Dogmas
Últimamente me he preguntado cómo dialogar con alguien cuya posición parte de un dogma. No se trata solamente de cómo sino con qué propósito; si partimos de la base que aquel que se sostiene un dogma es incapaz de moverse del mismo, ¿hay en realidad discusión, o es un mero ejercicio intelectual sin consecuencias posibles?
El dogmatismo se asocia originariamente a la religión, pero se repite en otras áreas. Un dogma es una creencia sobre la cual descansa una concepción del mundo, una ideología, y a partir suyo, sus consecuencias; se pueden discutir éstas, pero inevitablemente llegaremos a un punto irreductible más allá del cual no podemos avanzar: el dogma en sí mismo. Creer en Dios es un dogma: no hay forma de probar que existe, ni que no existe; por lo tanto Su existencia es dogmática. La misma fe puede sostener al individuo en épocas turbulentas, o las épocas turbulentas pueden hacer tambalear el carácter dogmático del individuo. En cualquiera de los casos, la cuestión es entre él y sí mismo.
A mí me preocupa el individuo y su entorno. Cómo dialogan los escépticos con los dogmáticos. Cómo conjugamos un lenguaje de respuestas con uno de preguntas. Cómo conciliamos el espíritu crítico con una percepción teñida por ideologías.
Yuval Noah Harari, gran opositor de las religiones, los totalitarismos, y la dominación del Sapiens sobre toda “La Creación”, arguye que es la capacidad de la especie de construir relatos lo que le ha permitido esta posición de privilegio. Hoy por hoy, un virus microscópico y rebelde jaquea no sólo nuestra salud y nuestra vida sino muchos de los dogmas sobre los cuales sostenemos nuestra existencia. Algunos de los valores que entendemos como absolutos pasarán a ser relativos después de dos años de Covid19 sobre la tierra.
Cuando discuto con un religioso tengo que recordar que si saco a Dios de la ecuación nada tiene sentido. Del mismo modo, cuando discuto con un comunista tengo que saber que todo se reduce a la lucha de clases. Así, casi en cualquier asunto, hay un punto de partida reducido a un dogma. El desafío es que yo pueda identificarme con esas posturas: creer o no en Dios no pone en juego mi sistema de valores ni mis conductas; ser capitalista no me impide ver la historia de opresores y oprimidos de la Humanidad.
Una postura crítica me permite comprender el fatalismo del dogma sobre el discurso y la opinión pública, cómo se perpetúan ciertos fenómenos que parecen repetirse hasta el infinito. Pero, si soy dogmático, excluyo una parte del mundo. Por eso es tan difícil discutir con un ellos: porque llegará un punto en la conversación en que por detrás de mi postura habrá duda y vacío, mientras que por detrás de la suya habrá un muro de contención. Él se apoyará en el muro, y yo me quedaré en el vacío. Más allá de la discusión en sí misma, yo salgo perdiendo; porque no discutí para prevalecer, sino para que no prevalezca el dogma.