Liderazgos (y otras reflexiones)

En sólo una semana fallecieron en mi comunidad dos personas que vivieron un siglo. Que, además, me consta que vivieron lúcidos hasta su hora del sueño final. Como Moshé Rabenu. Esta misma semana he sabido por las noticias de otros ancianos centenarios que han partido: la legendaria Ruth Dayan en Israel y el laborioso George Schultz en los EEUU. También ha muerto una sobreviviente de la Shoá que en agosto de 2019, a sus 104 años, tuvo la satisfacción de reunir a 400 familiares a los pies del Kotel. Generalmente tendemos a pensar en el valor de la vida cuando alguien muere muy joven; ¿cómo pensarla cuando alguien muere en su tiempo? Como Moshe Rabenu.

Precisamente en estas semanas hemos leído en la Torá acerca del liderazgo, el liderazgo que dan la ancianidad y su consiguiente sabiduría. Si podemos estimar que Moshé ronda ya sus ochenta años (habrá vivido ciento veinte cuando finalmente delegue su autoridad en Josué antes de cruzar el Jordán), no es exagerado pensar que Itró es ya centenario. Ni Itró ni Moshé son jóvenes, aunque ambos son vigorosos, líderes de sus respectivos pueblos. ¿Qué los ha convertido en líderes? ¿Quién los legitima? ¿Qué tipo de liderazgo ejercen?

Nada sustituye la experiencia de los años, la perspectiva del tiempo y su casuística. Itró es el sabio entre los dos, el que tiene los años y la experiencia de liderar un pueblo; Moshé ha sido, y seguirá siendo por los próximos cuarenta años, un portavoz y un agente de Dios. Sólo al final de sus días, frente a la nueva generación nacida en el desierto, será capaz de instruir reproduciendo los mandamientos divinos pero ahora intervenidos por él, en el libro de Deuteronomio.

Pensemos en el mundo hoy. Los EEUU ha elegido, para afrontar una de las crisis más grandes de su historia (no en vano comparada con la Guerra Civil) a un presidente octogenario. El presidente Biden ya anunció que el suyo sería un solo mandato; él sabe, como Moshé, que hay un límite, en algún punto, que no podrá cruzar.  Pensemos en Uruguay: la sucesión a quince años de gobernantes  bien entrados en años vino a través de un presidente inusitadamente joven. ¿Dónde yacen la sabiduría y la prudencia? ¿Cómo inciden las tradiciones políticas y los años de exposición y supervivencia en un medio demandante y duro como la política?

Por otro lado, cuantos liderazgos renuentes a ceder su posición. No hablemos de sociedades y países condicionados por el designio de liderazgos casi medioevales, como el Zarismo ruso. Hablemos de democracias plenas: ¿cómo se procesan las sucesiones? ¿Quién ofrece el consejo para luego abandonar la escena para siempre, como hizo Itró? Los berrinches de Donald Trump, que al final no resultaron para nada anecdóticos sino terribles y de consecuencias aun imprevisibles, ¿a qué síntomas apuntan? La Biblia nos ofrece el feroz contraste entre el liderazgo mosaico y el liderazgo al que aspira Koraj; el poder en aras de un fin en contraste con el único fin de tener poder.

Israel se construyó en sus primeros quince años bajo el liderazgo absoluto de David Ben-Gurion. Su impronta y sus decisiones están en el ADN del Estado, algunas como ventajas todavía importantes, otras como legados que la historia y la demografía transformaron en problemas acuciantes. Con todo su simbolismo fundacional, Ben-Gurión no escapó a la tentación de perpetuarse en el poder; aunque ya sin liderazgo práctico, y sin acusación de tipo alguno, hasta pasados los ochenta años peleó por su banca en la Kneset.

El actual Primer Ministro Netanyahu ha superado el record de Ben-Gurión en el poder. Como aquel, ha sido el artífice de algunos de los mayores logros de Israel, ahora en el siglo XXI; a diferencia de aquel, está acusado de corrupción. Tampoco es ajeno a escisiones, alianzas impensadas, y todo tipo de recursos políticos para mantener el poder, como hiciera Ben-Gurión. Por ahora, parece correr mejor suerte; le falta mucho para ser octogenario.

Asumiendo que ambos líderes están motivados por las más nobles causas nacionales, resulta llamativo que en setenta años Israel haya precisado una conducción casi monolítica en su fundación y no pueda escapar a otra conducción personalista setenta años más tarde. Israel es un país construido sobre liderazgos fuertes y comprometidos, pero salvo estos dos casos, siempre mantuvo una sana alternancia; no tanto de partidos, pero sí de personas. Hoy, cada vez que sabemos de una nueva alianza o escisión, está garantizado otro gobierno de Netanyahu.

La pregunta que cabe entonces, siguiendo este paralelismo bíblico, es: ¿estamos saliendo de la época de Josué (personaje y libro que lleva su nombre) para pasar a la de los Jueces? Está claro que Israel hoy no tiene liderazgos alternativos y por lo tanto la amenaza es la opción de liderazgos parciales, puntuales, como aquellos que se sucedieron en el libro de “Jueces”. Pero cuando hay un enemigo formidable como los filisteos (léase hoy Irán), la unidad es indispensable. Por eso seguramente hay Netanyahu para rato.

La cuestión es dónde está Itró. O dónde está el profeta Elí, aquel reprimió al Rey David. En general, dónde están los profetas, los sabios, los ancianos. Seguramente sus voces se escuchan; el modelo profético no ha claudicado en Israel. A diferencia de Moshé, que mostraba el camino, resolvía las contingencias, impartía la ley, juzgaba, e instituía el culto, hoy nos basamos en una división de poderes y bregamos por la división entre Estado y Religión. Pero mientras el Poder Ejecutivo casi unipersonal de Netanyahu resuelve y actúa (o no), las voces proféticas no escapan a su designio bíblico: advertir, inspirar, aspirar. Son parte de la realidad, son opinión pública, pero su incidencia es conceptual, no factual.

Por eso la figura de Moshé resulta tan única y fascinante; tan profundamente humana y laboriosa a la vez que inspirada y magistral; tan susceptible de arrebatos de ira y tan humilde para recibir consejo. En torno a su figura se plantean y articulan los grandes desafíos del liderazgo, del vínculo de los líderes con sus liderados, y el fin último del liderazgo como herramienta del progreso humano. Por eso cuando buenas gentes que han bordeado o superado el siglo de vida nos dejan, es buen momento de pensar qué vidas pasaron, que liderazgos o qué legados han dejado. Más conocidos, más anónimos, por el mero hecho de atravesar un siglo su vida nos ha tocado.

Sus almas estarán, como la de Moshé Rabenu, para siempre entrelazadas en la corriente de la vida.