salud, también es disruptivo en nuestra forma de vida.
La tradición rabínica nos ha desafiado a extraer enseñanzas de todo. Lo sucedido en estos dos años, y sigo sin aventurar nada respecto a un tercero, ha sido un curva de aprendizaje empinada y difícil. Repito: lo fue para toda la sociedad, y nos comprenden las generales de la ley. Sin embargo, la vocación y adhesión que despiertan los movimientos juveniles, sus códigos, su autonomía y auto-determinación, son un campo especialmente fértil para un virus que, dicho en forma simple, obligó al mundo a detenerse. Los casamientos se postergaron; los estudios se resintieron; los trabajos se perdieron; los gobiernos apelaron a sus reservas; los movimientos juveniles, nuestras tnuot, vieron quebrarse sus ciclos de vida mientras el tiempo pasaba y sus educadores y educandos (madrijim y janijim) crecían y sus momentos se los llevaba el tiempo. Los judíos de Montevideo podemos diferir mucho en nuestra adhesión al calendario hebreo, pero estar por fuera del calendario “tnuatí” es casi como un exilio.
Todos sabemos que Pesaj y Rosh Hashaná volverán a suceder el año próximo, que tendremos una nueva oportunidad de comer matzá y escuchar el Shofar; pero el chico que finalizaba este año su ciclo en la tnuá, después de muchos años, se habrá perdido el emotivo final en torno a una bandera, en medio del bosque y la hojarasca, con los “tilboshot” (uniformes) despreocupada y orgullosamente portadas como símbolo de pertenencia, de protagonismo. Volverán a haber majanot, no hay duda; pero otros serán los niños, otros sus líderes, otros los padres. Este tren pasó. Tal vez un año pasó pero quedó la esperanza; pero dos años son pérdida irreversible.
Como adulto, de hecho ya muy adulto, como padre de hijos que vivieron sus procesos en los movimientos juveniles, me identifico con esos padres cuyos hijos hoy debieron ceder no sólo a su presión sino a la contundencia de los hechos. Como adulto que fue parte de la vida tnuatí en su adolescencia, más aún. Si Ómicron finalmente generará la tan prometida inmunidad de rebaño y el virus, mutando, se comerá a sí mismo, no lo sé. Lo que sí sé es que los movimientos juveniles, sus actividades multitudinarias, la estrechez del contacto, y la libertad de los campamentos no tienen como fin contribuir con este proceso biológico-social, sino con la generación de pertenencia e identidad judía y sionista. Por lo tanto, la decisión de suspender, llegara cuando llegara, fue la acertada.
Como se trata de educar, y si algo ha sido “educación no-formal” no tengo duda que la pandemia lo está siendo, lo más importante es qué se hace con esto. Cómo se procesa. No me refiero a temas administrativos, financieros, económicos, o contractuales; hay gente de bien que sabrá procesar los asuntos. Me preocupa que esta generación que decidió renunciar a sus sueños se fortalezca en su sentido de ubicuidad, en su noción de poder, y que pueda desarrollar nociones de límites y limitantes mucho más elaborados y claros de los que se manejaban hasta ahora. Tal vez así, cuando sean adultos, padres, jugadores en la cancha grande el mundo, cuando tengan que proyectar o tomar decisiones, recuerden que una vez, dos veces, un virus invisible los obligó no sólo a adaptarse y modificar sus sueños e ideales, sino a cancelarlos sabiendo que el momento no volvería a suceder. Mientras tanto, como hijos, estudiantes, y soñadores, es tiempo de afrontar lo posible, dar pasos cortos, y junto con sus padres y adultos, aprender que el mundo vive una coyuntura centenaria y somos protagonistas.
Muchas veces creemos que los padres debemos enseñar a los hijos. Esto se ha revertido con la alta tecnología, donde ellos nos sacan mucha ventaja. Estas renuncias de la adolescencia bien pueden ser el primer paso para que todos juntos, padres e hijos, sepamos que por más que nos las lavemos, no todo está en nuestras manos.