Tisha BeAv: entre Historia y Existencia

Pasado este Tisha BeAv del año hebreo 5781, cuando todavía nos debatimos entre pandemia y vacunas, ya daba por sentado que este año me excusaría de escribir algo al respecto: no sólo porque corro el común riesgo de repetirme a mí mismo, sino porque siento que tenemos suficiente lamentaciones a merced de un virus como para sumar las que constituyen nuestra historia. Sin embargo, en la medida que han pasado los años, consciente de las pérdidas irrecuperables a nivel personal, me he vuelto más sensible a la conmemoración del infortunio colectivo. Este año, en especial, terminé de darme cuenta que el 9 de Av no es solamente sobre aquello que nos sucedió sino sobre aquello que somos.

Si fuera necesaria una prueba, basta con ver lo sucedido en la víspera de la fecha, a la salida del pasado Shabat, en Ierushalaim, en el entorno del Kotel, el Muro “de los Lamentos”. Un espacio que las mayorías ortodoxas han querido ignorar y dejar por fuera de la “santidad” del lugar por años, denominado Kotel liberal o igualitario, al sur de los espacios ortodoxos tradicionales y bien separado de aquellos, fue “invadido” por juventud ultra-ortodoxa que decidió  rezar allí, erigiendo su propia divisoria entre los sexos (mejitzá), dificultando la tradicional lectura del libro de “Lamentaciones” por parte de los movimientos liberales, Conservador y Reformista. Como suele suceder, muy a nuestro pesar, no importa cuánto gritó Izhar Hess, ex Director Ejecutivo del Movimiento Conservador, u otros activistas; la maniobra frustró la experiencia religiosa de los habituales usuarios de ese espacio. Tras la formación del nuevo gobierno, el “acuerdo del Kotel” es parte de la nueva coalición y los extremistas de turno harán lo imposible por frustrarlo.

Por qué este episodio ilustra lo que somos es casi obvio: ¿quién no conoce la enseñanza rabínica de que el Templo fue destruido por el “odio gratuito”? Si, como nos enseñara el Rabino Daniel Dolinsky de la NCI de Montevideo, el afán de Nuestros Sabios de Bendita Memoria (Jazal) fue excluir a Dios de la ecuación para no plantear un tema teológico sino humano, y ante la magnitud de la tragedia y sus consecuencias, cabe preguntarse cómo en más de dos mil años no hemos aprendido nada. Las parábolas talmúdicas en el tratado de Guitin son contundentes en cuanto a la responsabilidad individual y colectiva por la destrucción del Templo y de Jersualém. Durante miles de años de exilio disperso las divisiones no fueron tan relevantes; pero apenas iniciada la Emancipación el pueblo judío comenzó a mostrar, nuevamente, sus divisiones.

Durante el Primer Templo y su caída la división era netamente tribal: la debilidad del reino de Israel, militar y espiritual, hace desaparecer diez tribus de la historia; la relativa fortaleza estratégica e institucional (el Templo) de Judá y Benjamín demoran su caída, y no son ajenas a su pronto retorno (véase “Ezra” y “Nejemia”). El concepto de exilio quedaba instalado para siempre. En el Segundo Templo, las divisiones son más sofisticadas: entre judíos helenizantes y judíos piadosos, entre fariseos, saduceos, esenios, y nazarenos, entre pacifistas (Los Rabinos) y zelotes, cae el Templo en 70 EC y termina de ser arrasada Jerusalém en 135 EC. Así, quedan instalados los conceptos de La Destrucción (9 de Av), El Judaísmo Rabínico, y La Redención.

Para cuando sobreviene la Shoá los judíos estamos profundamente divididos entre religiosos y laicos, ortodoxos y liberales, entre jasídicos y opositores, entre sionistas y mesiánicos, y en cada grupo sucesivas divisiones. La Shoá es la caída del Tercer Templo: este no existía físicamente, ni siquiera había un tabernáculo como en la época bíblica; pero la Torá, su lectura y su estudio, constituían un templo virtual. El intento de exterminio que comienza con la Kristallnacht (quema de libros, simbólicamente, la palabra), es equiparable a cualquiera de los episodios anteriores. En ninguno de los tres (587 AEC; 70 EC; 1945) el Judaísmo sucumbió; por el contrario, se renovó y construyó su futuro sobre sus ruinas, del mismo modo que Ezra hizo la primera lectura de la Torá sobre los restos de las murallas de Jerusalém. El retorno de una minoría de exilados a Jerusalém en aquellos tiempos equivale al retorno de los “jalutzim” (Deut. 3:18) (adelantados o pioneros) en el siglo XIX. La creación del Estado de Israel bien podría ser el nuevo gran giro de la historia judía, pero eso es especulación o ideología. Con conocer lo sucedido tengo bastante.

Cómo se lee lo sucedido históricamente en una lectura de tipo estructural. Cómo hacemos de lo sucedido lo que somos. Como judíos, en la medida que nuestra identidad está construida sobre una premisa atemporal (las generaciones dialogan entre sí), ésta valida una lectura de lo sucedido como constitutiva. Por tanto, Tisha BeAv puede leerse de la siguiente manera: que ante todo, somos Exilio; que somos responsables de nuestros actos y nuestro destino; que el nuestro es un judaísmo rabínico, que no es lo mismo que un judaísmo sacerdotal; que somos fatal e irreversiblemente diversos; que nos une un relato fundacional (el Éxodo) y un destino común; que recorremos múltiples caminos (halajot? tomo prestado el concepto de Hartman); que nos singulariza, a la vez que nos desafía, la pérdida; y que en definitiva, El o Los Templos simbólicamente representan, más allá de su existencia histórica, la vieja aspiración de ser “un reino de sacerdotes y un pueblo santo” (Éx.19:6). Que la Era Mesiánica es una aspiración pero está en nosotros aproximarnos a ella.

Como explican Jazal, Dios quedó fuera de la discusión. Trasciende su propia creación. En este sentido, lo acaecido en Tisha BeAv 5781 en la explanada del Muro de los Lamentos reinstala la pregunta del libro de las “Lamentaciones”: cómo y por qué ha sucedido. En cada generación, debería cada cual preguntárselo como si de él dependiera una nueva destrucción.