Rabanit Hanna Winter Z’L

Como Moshe Rabenu, la Rabanit Hanna Winter Z’L murió con el beso de Dios, en su sueño.      (Deuteronomio 34:5).

A veces nos olvidamos que nosotros, en la NCI de Montevideo, también tenemos estirpe de rabinos.  Ella fue esposa de rabino,  nuera de rabino, y madre de rabino; pero sobre todo, con el paso de los años, fue La Rabanit de la NCI y de buena parte de los judíos de Montevideo. Cada nuevo rabino y su familia que vino a la NCI  se transformaron en sus “hijos”, y con el paso de las generaciones ella supo encarnar una aureola, un estilo, una época, que el tiempo hacía cada vez más difícil de preservar. No había que contarlo; bastaba verla entrar en Iom Kipur, de blanco inmaculado, con sombrero, como ya nadie se atrevía a usar, a ocupar su lugar al lado de la Bimá, al frente de la congregación.

Pasaron las generaciones, sobrevinieron los cambios, pero ella jamás dejó de estar. Si su silencio era una concesión ante esos cambios, su presencia fue su bendición a la comunidad a la que dedicó su vida y la de su familia, “nuestra NCI”. Su sabiduría de sobreviviente, su devoción al rezo y la sinagoga, su comprensión del valor de la educación, le permitieron ser testigo de cómo evolucionó su comunidad, cómo el trabajo de su esposo y el suyo propio siguió dando fruto por generaciones. Siempre tuvo palabras de aliento y reconocimiento, siempre supo que, con todo lo que ella representaba, la comunidad era lo más importante.

Tal vez el legado más vital de la Rabanit Hanna está en sus hijos.

Su hijo mayor hizo su carrera en los EEUU y dedicó su vida al púlpito y la educación, como su padre nuestro Gran Rabino Fritz Winter Z’L.

Heriberto, su segundo hijo, vive en Jerusalém desde hace cincuenta años, trabajando siempre en el área social, con un compromiso político e ideológico coherente y muy reconocido. Su formación religiosa y su vocación humanista logran a través de sus palabras un discurso único que en la NCI hemos sabido disfrutar no pocas veces. Mi generación puede recordarlo en más de un servicio “juvenil” en la calle Río Branco. Pero sobre todo, en 2003, en un período de incertidumbre y refundación, supo hacerse presente y liderar los rezos de Rosh Hashaná y Iom Kipur. No sólo el sentimiento de su rezo sino el sentido de sus palabras constituyeron una experiencia inolvidable.

¿Qué decir entonces del “Moré Rufo”, Rafael Winter. Si el paso de las generaciones fue una constante en la vida de su madre, ¿qué decir de la suya? ¿Cuántos alumnos aprendieron con él para sus Bar Mitzva? ¿Quién puede no reconocer la marca de Rufo en cada uno de sus alumnos cuando los escucha cantar? Le debemos cientos de judíos bien instruidos en la liturgia y la lectura de la Torá. Lo que fue el Maestro Fritz Neumman para mi generación lo es “el Moré Rufo” para las siguientes. Él sabe que esa comparación es un mérito. A nivel personal, quiero destacar su sensibilidad y paciencia únicas con niños de capacidades diferentes. Fui testigo de ceremonias emotivas hasta las lágrimas, de honesta pasión de su parte y una entrega total de su alumno. De más está decir que tuvo un rol central en la Escuela Ariel y luego en La Integral, y ha sido un permanente conferencista y educador.

Mi Oma Gertrude Wiener de Goldenberg Z’L veneraba no sólo al Rabino Winter sino a la Rabanit Hanna. Mi Oma activó muchos años en el Hogar de la calle Castro como supervisora de Kashrut en la enorme, fascinante cocina que guardo entre mis recuerdos. En algún momento se mudó allí, donde murió. Con su feroz celo y su personalidad avasallante en su tarea, estoy seguro que cuando el Rabino o la Rabanit visitaban el Hogar ella no era más que una buena niña “ieke” tratando de complacer lo que ella suponía eran sus expectativas. Tal era el respeto que generaban. Si alguien ha representado el sabio y digno paso del tiempo, esa fue Hanna Winter Z’L. Dios le dio buena vida, pudo ser testigo de la historia, y nosotros fuimos privilegiados en contar con ella.

Gracias Rabanit Hanna Winter por haber sido parte de nuestras vidas en la NCI.

Tu alma quedará entrelazada en el flujo de la vida. Nuestra vida comunitaria.

Que su memoria sea bendición.