Wimbledon Synagogue

Creo que lo más hermoso de ir a los servicios religiosos en la Sinagoga de Wimbledon en Queensmere Road ha sido el entorno. Para acceder debemos caminar unas diez cuadras a través de uno de tantos barrios residenciales londinenses y luego transitar en la línea 93 a lo largo del Putney Heath, uno de esos tantos bosques que los ingleses han preservado en el seno de su urbanismo. En el trayecto, uno podría ver hasta intuir algún ciervo o zorro, pero sobre todo se ven gentes y perros surgiendo entre la frondosa vegetación, caminando sobre estrechos senderos embarrados por la humedad. De tanto en tanto, algún jinete montando un caballo blanco contrasta con la ocre frondosidad.

La sinagoga no tiene señales. El portón podría ser el de cualquier casa, excepto que en una casa no hay alguien cuidando y franqueando la entrada. Una vez dentro, es un edificio utilitario, con poca aspiración arquitectónica y alguna aspiración artística. La clásica funcionalidad de este tipo de espacios, las previsiones acústicas, y dentro de una modernidad sobria, mucho minimalismo y despojamiento. La calidez está dada por la madera, desde tonos oscuros y rústicos en el Arón Hakodesh hasta la claridad y fineza de las excelentes sillas. Por ser una sinagoga reformista, no hay reparos con el uso de la tecnología, pero el canto es a capela y en cierto modo hasta monacal; el efecto es bellísimo. Ninguno de los “jazanim”, varones o mujeres, es profesional. El servicio se trasmite por streaming y la gente también participa del mismo desde sus casas.

Fieles a la forma reformista, hay mucha lectura en inglés pero no en desmedro del hebreo original de las plegarias. El mensaje es universalista en contraste con algunos textos muy singularizantes de la liturgia tradicional, pero se nota un cuidado equilibrio entre tradición y modernidad. El rabino Adrian Schell, alemán, que oficia en Wimbledon hace un año, trae siempre un mensaje muy arraigado en las fuentes, específicamente en la lectura semanal de la Torá, a la vez que muy focalizado en lo humano y no en los grandes temas que ocupan a la Humanidad estos días. Se nota un esmerado esfuerzo por preservar lo idiosincrático de lo judío aun cuando las invocaciones sean universales. No podemos decir que su discurso se inscriba en la tradición del judaísmo rabínico, pero no podemos negarle una fuerte e indeleble impronta judía. Una mirada judía, desde el culto judío, sobre el mundo que nos rodea e incluye.

Daría la impresión, como en todo movimiento, y en cada versión de cada movimiento dentro del Judaísmo, que nos motivan las mismas aspiraciones: ser relevantes. Recuperar fieles, convocar a la presencialidad, mantener el contacto aunque sea virtual, y llenar la vida de los judíos con actividades y significado. Por diferentes que seamos, éste no deja de ser el fin de una comunidad o congregación. Hay cuestiones de forma, hay cuestiones de naturaleza, hay costumbres e innovación, pero en última instancia todos buscamos lo mismo: que el judío se sienta parte del relato. Escuchar cómo otros cuentan el relato es una experiencia enriquecedora; sea que refuerce mi propio relato o me permita escuchar otras voces. Vengan de los bosques de Wimbledon en su versión más liberal o de las calles de alguna ciudad israelí en su versión más tradicional. Estas y aquellas son palabras del Dios único.