De chivos y otras alternativas
Extractos de la DeRASHÁ de la rabina DELPHINE HORVILLEUR pronunciada durante el oficio de KOL NIDeREI 5782, SEPTIEMBREe 2021, proporcionado por nuestra colaboradora Ma. Teresa D’Auría
Hace poco menos de 2000 años, un famoso sabio del Talmud llamado Rava afirmó que uno siempre debe comenzar una homilía con lo que en arameo se llama MILTA DEBeDIJUTA (algo humorístico), porque, según él, es el mejor camino para “abrir el corazón” del oyente. Pensando en esta enseñanza me vino a la mente un chiste judío. La historia tiene lugar en Rusia hace algunas décadas:
Moshé Rozenberg está en su casa cuando, de repente, escucha golpes violentos en su puerta : ¿Quién es? pregunta. La KGB , responden. ¿Qué quieren? Queremos hablar… Tras unos segundos de silencio, Moshé les pregunta: Bueno. ¿y cuántos son? Dos. Entonces, ya pueden hablar entre ustedes…
Esta broma absurda es, me parece, una ilustración perfecta de lo que es el humor judío. Casi todos sus chistes se basan en los mismos motivos:
– primero, una cierta forma de jugar con las palabras y con los malentendidos, de fingir que no se había entendido lo que quería decir el otro.
– luego, la capacidad de dar vuelta los clichés antisemitas y de apropiarse de ellos para contrarrestarlos mejor.
– y finalmente, un cierto arte de la auto derisión, que permite a la víctima escapar por un momento de la tragedia que la golpea y reírse de sí misma para volver a convertirse en actor de la historia y no en una simple víctima.
El antisemitismo es un mal individual y colectivo que siempre va acompañado de la negación de la responsabilidad y de su transferencia al judío. Es la voluntad de creer que, si no hay nada que se pueda hacer con respecto a la desgracia que acontece, con alguien tendrá que vincularse. Así, la responsabilidad ajena eximirá de la propia. En hebreo, «responsabilidad» se dice AJARAIUT , una palabra construida a partir de la raíz ÁLEF – JET – RESH.
La primera letra de la palabra (ÁLEF ) se relaciona con el acceso de una persona a su condición de sujeto de una acción. Con ella empieza la palabra ANÍ (“Yo”). Añadiéndole la JET se forma la palabra AJ, que significa “hermano”. La cuestión de la responsabilidad es, por supuesto, la relación con el hermano. Recuerden cómo empezó todo en la Biblia: un hombre mata a su hermano y niega cualquier responsabilidad por el acto irreparable que acaba de cometer. Pronuncia la famosa frase: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» Si se agrega una tercera letra RESH se forma la palabra AJER, que significa “otro”. La responsabilidad me hace plantearme : ¿hay lugar en este mundo para alguien más que no sea yo? ¿Cómo manejo la diferencia?
Y finalmente, se añade una letra más, IUD. ÁLEF, JET, RESH y IUD formarían la palabra AJARAI , que significa «después de mí». La responsabilidad es siempre lo que compromete a una generación con la siguiente, con lo que vendrá después. Y esta noción sin duda resuena más intensamente frente a la crisis del medio ambiente que se amplifica ante a nuestros ojos.
Cualquiera que se niegue a aceptar su propia responsabilidad siempre tendrá la tentación de la atribuir los hechos sucedidos a una conspiración, y muy rápidamente habrá mucho odio.
Esta atribución de la culpa tiene un nombre en la cultura popular: se llama el fenómeno del “chivo emisario”. Y por una extraña coincidencia ( pero ¿lo será, realmente?) mañana por la mañana, en nuestras sinagogas, en el día más sagrado del calendario judío, cuando todo un pueblo se pregunte sobre su responsabilidad y el alcance de sus faltas, se les pedirá que lean, precisamente, la historia de este chivo expiatorio.
Cuando en Jerusalém había un Templo, el día de Iom Kippur el Sumo Sacerdote ( como un gran ÁLEF ) hacía que le acercaran dos cabras, dos animales iguales, como si cada uno de ellos fuera como el hermano (AJ) gemelo del otro. Y luego esos animales eran separados. Uno de ellos se convertía en el consagrado al Señor. Y el otro ( AJER) tenía que ser conducido al desierto por un emisario, yendo detrás de él (AJARAV). Esta cabra, llevando todas las faltas del pueblo, este “chivo expiatorio”, cargaba con la responsabilidad de quienes aspiraban, a través de ella, a deslindarse de su culpa.
Dos mil años después, en Iom Kippur, los judíos todavía evocan esto en el momento de su propia búsqueda de conciencia. Y esta historia ancestral parece recordarles:
– Tú también tendrás la tentación de elegir una cabra y de imaginar que podrás, gracias a ella, librarte de toda responsabilidad.
– Pero al narrar esta historia, también recordarás que el Templo fue destruido. Que ya no será posible ningún sacrificio, ni habrá cabra, ni Sumo sacerdote, ni emisario, ni transferencia de faltas. En cambio, sí, seguirá existiendo la responsabilidad humana de intentar vivir con lo que se haya hecho o lo que haya pasado. Sin considerarlo como una fatalidad, invitándonos a ser actores de nuestras historias y a recuperarnos de todas las tragedias.
Recordemos que, en griego, la palabra tragedia tiene una etimología extraña. TRAGODÍA significa «canto de la cabra». En las tragedias y los cultos dionisíacos de la antigua Grecia, inevitablemente se sacrificaba una cabra y su canto resonaba en el escenario.
Pero en la asamblea judía más impresionante del año, en Iom Kippur, lo que decimos, en cambio, es que ninguna cabra sacrificial cantará. Que la tragedia no sucederá. Y que sabremos ponernos de pie, mostrar resiliencia e incluso, a veces, humor.
Algunos podrán encontrar que una broma no es lo que corresponde para llevarnos solemnemente al día de Iom Kippur, pero en realidad es todo lo contrario. En un momento en el que temblamos y oramos para que se nos dé un año de salud y paz; en un momento en que esperamos pasar por las pruebas que puedan surgir con la mayor serenidad posible, el humor judío es la oración más poderosa. Una oración que nos enseña que hay una manera de levantarse, de luchar contra las mayores estupideces humanas, los odios y las teorías conspirativas – que nos conducen a las peores tragedias – y de elegir la vida, la inteligencia y la risa.