Amos Oz Z’L
Cuando murió Amos Oz el 28 de diciembre de 2018 era viernes y su hija Fania dijo: “los poetas mueren en Shabat”. El autor israelí más popular, traducido, y vendido en todo el mundo había partido prematuramente, dejando tanto por escribir. Fania Oz-Salzberger, historiadora, se hizo cargo de su legado, sobre todo en lo ideológico. Su obra en conjunto, “Los Judíos y las Palabras”, procuró, con mucha sabiduría, asegurar su trascendencia.
Pasados dos años su otra hija, Galia, hasta entonces anónima para el gran público (escritora de cuentos infantiles), se despachó con un librillo de memorias astutamente titulado “Algo disfrazado como amor” (en clara alusión al opus de su padre “Historia de Amor y Oscuridad”). Alega que su padre la castigaba físicamente, hasta el abuso psicológico. La imagen idílica, construida durante años de conferencias y creatividad literaria pareció hacerse añicos de golpe. Todavía recuerdo la ferocidad de las palabras de Galia en una entrevista en la televisión israelí: “háganse cargo”, o “lidien con ello”, o en un idioma más prosaico, “hagan lo que puedan, esta ha sido mi verdad”.
El año gregoriano 2021 comenzó con este escándalo mayor en la opinión pública israelí. En medio de la crisis mundial de la pandemia, las acusaciones de Galia Oz dieron lugar al “chismorreo” (tal como lo describe Amos Oz en el capítulo 5 de su “Historia de Amor y Oscuridad”) que tanto fascina a la opinión pública; en especial cuando el público llevaba un año de encierros, statu-quo político, y deterioro institucional.
Al finalizar 2021 la figura de Oz ha sido revisitada y revisada entre otros autores israelíes todavía vivos (A.B. Yehoshua y Grossman) por el cineasta Yair Qedar. Es que resulta muy difícil acallar voces realmente sensibles, reflexivas, auto-críticas (en un sentido nacional, no necesariamente personal). Pueblos, naciones, países, todos precisamos ese tipo de voces. Lo que hicieron o no como padres o como personas es otra historia, entre ellos y sus seres próximos. La historia que importa es la que nos incluye como público lector.
Mi postura respecto a estos asuntos de la moral de los grandes creadores es clara: no juzgo su grandeza como tales por su conducta como seres humanos corrientes; del mismo modo que creo saber reconocer la calidad de un artista más allá de su ideología. Me niego a cancelar a nadie por sus conductas o ideologías, ni siquiera por el contenido de su obra. Si el uso de los recursos produce un texto que conmueve, repulsa, o cala en algún rincón del alma, ese es un artista. El resto es parte de su persona, no de su personaje. Todo artista que se precie es, irremediablemente, un personaje. Amos Oz no escapa a esta regla; “los poetas mueren en Shabat” se dice de un personaje; las personas mueren cuando les toca.
En esta suerte de susurro en que ha quedado sumida la memoria de Amos Oz me parecía vital rescatar, con la modestia que podemos hacerlo desde nuestro lugar, su personaje. Preferentemente, el literario por sobre el ideológico. En este sentido, daría la impresión que Oz quedó petrificado en el tiempo de “Paz Ahora” y la “Solución de Dos Estados” cuando todavía era mala palabra en la opinión pública israelí; hoy ya muchos quisiéramos que fuera posible. En todo caso, y surge claramente de su última conferencia, Amos Oz en sus últimos tiempos se había transformado en un escéptico. Afirmó que no existe la chance de un Estado binacional (no existe tal “criatura”, dijo) y que no estaba dispuesto a ser otra vez minoría; mucho menos en un país árabe.
También dijo, y merece rescatarse ya en el campo de su creatividad: hay que generar un “lenguaje para curar heridas”. Su mejor propuesta, sin embargo, no fue política: haz algo creativo con tu recuerdo, le dijo a un interlocutor palestino en Europa. Este es el personaje literario en su mejor versión. Nunca sabremos a ciencia cierta quién fue Amos Oz la persona. Esta ignorancia o incertidumbre no debería privarnos de Amos Oz el personaje: el creativo, el ideológico, de dimensión casi profética. Su literatura está atravesada por el dolor, la oscuridad, el abuso psicológico, el deterioro, la desilusión, y los avatares de las “familias infelices”; al mismo tiempo, su obra está profundamente arraigada en el amor y el sentido de destino que nos une como colectivo. El pájaro Elisa “que canta todavía” y cierra “Historia de Amor y Oscuridad” es una frágil metáfora de nuestros inciertos avatares en el transcurso de la historia y el tiempo.
No lo acallemos. Sigamos hurgando en sus personajes, sus paisajes, sus historias mínimas cuya sumatoria nos configura, nos incluye, nos refleja. Dejemos que Amos Oz siga siendo luz para la humanidad, que siga combatiendo desde su obra esa oscuridad esencial de la que, parecería, ni sus hijos pueden liberarse.