Mis Palabras para Kol Nidre en La NCI
En 1968 el cantante de música country Johnny Cash realizó un concierto en la prisión Folsom en California. Resultó ser un momento culminante en su carrera y tal vez su disco más vendido. Cash venía de recuperarse de su adicción a las anfetaminas. Este era su acto de arrepentimiento, y eligió hacerlo entre “avarianim”, presidiarios, transgresores.
Siempre recuerdo intensamente la entonación de mi moré de Bar-Mitzva, Fritz Neumman en la sinagoga de la calle San Salvador cuando pronunciaba, con su voz trémula, la palabra “avarionim” en la invocación de Kol Nidre. Hasta el día de hoy, ese recuerdo me conmueve, aun cuando han pasado cincuenta años. Hay una sensibilidad que sólo se adquiere en momentos como aquel.
Tal vez porque pronto seremos abuelos ese recuerdo se potencia. Seguramente también porque hemos abrazado, con decenas de compañeros a lo largo de muchos años, el amor por la causa comunitaria, por preservar el ámbito donde puedan renovarse las voces que entonaron esta invocación tan profunda. Hay una chispa de sabiduría que sólo se enciende, aunque sea brevemente, en momentos como este.
Ubicarnos desde el lugar de los trasgresores permite una noción aunada de superación.
Sólo resta escuchar y rezar, que es una forma colectiva de decir. Estos días son, sobre todo acerca de escuchar. O como dijera mi amigo Claudio Magnus, “la gente viene a escuchar al Rabino”.
El historiador británico Simon Schama subtitula el primer volumen de su “Historia de los Judíos”, que cubre dos mil quinientos años, con la sugerente frase, “buscando las palabras”. Da para pensar en cuánto tiempo nos insume buscarlas, pero creo que sobre todo nos desafía a proponer las propias. La creación comenzó con la palabra, y el hombre fue creado por la palabra. Como nos han enseñado, en semejanza al proceder divino de La Creación, tal como lo leemos en Génesis, primero decimos o bien-decimos, luego hacemos.
La vida comunitaria en la NCI es encuentro entre palabra y acción. Con el correr de los años, que ya suman ochenta y cinco, con la sucesión de rabinos, directivos, y socios, hemos ido acompasando la práctica judía a los desafíos del momento. No rehuimos a la complejidad del mundo que cada generación debe afrontar. La nuestra es una búsqueda constante de palabras que expresen las sensibilidades que nos toca vivir. Sobre el cúmulo de nuestras tradiciones construimos cada día nuestro ser judío cotidiano.
El Rabino Donniel Hartman propone dos dimensiones al ser judío: judío de Génesis y judío de Éxodo. El primero está definido por el mero hecho de nacer, física o simbólicamente, en el seno del pueblo. Uno simplemente es judío. En el caso de Éxodo, uno es judío porque suscribe el pacto: asume el privilegio de pertenecer, pero impone también la responsabilidad de actuar. Uno puede elegir ser solamente judío de Génesis, es absolutamente válido, pero se perderá la desafiante experiencia de ser judío de Éxodo.
Nada resume mejor esta idea que la lectura de la Torá con la que concluye el ciclo anual: Devarim, literalmente, el libro “de las palabras”. ¿Por qué habría Moshé de tomarse el trabajo de volver a contar e instruir todo lo que Dios hizo en los tres libros anteriores? Porque también Moshé buscaba sus palabras. Moshé, que en Éxodo es reticente a su misión reconociendo que se le “traba la lengua”, al final de sus días narra el periplo y repasa los preceptos con fascinante locuacidad; necesitaba hacerlos suyos. Moshé no repite lo que le dijo Dios; él organiza su propio discurso. Del mismo modo, nosotros seguimos buscando, interpretando, y haciendo relevantes las palabras de nuestros antepasados; sólo resta esperar que nuestros nietos no dejen de hacerlo. Como aquellos hijos de Israel a los que habló Moshé, somos judíos de Génesis, pero aspiramos a ser judíos de Éxodo.
Para serlo tenemos que salir de la zona de confort y perseverar en el arte de escuchar, decir, debatir; mediante discurso y acción generar nuevas opciones y realidades. Como se decía en el hebreo que aprendí de mis padres, “en el terreno”; como decimos hoy, en la presencialidad. La tecnología que supo salvarnos todo este tiempo de pandemia podría bien alienarnos en el futuro si no generamos un cierto nivel de movilización. Si las redes sociales vinieron para quedarse, lo cual es indiscutible, las cualidades sociales que nos definen no deberían quedar supeditadas sólo a ellas. Tenemos que generar un movimiento disruptivo que nos alinee con la generación de hijos y nietos de cara a este futuro que ha comenzado con la pandemia: el siglo XXI.
Después de un proceso al mejor estilo NCI, amplio, plural, y consensuado, hemos decidido y concretado la incorporación, por los próximos dos años, de un joven y avanzado estudiante del Seminario Rabínico. Hori Sherem ha realizado una obra identitaria y social profunda y auténtica en Buenos Aires, creando espacio y oportunidades para jóvenes de todos los ámbitos de la comunidad judía argentina, en especial aquellos para quienes encontrar su lugar, o sus palabras, les resulta más difícil. Con un lenguaje moderno y actual, y desde una sensibilidad hacia el prójimo que lo distingue, llegará a Montevideo para trabajar hombro con hombro con nuestro Rab Dany a partir de febrero. Fue su alumno; en la mejor tradición talmúdica, maestro y alumno son la combinación perfecta para enriquecer la conversación judía. No sólo en la NCI, sino en todo el Ishuv. En pocos días, durante Sucot y especialmente en Shabat y Sucot Urbano, esta comunidad y él tendrán el gusto de conocerse mutuamente.
Hasta aquí, los proyectos, los sueños, la inspiración. Podemos proponer, compartir nuestros sueños y desvelos; e incluso, construir una cierta lógica interna a los mismos. Pero quién sabe realmente cómo seguirá evolucionando esta realidad tan compleja que a toda costa queremos “normar”… ¿se dan cuenta del abuso que hemos hecho de palabras como “protocolo” y “normalidad”, cuando nada ha sido normal en, exactamente, dieciocho meses? ¿Cómo sabemos que las decisiones que hemos tomado serán las acertadas o, simplemente, posibles? No lo sabemos. Por eso existe Iom Kipur.
El día de sumisión y entrega es este que estamos transitando ahora y hasta mañana es el punto culminante de una concepción de vida ancestral que renovamos cada año. De aquí en más, la palabra es nuestra. Mañana a esta hora se habrán cerrado las puertas del cielo y el futuro estará delante de nosotros. Como dice nuestro Rab, está en nuestras manos.
Han dicho no pocos sabios de nuestra generación que ser judío es contar el relato. A lo largo de estos diez días eso es lo que hemos intentado hacer como directivos. El desafío de este tiempo será encontrar las palabras como lo hicieran Ezra, Nejemia, y su generación hace dos mil quinientos años a su regreso del exilio babilónico. El nuestro es un círculo virtuoso: el Dios que se progresivamente se esconde y calla, concepto del erudito Itzi Greenberg que me resulta fascinante, lo hace para que nos hagamos cargo. Si la Torá, como está escrito, no está en los cielos ni al otro lado del mar sino en nuestras bocas, es nuestro el privilegio y nuestra la responsabilidad.
Dice Simon Schama acerca de Ezra y Nejemia en el 2º capítulo del libro que cité al principio, recreando lo que el Rab nos trajo en su prédica la primera noche de RH:
La lectura judía es inquieta, en voz alta, social, conversada, animada, declamada, un evento público destinado a movilizar al lector de un estado absorto a la acción. Una lectura que tiene implicancias humanas necesarias e inmediatas. Una lectura que exige discusión, comentario, preguntas, interrupción e interpretación. Una lectura que nunca, jamás, calla. Una lectura que se niega a cerrar el libro.
El desafío de una comunidad, esta comunidad, es, precisamente, nunca cerrar el libro; empoderar las palabras, y sumar discurso de modo de mantenernos relevantes.
Que seamos rubricados en el Libro de la Vida. Que seamos sus protagonistas.
Gmar Jatimá Tová!