Amos Oz Z’L
Hoy, 28 de diciembre, se cumplen dos años del prematuro fallecimiento de Amos Oz Z’L, best-seller que abrió el camino a la literatura hebrea en el mundo. “Mi Querido Mijael” fue un éxito editorial ya en los años setenta e “Historia de Amor y Oscuridad” ganó todos los premios en la primer década de este siglo; menos el Nobel. Esto no se explicaría si Oz no hubiera sido una figura tan atractiva y mediática, tan comprometida políticamente, al punto que tal vez ese haya sido su principal obstáculo para el Nobel; a la vez que seguramente lo ayudó a sumar fama, difusión, y éxito en general. Si bien el escritor y el activista son una misma persona, leer su obra literaria a la luz de sus manifestaciones políticas e ideológicas es minimizarla. A su vez, leer sólo sus ensayos no es haber leído a Amos Oz.
Cuando su muerte nos sorprendió no daba crédito a cómo los medios titulaban la noticia: si bien reconocían al “autor” israelí, todos indefectiblemente aludían a su “pacifismo”, e incluso algunos lo asociaban con las demandas del pueblo palestino. Tal era mi sorpresa que tuve el privilegio de ser sumado a la prestigiosa “Tertulia” de “En Perspectiva” en Radiomundo para hablar sobre su obra. Lo que permanece de los grandes artistas no son sus posturas ideológicas, que el tiempo y la historia se encargan de relativizar o incluso volver irrelevantes; lo que permanece es su obra artística. Es mucho más fácil citar sus ensayos sobre el fanatismo que su obra magna y en ella frase de la abuela Shlomit, “el Levante está lleno de gérmenes”. Hay mucho más en esa frase que en “Ayúdenos a Divorciarnos”, otra máxima del Oz ensayista. Si no entendemos de qué escribe Amos Oz artista, la metáfora del ensayista siempre se quedará corta. A éste hay que leerlo desde el escritor de historias. No al revés.
Recomiendo su última conferencia en la Universidad de Tel-Aviv; está en YouTube con subtítulos en español. https://youtu.be/rwrW71Q3Z8U El discurso de Amos Oz no es un discurso lírico como muchos nos quieren hacer creer, sino un discurso pragmático: “no hay posibilidad de un estado binacional entre el Mediterráneo y el Jordán”, dice; “no existe tal criatura”. “No quiero ser minoría en el seno de otro pueblo, y ciertamente no en el seno del mundo árabe”, dice también. Pero, al mismo tiempo, habla de generar un lenguaje “para curar heridas”. Por último, profetiza que alguien que “todavía no camina entre nosotros” un día habrá generado una nueva realidad en la zona, y aunque nos cueste creerlo, rápidamente nos acostumbraremos a ella.
No han pasado dos años y, aun en medio del Covid, se produjeron los Acuerdos de Abraham. Seguramente Oz no pensó ni en Netanyahu ni en Trump cuando habló de alguien que un día cambiaría las cosas, pero cambios hubo y lo que fue impensado hasta no hace mucho hoy es una realidad. Tal vez ahora el tema palestino pueda ser mirado, en especial por los propios palestinos, bajo otra óptica, una en la cual el mundo árabe, en mayor medida, ha aceptado la existencia y el poder de Israel en la región. Como dijera Oz, “no se curan heridas con un garrote, pero no estoy en contra de tener un garrote, no soy un pacifista”. Tal vez sea por esto (el poderío militar y económico) que los Acuerdos de Abraham se produjeron. Si vamos a leer al Amos Oz ensayista, pensador, político, hagámoslo hasta el final.
Dicho todo esto, y por suerte en el arte el tiempo no incide, volvamos a Amos Oz escritor, contador de historias. El artista es producto de su circunstancia, y eso no lo niega el propio Oz, que reconoce que escribe desde su propia experiencia. Escribe sobre sí mismo, sobre su judaísmo, su historia familiar de desarraigo y absorción, sobre Jerusalém, sobre el Kibutz, y sobre algunas de sus grandes obsesiones: el suicidio de su madre o la experiencia de ser llamado traidor. El personaje de Jana en “Mi Querido Mijael” no es otro que su madre en “Historia de Amor y Oscuridad”; cuando acomete “Judas”, su última novela, acomete, entre otros asuntos, el libro de su académico tío abuelo Iosef Klausner, “Jesús de Nazaret”. Pero Oz ya no es Klauzner: él decide escribir un “evangelio según Judas”, tal como se titula en el hebreo original.
Escribe acerca de nosotros como judíos, como sionistas, sobre Israel como pasaje de la sumisión y humillación a la libertad y el poder, sobre el tránsito entre la oscuridad de Europa y esa luminosidad levantina que tan bien describe. Como único hijo de una pareja arrancada de esa Europa idealizada pero expulsiva, cuando llega a la edad de su bar-mitzva ha cambiado su nombre europeo, Klauzner, a un nombre israelí, Oz. Que quiere decir “fuerza” o “valor”, algo que seguramente intuía que le haría falta no sólo a él sino al país que había nacido con él.
Leer Amos Oz en su obra de ficción es leer acerca de nosotros mismos, en toda nuestra insularidad, singularidad, e intransferible experiencia de resurrección nacional. Leerlo desde su mensaje pacifista es no poder reconocer en sus historias la crudeza, las ruinas, los cadáveres (propios y ajenos), y la inspiración sobre la cual se ha construido nuestra épica moderna. No se trata de ideología sino de sensibilidad. Con todo su compromiso social, político, e ideológico, Amos Oz Z’L es un escritor sensible que trasciende su tiempo, las pequeñas y mezquinas circunstancias que le tocaron vivir. Si de ellas habla en sus ensayos y conferencias, es en su literatura donde se plasma su trascendencia.
En lo personal, sólo espero que los años canonicen a Amos Oz en su justa medida más allá de su historia política e ideológica personal; o sea, en su obra artística. Todo lo demás es anécdota. Como bien dijera él repetidas veces, “si quiere saber sobre qué escribo en más de tres palabras, lea mis libros”. Una vez más, invito a hacerlo.