Las Torres Gemelas y Uno

Cuando visité por primera vez la ciudad de Nueva York en 1974 las Torres Gemelas del WTC cumplían un escaso año; recuerdo haber visitado la icónica terraza del edificio Empire State pero no las torres. Mi siguiente visita a NYC fue en 1992, y entonces sí visité las torres: además de mi memoria, hay fotos en su último piso que lo atestiguan. No habían pasado diez años cuando volví con hijos apenas adolescentes: recorrimos el laberinto de vallados y vimos una a una las fotos de los caídos y las flores en su honor. Las Torres Gemelas habían sido derribadas. Finalmente, en 2014 volví a ese mismo espacio para, tras agotar las medidas de seguridad circundantes, entrar en el espacio público del Memorial. El mismo que todos hemos podido ver el pasado 11 de setiembre cuando se han conmemorado veinte años del atentado que hirió fatalmente a los EEUU de Norteamérica.

Esta digresión auto-referencial tiene un solo propósito; mi experiencia personal en torno del asunto no es relevante. Lo llamativo es que una persona de mi edad haya sido testigo, aunque sea remoto, de un proceso histórico en su totalidad: en el lapso en que ha transcurrido mi vida el proyecto fue planeado, ejecutado, usado, simbolizado, destruido, rescatado, reconstruido, y recordado. No tenía diez años cuando se colocó su piedra fundamental y todavía no tengo sesenta y cinco cuando todo esto ha sucedido. Medio siglo no es nada en términos históricos pero es más de la mitad de la vida de un hombre. La historia ha sabido cambiar por un balazo que llegó a destino (28 de junio de 1914) o dos aviones que dieron en el blanco (11 de setiembre de 2001). Son instantes que quedan atrapadas por esa inverosímil historia que sucede delante de nuestros ojos. Sabemos que la Historia es mucho más vasta, pero por un momento tenemos cabal noción de su dimensión, tanto real como simbólica.

La fragilidad de la civilización occidental había sido propuesta en el género del cine catástrofe: el best-seller “Aeropuerto” de Arthur Haley desembocó años después en la parodia de “Dónde está el piloto”, pero mientras tanto “Infierno en la Torre” o “La Aventura del Poseidón” mostraban la fragilidad, un tanto cinematográfica, de los prodigios tecnológicos del Hombre. Podíamos verlo como fantasía pero no parecía verosimil; algo parecido al cine de terror: asusta,es catártico, pero cuando finaliza no ha pasado nada. Hasta que ha sucedido. Las dos torres no sólo fueron golpeadas por dos aviones; ambas se desmoronaron, implosionaron. La metáfora de “venas abiertas” que en América Latina conocemos tan bien se tornó literal para la América del Norte. Sangra hasta hoy; basta con ver Afganistán.

Los EEUU han visto correr mucha sangre en su historia. Han visto la de sus esclavos, han visto la de su Guerra Civil, las de sus presidentes asesinados, la de sus indios diezmados, las de su justicia a mano propia, las de los tiroteos en escuelas o centros comerciales… la lista es larga. No obstante, la 2ª enmienda de su Constitución es intocable: portar armas y libertad son casi sinónimos. También han derramado sangre en otras tierras. A pesar de su declarada política de no intervención, han caído una y otra vez en la tentación de intervenir y en la trampa de quedarse. A lo que no están acostumbrados los EEUU es que su sangre sea derramada en su territorio por extranjeros; o sea, no están acostumbrados a ser invadidos. Cuatro aviones secuestrados y usados como misiles fueron un golpe magistral y humillante. George W. Bush, que como novel y fraudulento presidente en 2001 no podía reaccionar, que inventó guerras para terminar el trabajo de su padre y para “vengar” el atentado, no era creíble en este 20º aniversario hablando sobre cómo han cambiado los EEUU en estos veinte años. Lo extraño hubiera sido que no cambiaran.

Tal vez porque ha llegado a la presidencia a una edad muy avanzada, da la impresión de que Biden realmente cree que debe y puede unir a los EEUU; más lo primero que lo segundo. Unir un país no es acerca de elegir el compañero de fórmula adecuado (mujer, de color), sino acerca del lenguaje. Sin embargo, el término “brother” es casi exclusivo de una etnia, y la corrección política, cuando se trata de denominar correctamente, sólo refuerza las diferencias. Si el ex presidente Bush ha hablado de cómo cambió su país, uno, desde tan lejos en espacio y realidad, se pregunta cómo ha cambiado su vida, su circunstancia. Tal vez la pregunta no sea tanto “dónde estabas cuándo cayeron las Torres Gemelas” sino “dónde estás hoy cuando se cumplen veinte años que cayeron las Torres Gemelas”. Porque aquello no pasó en vano, como nada de lo que ha pasado en mi vida o la tuya.