«Shtisel» Revisitado
Ianai Silberstein en base al artículo de Fernando Santullo en Búsqueda del 24 de junio de 2021
Me gratifica que desde el principio de su columna sobre “Shtisel” en Búsqueda Fernando Santullo haya reconocido las notorias diferencias con “Unorthodox” que fuera un éxito el año pasado en los servicios de streaming. Lo único en común que tienen ambas series es la actriz Shira Haas.
Me gustaría acotar algunos detalles en relación a sus apreciaciones al tiempo que sumar las mías. A diferencia de Santullo, yo no soy ateo sino inequívocamente judío pero tampoco pertenezco al mundo “jaredí” o ultra-ortodoxo. No obstante, mi mirada sobre “Shtisel” está impregnada por “esa especie de medio acuoso” que Santullo tan bien connota. Yo no vivo como los Shtisel pero soy tan judío como ellos. La diferencia es que el “medio” al que se hace referencia, en mi caso, no es un “rígido corsé” sino un legado que tiene, precisamente, la capacidad del agua de acomodarse a su contenedor. En los hechos, los judíos que viven como los Shtisel son muchos menos que los que viven en forma más abierta; por la actitud combativa de algunos de ellos (otra minoría menor) y por la fascinación que ha ejercido su mundo en los creadores de ficción, han adquirido notoriedad.
“Shtisel” no es “una apología de la religión” porque el Judaísmo no lo es. El Judaísmo tiene un fuerte componente religioso y normativo, pero tiene un componente nacional al cual la serie alude de soslayo (“los sionistas”). El Judaísmo es una forma de vida basada en una historia o relato, en el calendario hebreo, y en un ciclo de vida. La diferencia está en cómo y en qué contexto cada judío transita estos ejes. “Shtisel” es tan fascinante porque lo religioso es sólo el marco; el contenido es de un humanismo universal profundo y sutil. Shulem es tan atractivo por su humanismo, no por su judaísmo. Valga aclarar que los “placeres terrenales” a los que hace referencia Santullo son permitidos por el Judaísmo. Quien encarna a un “hombre profunda y rígidamente religioso” no es Shulem sino Hanina Tonik, el obsesivo esposo de Rujami; sin embargo, también ellos buscan la forma de eludir le enseñanza rabínica… ¡con la anuencia de otro rabino! Eso es Judaísmo.
Los grupos ultra-ortodoxos como contrapunto de los grupos liberales son de finales del siglo XIX como señala Santullo, pero su génesis histórica profunda en realidad se ubica un siglo antes. De hecho, los primeros quiebres en la relativa unidad judía post exilio nacen con el judaísmo jasídico en el siglo XVIII, que a su vez genera sus furibundos opositores. Sin mencionar, porque es otro capítulo, la diferencia entre judíos ashkenazíes y sefaradíes. “Shtisel” es ashkenazí. Lo relevante a los propósitos de entender “Shtisel” es que, a diferencia de lo que se sugiere en el artículo, los judíos como los Shtisel se debaten permanentemente en su afán de de minimizar su “contacto con el mundo no religioso”. Entienden la Torá como una forma de protegerse de ese mundo a la vez que perpetuar el legado judío en su sentido más excluyente, frente a una realidad que desde la Emancipación puso en peligro la existencia del Judaísmo, parte por el tradicional antisemitismo, parte por asimilación. El fenómeno ultra-ortodoxo se entiende siempre que se tenga presente que existen corrientes ortodoxas más liberales y corrientes netamente liberales como el judaísmo reformista o el judaísmo “conservador”, el judaísmo reconstruccionista, y el judaísmo secular. En efecto, hay judíos profundamente tales que no sólo no creen en Dios, no se atan a ningún rabino.
Lo maravilloso de “Shtisel” es su profundo humanismo, puesto de manifiesto por la naturaleza cerrada y reglada de esa sociedad y su interpretación por excelentes actores que construyen pura sensibilidad a través de sus personajes y su interacción. “Shtisel” respeta sobriamente el mundo que retrata y le sirve de marco y “locación” (la ironía de Lippe Weisz consiguiendo extras que parezcan jaredí es finísima), a diferencia de lo que sucedía en “Unorthodox”, que fue una crítica feroz y facilista. Al mismo tiempo, sin explicitar rupturas o crisis melodramáticas, no cabe duda que la serie plantea la dualidad entre vivir en un mundo u otro. Tal vez Akiva Shtisel carga sobre sus hombros, amores mediante durante las tres temporadas, el peso de esta paradoja; Mijael Aloni lo hace con la solvencia propia de un gran actor. En los hechos, no hay actor que no transite por esa “delgada línea entre lo humano y lo sagrado”, como titula Santullo.
En términos judíos “lo sagrado” es aquello “consagrado”, “apartado”, o “dedicado a”, no es algo dotado de santidad intrínseca. En ese sentido, el título de la nota no podía ser más acertado: “Shtisel” está enmarcada en el sentido de propósito que permea (sigamos con las metáforas líquidas) lo judío pero relata una historia tan humana como cualquiera. La diferencia es que el contenedor que contiene “ese medio acuoso” es el mundo de la Torá. Un mundo mucho más vasto, profundo, y creativo de lo que comúnmente se cree. Para judíos y no.