El Violinista, Janucá, y Reflexiones Alternativas
Hace mucho tiempo que prefiero cultivar la amistad en lugar de agitar la polémica con mi amigo el Rabino Eliezer Shemtov. A lo largo de los años hemos sabido tener conversaciones cotidianas y de las otras, acompañarnos a la distancia en tiempos de tribulaciones (pérdidas, pandemia), y preocuparnos juntos por un mismo tema que nos ocupa en forma paralela: el judaísmo y los judíos. Que por otra parte, es tema para todos quienes estamos involucrados en la vida comunitaria judía, desde la tienda que sea. Sin embargo, el editorial que acaba de publicar para su revista Kesher de Janucá tiene algunos pasajes y puntos que me gustaría comentar. Me consta que él siempre me invita a hacerlo, pero como dice el poeta estadounidense Robert Frost, “good fences make good neighbors”. Reconocer los límites de la propia identidad y pertenencia es un desafío judío por antonomasia.
Dicho esto, veamos algunos puntos de su texto titulado “El Violinista en el Tejado y Janucá” (*).
En el mismo cuenta una anécdota de El Rebe (de Lubavitch) en relación a un jasid que lo visitaba y cambiaba sus ropas de ruso por sus ropas de jasid para la ocasión. Lo curioso de la anécdota es que pone el dedo en la llaga precisamente en un asunto que despierta curiosidad por su llamativo anacronismo: cómo se viste un jasid. Sin embargo, lo que más me asombra de la anécdota es que El Rebe estaba diciendo, tal como la cuentan sus seguidores y shlijim, que no es el hábito el que hace al monje. ¿Por qué entonces se justifica la rigurosidad de la vestimenta lubavitch? ¿Es la ropa que hace al lubavitcher, o es su conducta? Seguramente la respuesta será algo así como que la conducta condiciona la vestimenta; o seguramente Eliezer nos sorprenda una vez más. Más allá o más acá de Jabad Lubavitch, la pregunta es pertinente: ¿qué nos hace judíos?
Si su antecesor reconoció al jasid, El Rebe (Rabí Menajem Mendel Schneerson) por supuesto reconoce al actor que se hizo famoso haciendo de Tevie en la producción de Broadway, un Cohen, y le pide que lo bendiga (lo cual el actor hace). El Rebe no se encandila por las luces de Broadway, sostiene Eliezer, sino que ve las virtudes judías del actor. Ahora bien: Eliezer asimila al actor Theodore Birkel con los macabeos y a su personaje, Tevie, con los helenistas o helenizados. Si estos últimos tendían a sumarse a la cultura popular y prevalente de la época adoptando nombres y costumbres paganas o griegas, ¿cuál sería el sentido de recrear tan fielmente aquello de lo cual uno se está alejando, el judío devoto? Tal vez valga la pena pensar que el actor Theodore Birkel, Meir Hakohen para El Rebe, es uno de los tantos judíos que se debaten entre esos dos mundos y que viven sus vidas simultáneamente en ambos. Como el jasid, tienen dos conjuntos de ropa; como el jasid, él es uno solo.
Con motivo de los cincuenta años de “El Violinista en el Tejado” pude ver la película más de una vez en el cable (gentileza de Film & Arts). Es una gran obra y una mejor película.
Representa una realidad que nos une a la mayoría de los judíos ashkenazim, e incluso explica cómo y por qué aun nos aferramos a ciertas costumbres. Explica la emoción de decenas de participantes en el proyecto que llevó a cabo Ignacio Cardozo hace no mucho tiempo en el teatro uruguayo y el desafío para un actor como Humberto de Vargas de encarar a Tevie. ¿Acaso no recordamos a Raúl Rossi que consolidó su fama con ese personaje en el Río de la Plata? Ya hubiera deseado mi maestro Jaime Yavitz Z’L poder encarar a Tevie si hubiera tenido la oportunidad.
Como escribí alguna vez, “ese” tipo de judaísmo es lo que mayoritariamente entendemos como judaísmo en estas orillas, y en parte por ello a los movimientos liberales se nos hace más difícil validar opciones más desarraigadas de aquella “tradición” a la que canta Tevie y más conectada con valores sobre los cuales Tevie todavía no podía saber demasiado, pero están representados en sus hijas y sus opciones de vida. Si esa “tradición” es la que evita que el violinista se caiga del techo, ¿por qué cuestionarla?
Tevie se confiesa ignorante, no estudioso, un trabajador; él hace las cosas porque sí, porque de lo contrario su mundo se desmorona, como efectivamente sucede al final cuando abandonan Anatevka. ¿No será que, para muchos, actualmente, sucede lo mismo? Si la revelación existe, no está en el cielo, sino entre los hombres de carne y hueso que laboran cada día. Para ellos, “tradición” es más que suficiente. Todos los judíos estamos atraídos por esa fuerza gravitacional llamada “tradición”, que también puede entenderse como tracción: lo que nos empuja hacia delante.
Hay muy poco de caricaturesco en “El Violinista en el Tejado”: acaso algunos personajes secundarios; Tevie y los suyos son personajes bien “redondos” usando el término de EM Forster, bastante complejos, debatiéndose entre sus deseos y sus obligaciones. Por algo hay tres hijas, tres planteos, y tres desenlaces. Por algo Tevie queda atrás, rezagado, representando el exilio. Creo que la obra y la película, más allá de su música y letras maravillosas, de su coreografía, de su estética en general, apuntan al fenómeno del judaísmo que sigue debatiéndose ante el mundo que se despliega delante de él.
No voy a “discutir” con mi amigo Eliezer la teología de su propuesta en el editorial. Como cada cosa que escribe, con toda su picardía y toda su formidable capacidad retórica, he aprendido a respetarlo a él y al movimiento que, con tanto orgullo, él representa. Pero cuando ofrece al público un texto como este, no puedo resistir la tentación de hacer otra lectura de lo que él mismo propone. Para mí, la riqueza del actor Theodore Birkel/Meir Hacohen es que, en jerga futbolera, juega en toda la cancha. Es un actor que representa a un judío en busca de su razón de ser (y su parnasá) y es un judío que viene a su Rebe en busca de su razón de ser (la parnasá se la gana como actor); seguramente no sólo bendijo al Rebe como Cohen, también dejó tzedaká. Quiero creer que Mr. Birkel y Meir Hacohen se emocionaban tanto con las luces de Broadway como con las luces de Janucá; y no “respectivamente”, sino al mismo tiempo, porque son la misma persona.
Quisiera cerrar esta reflexión con un dato que seguramente muchos conocen pero que me parece relevante destacar: el director elegido para la película sobre la obra musical fue Norman Jewison. Si algo hay en un nombre, éste lo dice sin ambages. No es casualidad que Jewi-son dirigiera en el lapso de dos años “El Violinista en el Tejado” y “JC Superstar”. No, no se trata de pájaros y peces, nada es tan extremo; pero todos nos movemos en un mundo de ambivalencia y contradicciones: el jasid, el actor, el director, y en general la mayoría de nosotros. Algunos tienen las cosas muy claras; ese es su estilo de vida. Y sí, usan siempre la misma ropa; es su derecho. A ellos, mis respetos. En lo personal, prefiero ser un Tevie con mejor suerte que el personaje: estudiar y acaso de vez en cuando hacerme una buena pregunta y proponer alguna respuesta relevante. Con eso tengo bastante.
Jag Urim Sameaj!