¿Cuándo se cierra un círculo?

Por un momento, durante el pasado Shabat, mientras finalmente decía Kadish por el segundo Iortzeit de mi padre Iosef Ben Pinjas Z’L en la Wimbledon Synagogue de Londres, pensé que el círculo se cerraba allí, en ese entorno a la vez tan extraño y tan familiar. Resulta paradójico que en Israel, el día exacto de la fecha, no pude (yo) encontrar ni lugar ni momento para cumplir con la tradición milenaria de recordar a nuestros amados difuntos en el día de su muerte según el calendario hebreo; pasados diez días lo encontré aquí. Será que Israel te fagocita con su ritmo frenético, sus miles de pequeñas y grandes sinagogas consagradas a los ritos más idiosincráticos, y la neta minoría de ofertas liberales. Como sea, el día llegó y pasó y entre mis tiempos y obligaciones hacia los vivos y el hermetismo de cada judío cuidando su chacra como si fuera el último y salvador tesoro de nuestra tradición, mi buena intención quedó sólo en eso. Como nunca fui observante simplemente lo dejé pasar.

Llegados a esta capital, con nieto ya nacido y ceremonia de Brit Milá ya programada, no quedaba sino esperar los días de cuarentena para conocerlo y prepararnos para el evento. Así, en calma, con la flema y el susurro británico contrastando con el nervio y el ruido levantino, decidimos dedicar el sábado previo a la ceremonia a asistir a los servicios religiosos de la sinagoga de Wimbledon, de afiliación Reformista. Por más “masortí” que seamos en la NCI, no podemos negar la familiaridad con el ritual, el ritmo, y los valores que surgían desde el discurso en la Bimá; nos sentimos muy en casa. Llegado el final del servicio (con algunas y notorias diferencias al nuestro en la NCI), el Rabino dio lugar al espacio de Kadish pidiendo sumar el nombre de quien cada uno quisiera. Así, casi súbitamente, nombré a mi padre en hebreo ante una comunidad que recién en ese momento me conoció, e inmediatamente, en comunidad, recité Kadish en su memoria. Pensé y sentí que el círculo se cerraba en ese momento.

Sucede que el simbolismo surge espontáneo y sólo a posteriori somos capaces de “leerlo” y por lo tanto dotarlo de significado. Los hombres podemos generar hechos simbólicos, es una de nuestras facultades; pero aun así algunos escapan a nuestro control y se nos imponen. La tradición milenaria nos impone un ritual al que casi ningún judío rehúye: circuncidar a los hijos varones. El ritual ha estado allí por generaciones y seguramente permanezca por otras tantas, pese a los esfuerzos “humanitarios” tan en boga en ciertos lugares del mundo (como aquí en Inglaterra); está allí para que lo transitemos de la mejor manera que podamos.

Como abuelo me tocó el honor de ser “sandak”, aquel que sostiene al niño mientras el “mohel” (en este caso también médico cirujano) cumple el ritual en nombre del padre. Me consta que la tradición dice que quienes cumplimos esa tarea quedamos impregnados de bendiciones por el resto del día y a su vez podemos bendecir a todos en nuestro entorno; admito que no me sentí bendecido, mucho menos capaz de bendecir, sino honrado. No obstante, fui quien pronunció la bendición sobre hijos y nieto cuando finalizó la ceremonia.

El círculo se cerró en algún momento de esos minutos que transcurrieron entre la operación “quirúrgica” y las bendiciones tradicionales; sea sosteniendo a mi nieto, para entonces ya llamado en Israel Eliahu ben Pinjas Irmiahu, o durante el recitado de las bendiciones. Tuve la certeza de que no había sido el día anterior que el círculo se cerraba, sino en ese momento. La memoria de mi padre, que había todavía podido participar en la Jupá de mi hija, se hacía presente con más fuerza que la invocación de un Kadish en su Iortzait. El tiempo consagrado de Shabat, un tiempo de sensibilidades exacerbadas, nos predispone y prepara para momentos como este. Dos años atrás perdía a mi padre y ahora sumaba un nieto. Es una ecuación significativa.

Mi nieto Elías Fremd Silberstein nació a  diecinueve minutos de entrar el Shabat Vayerá, cuando miles de mujeres judías en Londres se disponían a encender las velas; su entrada en el pacto de Abraham fue unas horas después de Shabat Mevarjim (bendiciones), la porción de Jaiei Sara (las vidas de Sara). No queda mucho más por decir. Está todo dicho, todo escrito, todo pasible de ser interpretado y significado. Basta con dejarse llevar por el flujo de la vida que nuestra tradición nos sugiere y cuyo pacto renovamos en cada oportunidad: una pérdida, la memoria, un nacimiento. Cerramos el círculo de la vida sólo para abrirlo nuevamente en la primera oportunidad que nos surja. Queda claro que eso es lo que somos, aunque a algunos nos lleve una vida saberlo.

Jodesh Kislev, Jodesh Tov!

Notas al pie:

  • El nombre de mi nieto es el de su tátara tío-abuelo Elías Z’L, el primero en llegar a Uruguay de la familia Silberstein.
  • El nombre de su tátara abuelo Silberstein era Pinjas Z’L
  • El nombre de su tátara abuela Silberstein era Sara Z’L
  • El nombre de dos primos, segundo y tercero, es también Elías

Toda esta información es veraz. Soy yo quien hace estas asociaciones.