La Saga Tabarez

Sería un atrevido si yo escribiera de fútbol. Sin embargo, fútbol mediante, miles de uruguayos están escribiendo sobre política, sobre la cual todos podemos opinar: el “affaire” Tabarez da para todo. La caída del DT es en última instancia su responsabilidad. Él, y sólo él, con sus actitudes a través del tiempo, precipitó este desenlace tan penoso y ambiguo: por un lado, la vergüenza de ser cesado (esa que no enjuaga ninguna indemnización), y por otro lado, el agradecimiento de jugadores (auténtico o libretado) y público en general por estos últimos quince años. Que se obtuvo un solo título, es verdad; pero que nunca antes en la era del fútbol-negocio fuimos primer mundo como ahora es otra verdad. Si la coincidencia entre estos buenos años y la hegemonía política del Frente Amplio es tal o hay causalidades, es resorte de historiadores.

Si no voy a hablar de fútbol o de política, entonces voy a intentar decir algo sobre la dimensión humana y mítica que se trasluce en estos fenómenos de masas. Cuando alguien me dijo que Tabarez “le dio tanto” al fútbol y por lo tanto a la sociedad uruguaya, inmediatamente aclaré: dio de acuerdo a lo que esa misma sociedad, a través de su órgano rector del fútbol, quiso pagarle a él y sus  ayudantes. Tan es así, que para muchos uruguayos medios, en relación a su remuneración, fue bien poco lo que Tabarez “dio”. Personalmente creo que Tabarez no dio nada que no fuera en primer lugar para él y los suyos (por “suyos” me refiero a familia y colaboradores). Lo que sí hizo Tabarez fue representar. Tanto en el sentido simbolizar lo que otros no lograron demostrar como en el sentido de jugar un rol.

Estamos hablando de un hombre muy inteligente, más aun si se considera la media en el ambiente del fútbol. Su origen social puede ser popular, pero sus aspiraciones y formación personal no lo son. Estamos hablando de una personalidad carismática, fuerte, egocéntrica (en el estricto sentido de la palabra: él es el centro), y con un sentido inequívoco de propósito: siempre supo a dónde quería llegar, y llegó. Me recuerda otro personaje igualmente excepcional, el Presidente Tabaré Vázquez: siempre quiso ser oncólogo, siempre quiso progresar, y siempre quiso ser Presidente. Lo fue dos veces, a la vez que Tabarez fue DT de la Selección Nacional dos veces; la última por quince años, record que difícilmente alguien iguale algún día.

Por sobre todo, Tabarez representa valores muy caros a la sociedad uruguaya: el decir popular; el origen, si no de carencias, por lo menos humilde; la educación pública; el tipo de futbolista aguerrido, con “garra”; muy ganador parado al costado de la cancha; muy atractivo, y carente de ordinariez alguna en el discurso o en el trato. No menos importante: muy discreto en cuanto a su familia, su vida privada, y su éxito personal; no por nada cuando algo finalmente trascendió en ese sentido causó tanto revuelo y fue leña para la hoguera de sus detractores, aunque el asunto no tenía nada que ver con el fútbol. Sus cualidades personales y los valores y condiciones que inculcó e impuso en el ámbito de La Selección, más algunos golpes de suerte y la mejor generación de futbolistas en muchos años, le permitieron más de diez años (cuento desde Sudáfrica 2010) de credibilidad e incondicionalidad.

Aun los héroes más encumbrados caen por su propio peso o encuentran su límite fuera del ámbito que ellos mismos controlan; sea Moisés en la Biblia o Ícaro en la mitología griega. En el caso de Tabarez, sin tomar en cuenta el momento del título sudamericano en 2011, donde apenas si había un incipiente “proceso”, pudo haberse retirado de motu proprio en 2018 después de una intachable 5ª ubicación habiendo perdido la clasificación a manos del futuro Campeón del Mundo. Fue en ese momento, siguiendo con la imagen de Ícaro, donde quiso acercarse demasiado al sol y sus alas se derritieron, hasta que cayó; no precisó llegar a Catar para que los excesos del calor hicieran estragos. Si tomamos la imagen de Moisés, como éste, pagó el precio del desborde producto de su personalidad; decir que nadie osaría echarlo era invitar a que lo hagan.

¿Cuál fue el desborde de Tabarez? Su hubris, o hybris: “la desmesura de su orgullo y arrogancia”, tal como explica Wikipedia el concepto. Volviendo a lo que constituye la percepción y juicio social del uruguayo medio, si hay algo que éste no perdona es precisamente la soberbia. Mucho menos, o tal vez especialmente por lo que representa, en el mundo del fútbol. El discurso armado de modestia, espíritu de equipo, y camaradería, en muchos casos auténtico, existe por la necesidad de contrarrestar los excesos de los que son estrellas, pero sobre todo por la opinión pública. La inteligencia de personajes como Tabarez también se mide por cómo manejan y manifiestan su ego feroz; quienes no pueden hacerlo pagan el precio y viven sus vidas en los nichos que encuentran por su capacidad, pero limitados por un personalismo exacerbado; caso emblemático, Juan Ramón Carrasco.

Será la edad, será el deterioro de su salud, o será la combinación de ambos factores graficados en su bastón de apoyo, su andar tambaleante, y su inamovilidad al lado de la línea de cal; el asunto es que un día “el Maestro” dejó de saber la lección y se salió del libreto. Siguió siendo inteligente, agudo, autoritario, egocéntrico, y por momentos exitoso (siempre jugadores mediante, claro); pero empezó a prevalecer el tono despectivo, descalificativo, y soberbio. Así como la coyuntura de una mano de Suárez y un penal errado por Ghana lo pusieron entre los cuatro mejores del mundo en 2010, los caprichos de La Corporación lo enfrentaron a un calendario imprevisto y demandante, una tormenta perfecta. En ella y en su propio discurso se ahogó. Como George Clooney en la película, quiso remontar con su ego una realidad incontrastable, y sucumbió. A diferencia de la película, podía haber recibido un salvavidas, pero lo despreció frente a tres millones. Esa es la tumba de los cracks.

Como dice mi amigo Sergio Gorzy, yo no soy futbolero. No soy hincha, no soy apasionado. Escucho más sobre fútbol de lo que miro fútbol. Es un entretenimiento y sobre todo, una apasionante ficción; por su trama imprevista (el juego en sí, que es su mayor virtud, y las consecuencias que trae), y por sus personajes. Hubiera querido que la novela “Tabarez” cerrara con un final feliz. El anciano sabio debió retirarse a tomar mate a la sombra de un árbol, dando algún consejo, concediendo alguna entrevista. A diferencia de muchos otros en su momento de la larga e injusta historia del fútbol uruguayo, sin la urgencia del sustento y con un entorno ordenado y encaminado. Lo merecía por capacidad y logros.

No hay ficción que resista los más profundos impulsos humanos. Las grandes ficciones consiguen contenerlos, exponerlos; en ello radica su grandeza. La saga Tabarez quedará en los anales del fútbol y la cultura uruguaya como un ejemplo de la mayor gloria y la sorpresiva caída. No tenemos que ir a leer la biografía de Churchill; con la de “el Maestro”, alcanza.